Jacob dijo a su familia y a todos los que le acompañaban: deshaceos de todos los dioses extraños que tengáis, purificaos y cambiad de ropa. Luego subiremos a Betel donde erigiré un altar al Dios que me escuchó en el peligro y me acompañó en mi viaje. (Génesis 35:2-3)
Jacob quiere centrarse en la adoración y seguimiento del Dios verdadero y eso es incompatible con mantener la lealtad a otros dioses. Estos dioses seguían formando parte de sus vidas porque tenían ascendencia o autoridad sobre partes de las mismas. Mantenerlos suponía que les serían propicios bendiciéndolos o, al menos, no los maldecirían ni castigarían.
Jacob da un paso decisivo hacia el monoteísmo adelantándose a la petición del Señor recogida en el libro de Éxodo de no tener ningún dios ajeno delante de Él. El Señor exige exclusividad en nuestros afectos, fidelidades y lealtades.
Tal vez nos separen miles de años de esta historia, sin embargo, el corazón humano sigue siendo el mismo. Tú y yo somos propensos a ser monoteistas teóricos y politeistas prácticos. Adoramos a los dioses de nuestra sociedad y nuestra cultura. Dioses que no se presentan de forma religiosa y, consecuentemente, son mucho más difíciles de detectar y desechar.
Si haces una reflexión profunda, guiada por el Espíritu Santo ¿Cuáles serían los dioses falsos que debes rechazar? ¿Qué impacto están teniendo sobre ti?