Al anochecer, Jesús se sentó a la mesa con los Doce. (Mateo 26:20)

Jesús invita a cenar con él al traidor que lo vendería por dinero, a los que serían incapaces de velar con él en el momento de vulnerabilidad cuando más los necesitaba, a los que huyeron cuando vinieron a apresarlo y aquel que le negaría en público en tres ocasiones después de haber jurado y perjurado que moriría con él y por él. ¡Vaya cuadrilla de indignos! Y, sin embargo, Jesús, no sólo los invita sino que afirma que deseaba pasar ese tiempo con ellos.

Y entre esos indignos estamos tú y yo que no somos capaces de mantenerle las promesas que le hemos hecho, que ocultamos áreas oscuras en nuestras vidas, que coqueteamos abierta o clandestinamente con el pecado, que nos tratamos mal a nosotros mismos y tratamos mal a otros, que nos tragamos el camello y colamos el mosquito y, sobre todo y ante todo, que tenemos una increíble capacidad para negarles a otros el acceso a esa mesa de comunión a la que es Jesús quien invita y a quien nosotros no tenemos el más mínimo derecho a vetar a nadie. Porque precisamente, todos los indignos somos invitados, aceptados y bienvenidos.

No permitas que las mentiras de Satanás acerca de tu indignidad te impidan acercarte a él. Pero, tampoco se los impidas con tu legalismo a nadie. No olvides tu condición.