El Señor, al verla, se sintió profundamente conmovido. (Lucas 7:13)


Estas palabras describen cómo se sintió cuando se encontró en las cercanías de la aldea de Naín con el cortejo fúnebre del hijo único de una viuda. El espectáculo le produjo esos sentimientos que, para describirlos, Lucas utiliza la palabra más fuerte existente en el idioma griego, literalmente revolvérsele las entrañas al ver el dolor que estaba experimentando aquella mujer y la situación de desamparo en la que probablemente quedaría como consecuencia de haber perdido al único hombre de su familia. 

William Barclay, uno de mis comentaristas favoritos de la Biblia, al hablar de este pasaje dice algo tan interesante que me ha parecido que valía la pena copiarlo literalmente: "La fe más noble de la antigüedad era la de los estoicos. Creían que la principal característica de Dios era la apatía. Esta significaba incapacidad para sentir. Si alguien puede hacer que otro sea feliz o tenga pena, esté alegre o gozoso, significa que, al menos por un instante, puede influir en la otra persona. Si puede hacerlo, quiere decir que al menos por un momento, es más grande y superior que ella. Ahora bien, nadie puede ser más grande que Dios; por lo tanto, nadie puede influir en Dios; luego, por la naturaleza de las cosas, Dios debía ser incapaz de sentir.

Un Dios apático, esta era la más sublime concepción de Dios en la época romana. Frente a la misma nos encontramos con un Dios que ante el dolor y el sufrimiento humano se remueve hasta lo más profunda, experimenta la capacidad de empatizar con el dolor y el sufrimiento de las personas. Para mí, hay dos grandes lecciones que se desprenden de este sencillo pasaje. La primera, nuestro Dios no es apático, es decir, no es insensible a nuestro dolor y sufrimiento, no pasa de largo, no mira hacia otro lado, no es indiferente, antes al contrario, como dice el libro de Hebreos, nosotros tenemos en el cielo un Sumo Sacerdote, Jesús, que empatiza con nuestra situación. La segunda, si somos seguidores de Jesús tenemos que aprender a desarrollar hacia otros esa misma capacidad de conmovernos que experimenta Jesús ante las necesidades humanas.

Esto nos lleva a una doble aplicación. Acercarnos a Jesús con nuestro dolor, cargas, sufrimiento, necesidades, etc. porque Él no es un Dios apático. Darles a otros la compasión que de Él recibimos.



El Señor, al verla, se sintió profundamente conmovido. (Lucas 7:13)


Estas palabras describen cómo se sintió cuando se encontró en las cercanías de la aldea de Naín con el cortejo fúnebre del hijo único de una viuda. El espectáculo le produjo esos sentimientos que, para describirlos, Lucas utiliza la palabra más fuerte existente en el idioma griego, literalmente revolvérsele las entrañas al ver el dolor que estaba experimentando aquella mujer y la situación de desamparo en la que probablemente quedaría como consecuencia de haber perdido al único hombre de su familia. 

William Barclay, uno de mis comentaristas favoritos de la Biblia, al hablar de este pasaje dice algo tan interesante que me ha parecido que valía la pena copiarlo literalmente: "La fe más noble de la antigüedad era la de los estoicos. Creían que la principal característica de Dios era la apatía. Esta significaba incapacidad para sentir. Si alguien puede hacer que otro sea feliz o tenga pena, esté alegre o gozoso, significa que, al menos por un instante, puede influir en la otra persona. Si puede hacerlo, quiere decir que al menos por un momento, es más grande y superior que ella. Ahora bien, nadie puede ser más grande que Dios; por lo tanto, nadie puede influir en Dios; luego, por la naturaleza de las cosas, Dios debía ser incapaz de sentir.

Un Dios apático, esta era la más sublime concepción de Dios en la época romana. Frente a la misma nos encontramos con un Dios que ante el dolor y el sufrimiento humano se remueve hasta lo más profunda, experimenta la capacidad de empatizar con el dolor y el sufrimiento de las personas. Para mí, hay dos grandes lecciones que se desprenden de este sencillo pasaje. La primera, nuestro Dios no es apático, es decir, no es insensible a nuestro dolor y sufrimiento, no pasa de largo, no mira hacia otro lado, no es indiferente, antes al contrario, como dice el libro de Hebreos, nosotros tenemos en el cielo un Sumo Sacerdote, Jesús, que empatiza con nuestra situación. La segunda, si somos seguidores de Jesús tenemos que aprender a desarrollar hacia otros esa misma capacidad de conmovernos que experimenta Jesús ante las necesidades humanas.

Esto nos lleva a una doble aplicación. Acercarnos a Jesús con nuestro dolor, cargas, sufrimiento, necesidades, etc. porque Él no es un Dios apático. Darles a otros la compasión que de Él recibimos.