Luego (Eliseo) oró así: Señor, ábrele los ojos para que pueda ver. El Señor abrió los ojos del criado y este vio que el monte estaba lleno de caballos y carros de fuego alrededor de Eliseo. (2 Reyes 6:17)


El versículo hace referencia a un episodio vivido por el profeta Eliseo y su ayudante. El rey de Siria, harto de que el profeta actuara como un servicio privilegiada de inteligencia militar, decidió apresarlo. Cuando se enteró de la población donde estaba ubicado la rodeó con un fuerte contingente de soldados de infantería, caballería y blindados. Cuando el pobre ayudante se levantó por la mañana y fue a las murallas se encontró con el espectáculo de que estaban irremisiblemente perdidos ya que no había escapatoria posible. Raudo corrió a comunicarlas las malas nuevas al profeta, el cual reaccionó como describe el versículo.

La aplicación para nuestras vidas es evidente, clara y directa. Hay realidades espirituales para las cuales hemos perdido la percepción pero, que, sin embargo están ahí. Una de las consecuencias del pecado, es decir, de nuestra decisión de vivir al margen del Señor, es que nacemos tarados espiritualmente hablando. Nacemos con una limitación severa para percibir las realidades espirituales y esto, naturalmente, nos afecta en nuestra vida cotidiana porque creemos que no hay más realidad que aquella que percibimos y experimentamos con nuestros cinco sentidos. Somos ciegos espiritualmente, incluso aquellos que somos seguidores de Jesús. En nuestro caso, el proceso de madurar espiritualmente consiste, precisamente en crecer en nuestra capacidad de percibir, experimentar y vivir las realidades espirituales que están ahí y no podemos percibir. Necesitamos que el Señor abra nuestros ojos para ver lo invisible porque, no olvidemos, en esta vida caminamos viendo con los ojos de la fe. Por fe -confianza- afirma el apóstol, caminamos, es decir, vivimos, no por vista.

Cuando te sientas abrumado, desbordado, carente de perspectiva ante una realidad que te supera, ora pidiendo al Señor que abra tus ojos para que puedas ver todo aquello que sólo es perceptible desde la fe.



Luego (Eliseo) oró así: Señor, ábrele los ojos para que pueda ver. El Señor abrió los ojos del criado y este vio que el monte estaba lleno de caballos y carros de fuego alrededor de Eliseo. (2 Reyes 6:17)


El versículo hace referencia a un episodio vivido por el profeta Eliseo y su ayudante. El rey de Siria, harto de que el profeta actuara como un servicio privilegiada de inteligencia militar, decidió apresarlo. Cuando se enteró de la población donde estaba ubicado la rodeó con un fuerte contingente de soldados de infantería, caballería y blindados. Cuando el pobre ayudante se levantó por la mañana y fue a las murallas se encontró con el espectáculo de que estaban irremisiblemente perdidos ya que no había escapatoria posible. Raudo corrió a comunicarlas las malas nuevas al profeta, el cual reaccionó como describe el versículo.

La aplicación para nuestras vidas es evidente, clara y directa. Hay realidades espirituales para las cuales hemos perdido la percepción pero, que, sin embargo están ahí. Una de las consecuencias del pecado, es decir, de nuestra decisión de vivir al margen del Señor, es que nacemos tarados espiritualmente hablando. Nacemos con una limitación severa para percibir las realidades espirituales y esto, naturalmente, nos afecta en nuestra vida cotidiana porque creemos que no hay más realidad que aquella que percibimos y experimentamos con nuestros cinco sentidos. Somos ciegos espiritualmente, incluso aquellos que somos seguidores de Jesús. En nuestro caso, el proceso de madurar espiritualmente consiste, precisamente en crecer en nuestra capacidad de percibir, experimentar y vivir las realidades espirituales que están ahí y no podemos percibir. Necesitamos que el Señor abra nuestros ojos para ver lo invisible porque, no olvidemos, en esta vida caminamos viendo con los ojos de la fe. Por fe -confianza- afirma el apóstol, caminamos, es decir, vivimos, no por vista.

Cuando te sientas abrumado, desbordado, carente de perspectiva ante una realidad que te supera, ora pidiendo al Señor que abra tus ojos para que puedas ver todo aquello que sólo es perceptible desde la fe.



