Pero, ante todo, hermanos, no juréis ni por el cielo, ni por la tierra, ni con ningún otro juramento. Cuando digáis "si" sea si, y cuando digáis "no" sea no. De este modo no incurriréis en condenación. (Santiago 5:12)


Con estas palabras Santiago se alinea totalmente con las enseñanzas de su hermano Jesús. El comentarista bíblico William Barclay nos da contexto histórico para entender estas palabras. En los tiempos de Jesús se había desarrollado toda una casuística alrededor de los juramentos. Había aquellos en los que se mencionaba el nombre de Dios y, por tanto, eran de obligado cumplimiento. Después estaban aquellos que al no ser explícito el nombre de la divinidad uno no estaba obligado. Consecuentemente se desarrollo todo un arte de hacer juramentos bien enrevesados de manera que las personas no se sintieran obligados a cumplirlos. La consecuencia lógica de todo ello es que los juramentos, que tenían como objetivo reforzar la palabra dada y el compromiso tomado, fueron perdiendo su valor y diluyéndose más y más. 

Santiago está diciendo -nuevamente siguiendo lo ya enseñado por Jesús- que nuestra integridad debe ser tal que no precisemos de ningún tipo de juramento. Nuestra fiabilidad y confiabilidad debe ser tan alta que cuando afirmemos o neguemos algo no sea preciso ningún tipo de refuerzo adicional ¡Basta con nuestra palabra! Cuando el juramento incluía el nombre de Dios se pretendía poner al mismo por testigo y, de ese modo, reforzar la credibilidad del juramentado. El creyente, al vivir 24/7 en la presencia del Dios vivo sabe, o debería saber, que cualquier palabra que diga está pronunciada ante Él y tiene, a todos los efectos, un valor de compromiso.


A la luz de esta enseñanza de Santiago ¿Qué mostraría tu vida?



Pero, ante todo, hermanos, no juréis ni por el cielo, ni por la tierra, ni con ningún otro juramento. Cuando digáis "si" sea si, y cuando digáis "no" sea no. De este modo no incurriréis en condenación. (Santiago 5:12)


Con estas palabras Santiago se alinea totalmente con las enseñanzas de su hermano Jesús. El comentarista bíblico William Barclay nos da contexto histórico para entender estas palabras. En los tiempos de Jesús se había desarrollado toda una casuística alrededor de los juramentos. Había aquellos en los que se mencionaba el nombre de Dios y, por tanto, eran de obligado cumplimiento. Después estaban aquellos que al no ser explícito el nombre de la divinidad uno no estaba obligado. Consecuentemente se desarrollo todo un arte de hacer juramentos bien enrevesados de manera que las personas no se sintieran obligados a cumplirlos. La consecuencia lógica de todo ello es que los juramentos, que tenían como objetivo reforzar la palabra dada y el compromiso tomado, fueron perdiendo su valor y diluyéndose más y más. 

Santiago está diciendo -nuevamente siguiendo lo ya enseñado por Jesús- que nuestra integridad debe ser tal que no precisemos de ningún tipo de juramento. Nuestra fiabilidad y confiabilidad debe ser tan alta que cuando afirmemos o neguemos algo no sea preciso ningún tipo de refuerzo adicional ¡Basta con nuestra palabra! Cuando el juramento incluía el nombre de Dios se pretendía poner al mismo por testigo y, de ese modo, reforzar la credibilidad del juramentado. El creyente, al vivir 24/7 en la presencia del Dios vivo sabe, o debería saber, que cualquier palabra que diga está pronunciada ante Él y tiene, a todos los efectos, un valor de compromiso.


A la luz de esta enseñanza de Santiago ¿Qué mostraría tu vida?



Pero, ante todo, hermanos, no juréis ni por el cielo, ni por la tierra, ni con ningún otro juramento. Cuando digáis "si" sea si, y cuando digáis "no" sea no. De este modo no incurriréis en condenación. (Santiago 5:12)


Con estas palabras Santiago se alinea totalmente con las enseñanzas de su hermano Jesús. El comentarista bíblico William Barclay nos da contexto histórico para entender estas palabras. En los tiempos de Jesús se había desarrollado toda una casuística alrededor de los juramentos. Había aquellos en los que se mencionaba el nombre de Dios y, por tanto, eran de obligado cumplimiento. Después estaban aquellos que al no ser explícito el nombre de la divinidad uno no estaba obligado. Consecuentemente se desarrollo todo un arte de hacer juramentos bien enrevesados de manera que las personas no se sintieran obligados a cumplirlos. La consecuencia lógica de todo ello es que los juramentos, que tenían como objetivo reforzar la palabra dada y el compromiso tomado, fueron perdiendo su valor y diluyéndose más y más. 

Santiago está diciendo -nuevamente siguiendo lo ya enseñado por Jesús- que nuestra integridad debe ser tal que no precisemos de ningún tipo de juramento. Nuestra fiabilidad y confiabilidad debe ser tan alta que cuando afirmemos o neguemos algo no sea preciso ningún tipo de refuerzo adicional ¡Basta con nuestra palabra! Cuando el juramento incluía el nombre de Dios se pretendía poner al mismo por testigo y, de ese modo, reforzar la credibilidad del juramentado. El creyente, al vivir 24/7 en la presencia del Dios vivo sabe, o debería saber, que cualquier palabra que diga está pronunciada ante Él y tiene, a todos los efectos, un valor de compromiso.


A la luz de esta enseñanza de Santiago ¿Qué mostraría tu vida?



Pero, ante todo, hermanos, no juréis ni por el cielo, ni por la tierra, ni con ningún otro juramento. Cuando digáis "si" sea si, y cuando digáis "no" sea no. De este modo no incurriréis en condenación. (Santiago 5:12)


Con estas palabras Santiago se alinea totalmente con las enseñanzas de su hermano Jesús. El comentarista bíblico William Barclay nos da contexto histórico para entender estas palabras. En los tiempos de Jesús se había desarrollado toda una casuística alrededor de los juramentos. Había aquellos en los que se mencionaba el nombre de Dios y, por tanto, eran de obligado cumplimiento. Después estaban aquellos que al no ser explícito el nombre de la divinidad uno no estaba obligado. Consecuentemente se desarrollo todo un arte de hacer juramentos bien enrevesados de manera que las personas no se sintieran obligados a cumplirlos. La consecuencia lógica de todo ello es que los juramentos, que tenían como objetivo reforzar la palabra dada y el compromiso tomado, fueron perdiendo su valor y diluyéndose más y más. 

Santiago está diciendo -nuevamente siguiendo lo ya enseñado por Jesús- que nuestra integridad debe ser tal que no precisemos de ningún tipo de juramento. Nuestra fiabilidad y confiabilidad debe ser tan alta que cuando afirmemos o neguemos algo no sea preciso ningún tipo de refuerzo adicional ¡Basta con nuestra palabra! Cuando el juramento incluía el nombre de Dios se pretendía poner al mismo por testigo y, de ese modo, reforzar la credibilidad del juramentado. El creyente, al vivir 24/7 en la presencia del Dios vivo sabe, o debería saber, que cualquier palabra que diga está pronunciada ante Él y tiene, a todos los efectos, un valor de compromiso.


A la luz de esta enseñanza de Santiago ¿Qué mostraría tu vida?