Entonces una voz que venía del cielo dijo: Este es mi hijo. Yo lo amó mucho y estoy muy contento con él (Mateo 3:17)


Algo que mi esposa Sara y yo siempre hemos transmitido e insistido con nuestros hijos es que eran amados y aceptados de forma incondicional. Una y otra vez este mensaje era comunicado, en los momentos buenos y en aquellos que no fueron tan buenos. Queríamos que ellos vivieran con la seguridad que da el saberse amados y aceptados no debido a, sino a pesar de. Eso, naturalmente, no significaba que siempre estuviéramos de acuerdo, ni lo estemos hoy en día, con sus decisiones, actitudes o conductas. Significaba que el amor no era una moneda de cambio, algo que se otorgaba o se negaba en función de cómo ellos se comportaran. Creemos, y así ellos nos lo han confirmado en varias ocasiones, que eso proveyó una base de seguridad y estabilidad para sus vidas. Siempre son y serán amados.

¿Por qué tanta insistencia en pensar que Dios es un padre más deficiente que nosotros? ¿Por qué tanta insistencia en hacernos creer que su amor es condicional y está supeditado a nuestra conducta? ¿Por qué tanta necesidad de probarle que somos dignos de su amor y aceptación? Me preocupa la religión que promueve el amor condicionado de Dios al desempeño de nuestras vidas. Sospecho de la religión que cuando hablas de gracia siempre encuentra un versículo que enfatiza la justicia. Encuentro preocupante la fe que ante los argumentos del amor y aceptación de Dios, que no pueden ser negados, alega siempre un "si, pero". Entonces me encuentro con un Padre que es peor padre que yo. Un Dios que me pide que ame incondicionalmente -incluso a mi enemigos- pero Él, por el contrario, ama de forma condicional; vuelve su rostro y nos hace saber su disgusto cuando no estamos a la altura de sus expectativas ¡Y nunca lo estamos ni lo estaremos! Un Dios así genera neuróticos inseguros de la relación de sus hijos con Él.

La santidad es una respuesta a la gracia, no a la ley. El cambio de conducta se debe al amor, no al miedo. Porque como bien dijo el apóstol Juan, el que tiene miedo no ha conocido el amor. No permitas que otras voces, sean internas o externas te confundan: tú eres su hijo amado y Él se complace en ti.









Entonces una voz que venía del cielo dijo: Este es mi hijo. Yo lo amó mucho y estoy muy contento con él (Mateo 3:17)


Algo que mi esposa Sara y yo siempre hemos transmitido e insistido con nuestros hijos es que eran amados y aceptados de forma incondicional. Una y otra vez este mensaje era comunicado, en los momentos buenos y en aquellos que no fueron tan buenos. Queríamos que ellos vivieran con la seguridad que da el saberse amados y aceptados no debido a, sino a pesar de. Eso, naturalmente, no significaba que siempre estuviéramos de acuerdo, ni lo estemos hoy en día, con sus decisiones, actitudes o conductas. Significaba que el amor no era una moneda de cambio, algo que se otorgaba o se negaba en función de cómo ellos se comportaran. Creemos, y así ellos nos lo han confirmado en varias ocasiones, que eso proveyó una base de seguridad y estabilidad para sus vidas. Siempre son y serán amados.

¿Por qué tanta insistencia en pensar que Dios es un padre más deficiente que nosotros? ¿Por qué tanta insistencia en hacernos creer que su amor es condicional y está supeditado a nuestra conducta? ¿Por qué tanta necesidad de probarle que somos dignos de su amor y aceptación? Me preocupa la religión que promueve el amor condicionado de Dios al desempeño de nuestras vidas. Sospecho de la religión que cuando hablas de gracia siempre encuentra un versículo que enfatiza la justicia. Encuentro preocupante la fe que ante los argumentos del amor y aceptación de Dios, que no pueden ser negados, alega siempre un "si, pero". Entonces me encuentro con un Padre que es peor padre que yo. Un Dios que me pide que ame incondicionalmente -incluso a mi enemigos- pero Él, por el contrario, ama de forma condicional; vuelve su rostro y nos hace saber su disgusto cuando no estamos a la altura de sus expectativas ¡Y nunca lo estamos ni lo estaremos! Un Dios así genera neuróticos inseguros de la relación de sus hijos con Él.

La santidad es una respuesta a la gracia, no a la ley. El cambio de conducta se debe al amor, no al miedo. Porque como bien dijo el apóstol Juan, el que tiene miedo no ha conocido el amor. No permitas que otras voces, sean internas o externas te confundan: tú eres su hijo amado y Él se complace en ti.









Entonces una voz que venía del cielo dijo: Este es mi hijo. Yo lo amó mucho y estoy muy contento con él (Mateo 3:17)


Algo que mi esposa Sara y yo siempre hemos transmitido e insistido con nuestros hijos es que eran amados y aceptados de forma incondicional. Una y otra vez este mensaje era comunicado, en los momentos buenos y en aquellos que no fueron tan buenos. Queríamos que ellos vivieran con la seguridad que da el saberse amados y aceptados no debido a, sino a pesar de. Eso, naturalmente, no significaba que siempre estuviéramos de acuerdo, ni lo estemos hoy en día, con sus decisiones, actitudes o conductas. Significaba que el amor no era una moneda de cambio, algo que se otorgaba o se negaba en función de cómo ellos se comportaran. Creemos, y así ellos nos lo han confirmado en varias ocasiones, que eso proveyó una base de seguridad y estabilidad para sus vidas. Siempre son y serán amados.

¿Por qué tanta insistencia en pensar que Dios es un padre más deficiente que nosotros? ¿Por qué tanta insistencia en hacernos creer que su amor es condicional y está supeditado a nuestra conducta? ¿Por qué tanta necesidad de probarle que somos dignos de su amor y aceptación? Me preocupa la religión que promueve el amor condicionado de Dios al desempeño de nuestras vidas. Sospecho de la religión que cuando hablas de gracia siempre encuentra un versículo que enfatiza la justicia. Encuentro preocupante la fe que ante los argumentos del amor y aceptación de Dios, que no pueden ser negados, alega siempre un "si, pero". Entonces me encuentro con un Padre que es peor padre que yo. Un Dios que me pide que ame incondicionalmente -incluso a mi enemigos- pero Él, por el contrario, ama de forma condicional; vuelve su rostro y nos hace saber su disgusto cuando no estamos a la altura de sus expectativas ¡Y nunca lo estamos ni lo estaremos! Un Dios así genera neuróticos inseguros de la relación de sus hijos con Él.

La santidad es una respuesta a la gracia, no a la ley. El cambio de conducta se debe al amor, no al miedo. Porque como bien dijo el apóstol Juan, el que tiene miedo no ha conocido el amor. No permitas que otras voces, sean internas o externas te confundan: tú eres su hijo amado y Él se complace en ti.