Luego (Eliseo) oró así: Señor, ábrele los ojos para que pueda ver. El Señor abrió los ojos del criado y este vio que el monte estaba lleno de caballos y carros de fuego alrededor de Eliseo. (2 Reyes 6:17)


El versículo hace referencia a un episodio vivido por el profeta Eliseo y su ayudante. El rey de Siria, harto de que el profeta actuara como un servicio privilegiada de inteligencia militar, decidió apresarlo. Cuando se enteró de la población donde estaba ubicado la rodeó con un fuerte contingente de soldados de infantería, caballería y blindados. Cuando el pobre ayudante se levantó por la mañana y fue a las murallas se encontró con el espectáculo de que estaban irremisiblemente perdidos ya que no había escapatoria posible. Raudo corrió a comunicarlas las malas nuevas al profeta, el cual reaccionó como describe el versículo.

La aplicación para nuestras vidas es evidente, clara y directa. Hay realidades espirituales para las cuales hemos perdido la percepción pero, que, sin embargo están ahí. Una de las consecuencias del pecado, es decir, de nuestra decisión de vivir al margen del Señor, es que nacemos tarados espiritualmente hablando. Nacemos con una limitación severa para percibir las realidades espirituales y esto, naturalmente, nos afecta en nuestra vida cotidiana porque creemos que no hay más realidad que aquella que percibimos y experimentamos con nuestros cinco sentidos. Somos ciegos espiritualmente, incluso aquellos que somos seguidores de Jesús. En nuestro caso, el proceso de madurar espiritualmente consiste, precisamente en crecer en nuestra capacidad de percibir, experimentar y vivir las realidades espirituales que están ahí y no podemos percibir. Necesitamos que el Señor abra nuestros ojos para ver lo invisible porque, no olvidemos, en esta vida caminamos viendo con los ojos de la fe. Por fe -confianza- afirma el apóstol, caminamos, es decir, vivimos, no por vista.

Cuando te sientas abrumado, desbordado, carente de perspectiva ante una realidad que te supera, ora pidiendo al Señor que abra tus ojos para que puedas ver todo aquello que sólo es perceptible desde la fe.



Luego (Eliseo) oró así: Señor, ábrele los ojos para que pueda ver. El Señor abrió los ojos del criado y este vio que el monte estaba lleno de caballos y carros de fuego alrededor de Eliseo. (2 Reyes 6:17)


El versículo hace referencia a un episodio vivido por el profeta Eliseo y su ayudante. El rey de Siria, harto de que el profeta actuara como un servicio privilegiada de inteligencia militar, decidió apresarlo. Cuando se enteró de la población donde estaba ubicado la rodeó con un fuerte contingente de soldados de infantería, caballería y blindados. Cuando el pobre ayudante se levantó por la mañana y fue a las murallas se encontró con el espectáculo de que estaban irremisiblemente perdidos ya que no había escapatoria posible. Raudo corrió a comunicarlas las malas nuevas al profeta, el cual reaccionó como describe el versículo.

La aplicación para nuestras vidas es evidente, clara y directa. Hay realidades espirituales para las cuales hemos perdido la percepción pero, que, sin embargo están ahí. Una de las consecuencias del pecado, es decir, de nuestra decisión de vivir al margen del Señor, es que nacemos tarados espiritualmente hablando. Nacemos con una limitación severa para percibir las realidades espirituales y esto, naturalmente, nos afecta en nuestra vida cotidiana porque creemos que no hay más realidad que aquella que percibimos y experimentamos con nuestros cinco sentidos. Somos ciegos espiritualmente, incluso aquellos que somos seguidores de Jesús. En nuestro caso, el proceso de madurar espiritualmente consiste, precisamente en crecer en nuestra capacidad de percibir, experimentar y vivir las realidades espirituales que están ahí y no podemos percibir. Necesitamos que el Señor abra nuestros ojos para ver lo invisible porque, no olvidemos, en esta vida caminamos viendo con los ojos de la fe. Por fe -confianza- afirma el apóstol, caminamos, es decir, vivimos, no por vista.

Cuando te sientas abrumado, desbordado, carente de perspectiva ante una realidad que te supera, ora pidiendo al Señor que abra tus ojos para que puedas ver todo aquello que sólo es perceptible desde la fe.