No echéis en olvido la hospitalidad pues, gracias a ella, personas hubo que, sin saberlo, alojaron ángeles en su casa. (Hebreos 13:2)

El mundo siempre ha sido, y continúa siendo, un lugar hostil. En los tiempos bíblicos -y todavía en muchos lugares hoy en día- las leyes de hospitalidad eran sagradas y proveían una mínima seguridad a las personas que se desplazaban de un lugar a otro. No existía infraestructura hotelera y un viajero siempre podía ser presa de ladrones, gente violenta o, simplemente desaparecer. Proveer hospitalidad era un deber dado por Dios en el Antiguo Testamento y que se extendió a la naciente iglesia cristiana. Misioneros, personas de una comunidad cristiana que por razones de negocios, personales o de otra índole necesitaban viajar encontraban asilo y seguridad en una iglesia que practicaba la hospitalidad.

No cabe duda que en muchos lugares de la cristiandad esta práctica se ha ido perdiendo; el aumento del poder económico de las personas y el desarrollo de infraestructuras de acogida ha hecho, cuando menos, no tan necesaria esta virtud de parte de la comunidad de seguidores de Jesús. Por eso tal vez se hace necesario el reinterpretar el significado de esta práctica en nuestros contextos. Una de las acepciones del término -según el diccionario- es prestar asistencia a alguien en sus necesidades. En el pasado un lugar donde pasar la noche era una necesidad perentoria, hoy en día una persona que dedique tiempo otra, un oído amable dispuesto a escuchar y prestar atención pueden ser nuevas formas de hospitalidad para un mundo donde el tiempo se ha convertido en el bien más valioso y todos estamos tan centrados en nosotros mismos que carecemos del mismo o, mejor dicho, no tenemos la disponibilidad para invertir el mismo en los demás. 

Es cierto que no todos tenemos casas que abrir -muchos a pesar de tenerlas no lo hacen- pero incluso si eres joven y careces de tu propia vivienda puedes abrir tu corazón a la hospitalidad de escuchar, de dedicar tiempo, de acompañar en procesos vitales.


¿Qué te impide practicar la hospitalidad?



No echéis en olvido la hospitalidad pues, gracias a ella, personas hubo que, sin saberlo, alojaron ángeles en su casa. (Hebreos 13:2)

El mundo siempre ha sido, y continúa siendo, un lugar hostil. En los tiempos bíblicos -y todavía en muchos lugares hoy en día- las leyes de hospitalidad eran sagradas y proveían una mínima seguridad a las personas que se desplazaban de un lugar a otro. No existía infraestructura hotelera y un viajero siempre podía ser presa de ladrones, gente violenta o, simplemente desaparecer. Proveer hospitalidad era un deber dado por Dios en el Antiguo Testamento y que se extendió a la naciente iglesia cristiana. Misioneros, personas de una comunidad cristiana que por razones de negocios, personales o de otra índole necesitaban viajar encontraban asilo y seguridad en una iglesia que practicaba la hospitalidad.

No cabe duda que en muchos lugares de la cristiandad esta práctica se ha ido perdiendo; el aumento del poder económico de las personas y el desarrollo de infraestructuras de acogida ha hecho, cuando menos, no tan necesaria esta virtud de parte de la comunidad de seguidores de Jesús. Por eso tal vez se hace necesario el reinterpretar el significado de esta práctica en nuestros contextos. Una de las acepciones del término -según el diccionario- es prestar asistencia a alguien en sus necesidades. En el pasado un lugar donde pasar la noche era una necesidad perentoria, hoy en día una persona que dedique tiempo otra, un oído amable dispuesto a escuchar y prestar atención pueden ser nuevas formas de hospitalidad para un mundo donde el tiempo se ha convertido en el bien más valioso y todos estamos tan centrados en nosotros mismos que carecemos del mismo o, mejor dicho, no tenemos la disponibilidad para invertir el mismo en los demás. 

Es cierto que no todos tenemos casas que abrir -muchos a pesar de tenerlas no lo hacen- pero incluso si eres joven y careces de tu propia vivienda puedes abrir tu corazón a la hospitalidad de escuchar, de dedicar tiempo, de acompañar en procesos vitales.


¿Qué te impide practicar la hospitalidad?



