Si Tú no nos vas a acompañar, no nos hagas salir de aquí... (Éxodo 33:15)

He leído en varias ocasiones y en pluma de diferentes autores que no se trata de pedirle a Dios que bendiga lo que queremos hacer, sino más bien unirnos a lo que el Señor ya está haciendo. Incluso yo mismo lo he dicho muchas veces en contextos ministeriales. Sin embargo creo que no es tan fácil ese discernimiento aunque creo de corazón que hemos de esforzarnos por aplicarlo.

Somos seres complejos y en todo lo que hacemos se manifiesta esa complejidad. No somos puros, el pecado nos ha afectado y contamina todo lo que hacemos o dejamos de hacer, incluso nuestro servicio a Dios. Cuando nos acercamos al ministerio cristiano o al trabajo para el Señor, en cualquiera que sea la posición, hay una mezcla de nuestro sincero deseo de servirle y, al mismo tiempo, nuestra innata necesidad de realización, de sentido y propósito. Ambas se mezclan de forma bien difícil de separar y de diferenciar dónde acaba lo uno y comienza lo otro. 

No dudo que deseamos en la construcción del Reino pero, seamos honestos, también nos servimos de la construcción del mismo para construir nuestro propio yo, encontrar sentido y significado en nuestras vidas, validarnos por medio de lo que hacemos. Por eso creo que aunque la frase de unirnos a Dios es fácil de decir y todos estamos de acuerdo intelectualmente con la misma, es más intrincado y complejo llevarla a la práctica.

Pero eso no quiere decir que sea imposible y que no debamos hacer un esfuerzo por conseguirlo ¿Cómo? Bueno, en primer lugar, teniendo claro que Dios trabaja siempre en dos direcciones que nos garantizan un cuadro marco donde ubicarnos nosotros mismos; a saber, que Cristo sea formado en nosotros y que su Reino sea establecido. Cuando trabajamos en esta doble dirección convergemos ¡Sin duda alguna! con el trabajo de Dios. En segundo lugar, cuidando de forma intencional y constante nuestras motivaciones. Eso sólo se logra presentando el corazón ante el Señor para que lo escudriñe, observe, evalúe. No olvidemos que el corazón es engañoso y podemos pasar por servicio al Señor nuestro servicio a nosotros mismos. Puedo asegurar que cuando de forma honesta llevamos a cabo este proceso el Espíritu Santo nos da discernimiento sobre las motivaciones.


¿Sirviendo o sirviéndonos?



Si Tú no nos vas a acompañar, no nos hagas salir de aquí... (Éxodo 33:15)

He leído en varias ocasiones y en pluma de diferentes autores que no se trata de pedirle a Dios que bendiga lo que queremos hacer, sino más bien unirnos a lo que el Señor ya está haciendo. Incluso yo mismo lo he dicho muchas veces en contextos ministeriales. Sin embargo creo que no es tan fácil ese discernimiento aunque creo de corazón que hemos de esforzarnos por aplicarlo.

Somos seres complejos y en todo lo que hacemos se manifiesta esa complejidad. No somos puros, el pecado nos ha afectado y contamina todo lo que hacemos o dejamos de hacer, incluso nuestro servicio a Dios. Cuando nos acercamos al ministerio cristiano o al trabajo para el Señor, en cualquiera que sea la posición, hay una mezcla de nuestro sincero deseo de servirle y, al mismo tiempo, nuestra innata necesidad de realización, de sentido y propósito. Ambas se mezclan de forma bien difícil de separar y de diferenciar dónde acaba lo uno y comienza lo otro. 

No dudo que deseamos en la construcción del Reino pero, seamos honestos, también nos servimos de la construcción del mismo para construir nuestro propio yo, encontrar sentido y significado en nuestras vidas, validarnos por medio de lo que hacemos. Por eso creo que aunque la frase de unirnos a Dios es fácil de decir y todos estamos de acuerdo intelectualmente con la misma, es más intrincado y complejo llevarla a la práctica.

Pero eso no quiere decir que sea imposible y que no debamos hacer un esfuerzo por conseguirlo ¿Cómo? Bueno, en primer lugar, teniendo claro que Dios trabaja siempre en dos direcciones que nos garantizan un cuadro marco donde ubicarnos nosotros mismos; a saber, que Cristo sea formado en nosotros y que su Reino sea establecido. Cuando trabajamos en esta doble dirección convergemos ¡Sin duda alguna! con el trabajo de Dios. En segundo lugar, cuidando de forma intencional y constante nuestras motivaciones. Eso sólo se logra presentando el corazón ante el Señor para que lo escudriñe, observe, evalúe. No olvidemos que el corazón es engañoso y podemos pasar por servicio al Señor nuestro servicio a nosotros mismos. Puedo asegurar que cuando de forma honesta llevamos a cabo este proceso el Espíritu Santo nos da discernimiento sobre las motivaciones.


¿Sirviendo o sirviéndonos?



Si Tú no nos vas a acompañar, no nos hagas salir de aquí... (Éxodo 33:15)

He leído en varias ocasiones y en pluma de diferentes autores que no se trata de pedirle a Dios que bendiga lo que queremos hacer, sino más bien unirnos a lo que el Señor ya está haciendo. Incluso yo mismo lo he dicho muchas veces en contextos ministeriales. Sin embargo creo que no es tan fácil ese discernimiento aunque creo de corazón que hemos de esforzarnos por aplicarlo.

Somos seres complejos y en todo lo que hacemos se manifiesta esa complejidad. No somos puros, el pecado nos ha afectado y contamina todo lo que hacemos o dejamos de hacer, incluso nuestro servicio a Dios. Cuando nos acercamos al ministerio cristiano o al trabajo para el Señor, en cualquiera que sea la posición, hay una mezcla de nuestro sincero deseo de servirle y, al mismo tiempo, nuestra innata necesidad de realización, de sentido y propósito. Ambas se mezclan de forma bien difícil de separar y de diferenciar dónde acaba lo uno y comienza lo otro. 

No dudo que deseamos en la construcción del Reino pero, seamos honestos, también nos servimos de la construcción del mismo para construir nuestro propio yo, encontrar sentido y significado en nuestras vidas, validarnos por medio de lo que hacemos. Por eso creo que aunque la frase de unirnos a Dios es fácil de decir y todos estamos de acuerdo intelectualmente con la misma, es más intrincado y complejo llevarla a la práctica.

Pero eso no quiere decir que sea imposible y que no debamos hacer un esfuerzo por conseguirlo ¿Cómo? Bueno, en primer lugar, teniendo claro que Dios trabaja siempre en dos direcciones que nos garantizan un cuadro marco donde ubicarnos nosotros mismos; a saber, que Cristo sea formado en nosotros y que su Reino sea establecido. Cuando trabajamos en esta doble dirección convergemos ¡Sin duda alguna! con el trabajo de Dios. En segundo lugar, cuidando de forma intencional y constante nuestras motivaciones. Eso sólo se logra presentando el corazón ante el Señor para que lo escudriñe, observe, evalúe. No olvidemos que el corazón es engañoso y podemos pasar por servicio al Señor nuestro servicio a nosotros mismos. Puedo asegurar que cuando de forma honesta llevamos a cabo este proceso el Espíritu Santo nos da discernimiento sobre las motivaciones.


¿Sirviendo o sirviéndonos?