¡He pecado entregando a un inocente! Ellos le contestaron: -Eso es asunto tuyo y no nuestro. Judas arrojó entonces el dinero en el templo. Luego fue y se ahorcó. (Mateo 27: 4 y 5)


Sin duda, ninguno de nosotros somos Judas, sin embargo, eso no significa que no nos podamos ver reflejados en algunas de las realidades que muestra este pasaje.

La primera de ellas es que el pecado no ofrece la posibilidad de volver atrás. Todos nosotros, sin importar la edad que tengamos, desearíamos poder borrar ciertos momentos de nuestra vida, eliminarnos, volver a enfrentarlos para asegurarnos de que actuaríamos de forma diferente a cómo lo hicimos en aquel momento, sin embargo, lamentablemente, eso no es posible, lo hecho, hecho está.

La segunda realidad es que el pecado hace que aborrezcamos aquello que antes de cometerlo deseábamos fervientemente. Lo deseábamos hasta el punto de poner en riesgo y romper nuestra relación con el Señor y también con otras personas. El pecado, una vez consumado, deja un regusto de muerte en nosotros, convierte la dulzura que prometía en auténtica derrota y muerte.

La tercera de estas realidades es la necesidad del arrepentimiento y la vuelta a Dios. No hay ningún pecado -salvo aquel cometido contra el Espíritu Santo- que sea imperdonable, que no pueda ser perdonado por el Señor. Podemos afirmar que Judas, de haberse vuelto al Señor, hubiera sido perdonado. Sin embargo, la Escritura habla de que sintió remordimiento -el sentimiento de haber hecho algo que está mal-, paso previo pero insuficiente hacia el arrepentimiento -el cambio de actitud y acción-. A muchos de nosotros nos puede saber mal y haber hecho o dejado de hacer algo, desgraciadamente eso no nos lleva al arrepentimiento, seguimos como estamos.


¿Qué hay aplicable a tu vida de las lecciones de Judas?