El faraón siguió mostrándose intransigente y no permitió salir al pueblo (Éxodo 9:7)


Hasta nueve veces nos dice el relato de libro de Éxodo que faraón fue intransigente. La versión Reina Valera afirma que se endureció. La intransigencia es la incapacidad de ser flexible ante los argumentos del otro. Es no dar espacio al diálogo, no estar dispuesto a ceder, no atenerse a razones ni tampoco a las evidencias. Más que una cuestión de convicciones, en el contexto bíblico, es una cuestión de orgullo que nace de un corazón que no es sensible ni a Dios ni a los otros. A menudo la intransigencia es un círculo viciosos que se va retroalimentando a sí mismo. La intransigencia nos lleva a más intransigencia, a que nuestro corazón se vaya endureciendo más y más y cada vez se haga más difícil salir de ese bucle. El orgullo se atrinchera, se hace fuerte, se blinda.

La intransigencia, no únicamente nos hace mal a nosotros mismos, sino también a aquellos que están en nuestro entorno. La de faraón trajo desgracia tras desgracia sobre él y su pueblo; llevando en última instancia a la muerte de todos los primogénitos de Egipto incluyendo el suyo mismo y, posteriormente, la destrucción de su ejército en el mar Rojo. Cuando somos intransigente nos vamos volviendo incapaces de rectificar, de salir del laberinto emocional en el que nosotros mismos nos hemos metido. Queremos pero no sabemos cómo. El orgullo, padre de la intransigencia, nos bloquea el paso. La incapacidad de manejar las emociones se alían con él. 

En definitiva, la arrogancia nos mete en jardines de los cuales es muy difícil salir, nos daña a nosotros mismos y a nuestro entorno. Fácilmente se disfraza de convicciones profundas.


¿Ante qué eres intransigente? ¿Cuál es la razón de esa intransigencia?






El faraón siguió mostrándose intransigente y no permitió salir al pueblo (Éxodo 9:7)


Hasta nueve veces nos dice el relato de libro de Éxodo que faraón fue intransigente. La versión Reina Valera afirma que se endureció. La intransigencia es la incapacidad de ser flexible ante los argumentos del otro. Es no dar espacio al diálogo, no estar dispuesto a ceder, no atenerse a razones ni tampoco a las evidencias. Más que una cuestión de convicciones, en el contexto bíblico, es una cuestión de orgullo que nace de un corazón que no es sensible ni a Dios ni a los otros. A menudo la intransigencia es un círculo viciosos que se va retroalimentando a sí mismo. La intransigencia nos lleva a más intransigencia, a que nuestro corazón se vaya endureciendo más y más y cada vez se haga más difícil salir de ese bucle. El orgullo se atrinchera, se hace fuerte, se blinda.

La intransigencia, no únicamente nos hace mal a nosotros mismos, sino también a aquellos que están en nuestro entorno. La de faraón trajo desgracia tras desgracia sobre él y su pueblo; llevando en última instancia a la muerte de todos los primogénitos de Egipto incluyendo el suyo mismo y, posteriormente, la destrucción de su ejército en el mar Rojo. Cuando somos intransigente nos vamos volviendo incapaces de rectificar, de salir del laberinto emocional en el que nosotros mismos nos hemos metido. Queremos pero no sabemos cómo. El orgullo, padre de la intransigencia, nos bloquea el paso. La incapacidad de manejar las emociones se alían con él. 

En definitiva, la arrogancia nos mete en jardines de los cuales es muy difícil salir, nos daña a nosotros mismos y a nuestro entorno. Fácilmente se disfraza de convicciones profundas.


¿Ante qué eres intransigente? ¿Cuál es la razón de esa intransigencia?






El faraón siguió mostrándose intransigente y no permitió salir al pueblo (Éxodo 9:7)


Hasta nueve veces nos dice el relato de libro de Éxodo que faraón fue intransigente. La versión Reina Valera afirma que se endureció. La intransigencia es la incapacidad de ser flexible ante los argumentos del otro. Es no dar espacio al diálogo, no estar dispuesto a ceder, no atenerse a razones ni tampoco a las evidencias. Más que una cuestión de convicciones, en el contexto bíblico, es una cuestión de orgullo que nace de un corazón que no es sensible ni a Dios ni a los otros. A menudo la intransigencia es un círculo viciosos que se va retroalimentando a sí mismo. La intransigencia nos lleva a más intransigencia, a que nuestro corazón se vaya endureciendo más y más y cada vez se haga más difícil salir de ese bucle. El orgullo se atrinchera, se hace fuerte, se blinda.

La intransigencia, no únicamente nos hace mal a nosotros mismos, sino también a aquellos que están en nuestro entorno. La de faraón trajo desgracia tras desgracia sobre él y su pueblo; llevando en última instancia a la muerte de todos los primogénitos de Egipto incluyendo el suyo mismo y, posteriormente, la destrucción de su ejército en el mar Rojo. Cuando somos intransigente nos vamos volviendo incapaces de rectificar, de salir del laberinto emocional en el que nosotros mismos nos hemos metido. Queremos pero no sabemos cómo. El orgullo, padre de la intransigencia, nos bloquea el paso. La incapacidad de manejar las emociones se alían con él. 

En definitiva, la arrogancia nos mete en jardines de los cuales es muy difícil salir, nos daña a nosotros mismos y a nuestro entorno. Fácilmente se disfraza de convicciones profundas.


¿Ante qué eres intransigente? ¿Cuál es la razón de esa intransigencia?