Aceptad vosotros la corrección, que es señal de que Dios os trata como a hijos. ¿Hay, en efecto, algún padre que no corrija a su hijo? Pero si quedáis privados de la corrección que todos reciben, es que sois bastardos y no hijos legítimos. (Hebreos 12:7-8)


No hay la más mínima duda de que este pasaje habla acerca de la disciplina de Dios sobre sus hijos. Sin embargo, la interpretación varía en función del contexto del cual uno proviene y en el cual uno se desenvuelve dentro de la fe. Por eso, pienso que es importante recordar aquí las palabras del apóstol Juan: "El amor echa fuera todo el temor, aquel que tiene miedo no ha entendido el amor de Dios". Tener miedo al Señor y su disciplina es no haber entendido para nada la gracia y el amor. Dios no es vengativo; no es como algunos padres terrenales que ante la desobediencia del hijo pueden tener un ataque de ira y lo pueden golpear o abusar física, verbal o emocionalmente. Dios no reacciona impulsiva o compasivamente ante nuestro pecado. No hay evidencia bíblica que el Dios que Jesús representa actúe de ese modo.

La disciplina del Señor -y en imitación de ella también la que la iglesia lleva a cabo- tiene como finalidad la educación, la formación, el adiestrarnos para una vida de santidad, para que nos parezcamos más a Jesús y seamos mejores constructores de su Reino. Creo que esa disciplina, en ocasiones, puede ser directa; otras indirecta usando las experiencia y situaciones de la vida, incluso las consecuencias de nuestros propios pecados. Pero también estoy convencido que esa disciplina no tendrá ningún valor si no reflexionamos sobre la misma y nos preguntamos qué desea enseñarnos el Padre por medio de la misma. No es la disciplina en sí la que tiene un efecto pedagógico -objetivo que según el escritor de Hebreos busca- sino la reflexión iluminada por el Espíritu Santo que podemos hacer sobre la misma.


¿En qué áreas desea Dios que experimentes su disciplina? ¿Cómo la recibes?



Aceptad vosotros la corrección, que es señal de que Dios os trata como a hijos. ¿Hay, en efecto, algún padre que no corrija a su hijo? Pero si quedáis privados de la corrección que todos reciben, es que sois bastardos y no hijos legítimos. (Hebreos 12:7-8)


No hay la más mínima duda de que este pasaje habla acerca de la disciplina de Dios sobre sus hijos. Sin embargo, la interpretación varía en función del contexto del cual uno proviene y en el cual uno se desenvuelve dentro de la fe. Por eso, pienso que es importante recordar aquí las palabras del apóstol Juan: "El amor echa fuera todo el temor, aquel que tiene miedo no ha entendido el amor de Dios". Tener miedo al Señor y su disciplina es no haber entendido para nada la gracia y el amor. Dios no es vengativo; no es como algunos padres terrenales que ante la desobediencia del hijo pueden tener un ataque de ira y lo pueden golpear o abusar física, verbal o emocionalmente. Dios no reacciona impulsiva o compasivamente ante nuestro pecado. No hay evidencia bíblica que el Dios que Jesús representa actúe de ese modo.

La disciplina del Señor -y en imitación de ella también la que la iglesia lleva a cabo- tiene como finalidad la educación, la formación, el adiestrarnos para una vida de santidad, para que nos parezcamos más a Jesús y seamos mejores constructores de su Reino. Creo que esa disciplina, en ocasiones, puede ser directa; otras indirecta usando las experiencia y situaciones de la vida, incluso las consecuencias de nuestros propios pecados. Pero también estoy convencido que esa disciplina no tendrá ningún valor si no reflexionamos sobre la misma y nos preguntamos qué desea enseñarnos el Padre por medio de la misma. No es la disciplina en sí la que tiene un efecto pedagógico -objetivo que según el escritor de Hebreos busca- sino la reflexión iluminada por el Espíritu Santo que podemos hacer sobre la misma.


¿En qué áreas desea Dios que experimentes su disciplina? ¿Cómo la recibes?



Aceptad vosotros la corrección, que es señal de que Dios os trata como a hijos. ¿Hay, en efecto, algún padre que no corrija a su hijo? Pero si quedáis privados de la corrección que todos reciben, es que sois bastardos y no hijos legítimos. (Hebreos 12:7-8)


No hay la más mínima duda de que este pasaje habla acerca de la disciplina de Dios sobre sus hijos. Sin embargo, la interpretación varía en función del contexto del cual uno proviene y en el cual uno se desenvuelve dentro de la fe. Por eso, pienso que es importante recordar aquí las palabras del apóstol Juan: "El amor echa fuera todo el temor, aquel que tiene miedo no ha entendido el amor de Dios". Tener miedo al Señor y su disciplina es no haber entendido para nada la gracia y el amor. Dios no es vengativo; no es como algunos padres terrenales que ante la desobediencia del hijo pueden tener un ataque de ira y lo pueden golpear o abusar física, verbal o emocionalmente. Dios no reacciona impulsiva o compasivamente ante nuestro pecado. No hay evidencia bíblica que el Dios que Jesús representa actúe de ese modo.

La disciplina del Señor -y en imitación de ella también la que la iglesia lleva a cabo- tiene como finalidad la educación, la formación, el adiestrarnos para una vida de santidad, para que nos parezcamos más a Jesús y seamos mejores constructores de su Reino. Creo que esa disciplina, en ocasiones, puede ser directa; otras indirecta usando las experiencia y situaciones de la vida, incluso las consecuencias de nuestros propios pecados. Pero también estoy convencido que esa disciplina no tendrá ningún valor si no reflexionamos sobre la misma y nos preguntamos qué desea enseñarnos el Padre por medio de la misma. No es la disciplina en sí la que tiene un efecto pedagógico -objetivo que según el escritor de Hebreos busca- sino la reflexión iluminada por el Espíritu Santo que podemos hacer sobre la misma.


¿En qué áreas desea Dios que experimentes su disciplina? ¿Cómo la recibes?