No echéis en olvido la hospitalidad pues, gracias a ella, personas hubo que, sin saberlo, alojaron ángeles en su casa. (Hebreos 13:2)

El mundo siempre ha sido, y continúa siendo, un lugar hostil. En los tiempos bíblicos -y todavía en muchos lugares hoy en día- las leyes de hospitalidad eran sagradas y proveían una mínima seguridad a las personas que se desplazaban de un lugar a otro. No existía infraestructura hotelera y un viajero siempre podía ser presa de ladrones, gente violenta o, simplemente desaparecer. Proveer hospitalidad era un deber dado por Dios en el Antiguo Testamento y que se extendió a la naciente iglesia cristiana. Misioneros, personas de una comunidad cristiana que por razones de negocios, personales o de otra índole necesitaban viajar encontraban asilo y seguridad en una iglesia que practicaba la hospitalidad.

No cabe duda que en muchos lugares de la cristiandad esta práctica se ha ido perdiendo; el aumento del poder económico de las personas y el desarrollo de infraestructuras de acogida ha hecho, cuando menos, no tan necesaria esta virtud de parte de la comunidad de seguidores de Jesús. Por eso tal vez se hace necesario el reinterpretar el significado de esta práctica en nuestros contextos. Una de las acepciones del término -según el diccionario- es prestar asistencia a alguien en sus necesidades. En el pasado un lugar donde pasar la noche era una necesidad perentoria, hoy en día una persona que dedique tiempo otra, un oído amable dispuesto a escuchar y prestar atención pueden ser nuevas formas de hospitalidad para un mundo donde el tiempo se ha convertido en el bien más valioso y todos estamos tan centrados en nosotros mismos que carecemos del mismo o, mejor dicho, no tenemos la disponibilidad para invertir el mismo en los demás. 

Es cierto que no todos tenemos casas que abrir -muchos a pesar de tenerlas no lo hacen- pero incluso si eres joven y careces de tu propia vivienda puedes abrir tu corazón a la hospitalidad de escuchar, de dedicar tiempo, de acompañar en procesos vitales.


¿Qué te impide practicar la hospitalidad?



No echéis en olvido la hospitalidad pues, gracias a ella, personas hubo que, sin saberlo, alojaron ángeles en su casa. (Hebreos 13:2)

El mundo siempre ha sido, y continúa siendo, un lugar hostil. En los tiempos bíblicos -y todavía en muchos lugares hoy en día- las leyes de hospitalidad eran sagradas y proveían una mínima seguridad a las personas que se desplazaban de un lugar a otro. No existía infraestructura hotelera y un viajero siempre podía ser presa de ladrones, gente violenta o, simplemente desaparecer. Proveer hospitalidad era un deber dado por Dios en el Antiguo Testamento y que se extendió a la naciente iglesia cristiana. Misioneros, personas de una comunidad cristiana que por razones de negocios, personales o de otra índole necesitaban viajar encontraban asilo y seguridad en una iglesia que practicaba la hospitalidad.

No cabe duda que en muchos lugares de la cristiandad esta práctica se ha ido perdiendo; el aumento del poder económico de las personas y el desarrollo de infraestructuras de acogida ha hecho, cuando menos, no tan necesaria esta virtud de parte de la comunidad de seguidores de Jesús. Por eso tal vez se hace necesario el reinterpretar el significado de esta práctica en nuestros contextos. Una de las acepciones del término -según el diccionario- es prestar asistencia a alguien en sus necesidades. En el pasado un lugar donde pasar la noche era una necesidad perentoria, hoy en día una persona que dedique tiempo otra, un oído amable dispuesto a escuchar y prestar atención pueden ser nuevas formas de hospitalidad para un mundo donde el tiempo se ha convertido en el bien más valioso y todos estamos tan centrados en nosotros mismos que carecemos del mismo o, mejor dicho, no tenemos la disponibilidad para invertir el mismo en los demás. 

Es cierto que no todos tenemos casas que abrir -muchos a pesar de tenerlas no lo hacen- pero incluso si eres joven y careces de tu propia vivienda puedes abrir tu corazón a la hospitalidad de escuchar, de dedicar tiempo, de acompañar en procesos vitales.


¿Qué te impide practicar la hospitalidad?