Por tanto, hermanos míos muy queridos, manteneos firmes y constantes; destacad constantemente en la tarea cristiana, seguro de que el Señor no permitirá que sea estéril nuestro afán. (1 Corintios 15:58)


Me da la impresión que la idea del éxito ha llegado al ministerio cristiano. De hecho, siempre lo ha estado, sin embargo las redes sociales y los grandes eventos lo han exagerado y exacerbado. Las redes se han convertido en un escaparate para mostrarnos y mostrar lo que hacemos persiguiendo el like y la reproducción, sumando seguidores que son, en un sentido, una medida de nuestro éxito.

Esto pone de manifiesto quién es nuestro público, de quién buscamos el aplauso, el reconocimiento y la aprobación. Muestra cuán equivocados estamos al no hacer de Jesús nuestro público principal, aquel para el que hacemos las cosas aunque otros se beneficien. El like que más importa es el del Maestro. Nuestro fan más importante es Jesús. El comentario que más cuenta es el que Él haga. El resto se aprecia pero no actuamos para ellos.

El problema es que Jesús es un público muy exigente. No valora la estética sino la ética. No le importa tanto lo que hacemos sino el porqué lo hacemos. No el impresiona el exterior, sino el corazón. ¡Cuánto cambiaría nuestra forma de hacer ministerio si esta fuera nuestra motivación.

Esta cultura del éxito cristiano ha hecho que perdamos de vista el valor de cualquier acto de bondad llevado a cabo en el nombre de Jesús en la vida cotidiana. Parece ser que si no publicas libros, llenas auditorios, arrastras multitudes o puedes ponerlo en Face o Instagram, el servicio carece de valor. Y así es cuando tu público es la gente. No lo es cuando tu público es Jesús.

Fue precisamente Él quien afirmó: "Igualmente el que dé un vaso de agua fresca al más insignificante de mis discípulos precisamente por ser un discípulo mío, os aseguro que no quedará sin recompensa.

Escoge bien tu público. Valora de quién buscas el aplauso.


 


Por tanto, hermanos míos muy queridos, manteneos firmes y constantes; destacad constantemente en la tarea cristiana, seguro de que el Señor no permitirá que sea estéril nuestro afán. (1 Corintios 15:58)


Me da la impresión que la idea del éxito ha llegado al ministerio cristiano. De hecho, siempre lo ha estado, sin embargo las redes sociales y los grandes eventos lo han exagerado y exacerbado. Las redes se han convertido en un escaparate para mostrarnos y mostrar lo que hacemos persiguiendo el like y la reproducción, sumando seguidores que son, en un sentido, una medida de nuestro éxito.

Esto pone de manifiesto quién es nuestro público, de quién buscamos el aplauso, el reconocimiento y la aprobación. Muestra cuán equivocados estamos al no hacer de Jesús nuestro público principal, aquel para el que hacemos las cosas aunque otros se beneficien. El like que más importa es el del Maestro. Nuestro fan más importante es Jesús. El comentario que más cuenta es el que Él haga. El resto se aprecia pero no actuamos para ellos.

El problema es que Jesús es un público muy exigente. No valora la estética sino la ética. No le importa tanto lo que hacemos sino el porqué lo hacemos. No el impresiona el exterior, sino el corazón. ¡Cuánto cambiaría nuestra forma de hacer ministerio si esta fuera nuestra motivación.

Esta cultura del éxito cristiano ha hecho que perdamos de vista el valor de cualquier acto de bondad llevado a cabo en el nombre de Jesús en la vida cotidiana. Parece ser que si no publicas libros, llenas auditorios, arrastras multitudes o puedes ponerlo en Face o Instagram, el servicio carece de valor. Y así es cuando tu público es la gente. No lo es cuando tu público es Jesús.

Fue precisamente Él quien afirmó: "Igualmente el que dé un vaso de agua fresca al más insignificante de mis discípulos precisamente por ser un discípulo mío, os aseguro que no quedará sin recompensa.

Escoge bien tu público. Valora de quién buscas el aplauso.


 


Por tanto, hermanos míos muy queridos, manteneos firmes y constantes; destacad constantemente en la tarea cristiana, seguro de que el Señor no permitirá que sea estéril nuestro afán. (1 Corintios 15:58)


Me da la impresión que la idea del éxito ha llegado al ministerio cristiano. De hecho, siempre lo ha estado, sin embargo las redes sociales y los grandes eventos lo han exagerado y exacerbado. Las redes se han convertido en un escaparate para mostrarnos y mostrar lo que hacemos persiguiendo el like y la reproducción, sumando seguidores que son, en un sentido, una medida de nuestro éxito.

Esto pone de manifiesto quién es nuestro público, de quién buscamos el aplauso, el reconocimiento y la aprobación. Muestra cuán equivocados estamos al no hacer de Jesús nuestro público principal, aquel para el que hacemos las cosas aunque otros se beneficien. El like que más importa es el del Maestro. Nuestro fan más importante es Jesús. El comentario que más cuenta es el que Él haga. El resto se aprecia pero no actuamos para ellos.

El problema es que Jesús es un público muy exigente. No valora la estética sino la ética. No le importa tanto lo que hacemos sino el porqué lo hacemos. No el impresiona el exterior, sino el corazón. ¡Cuánto cambiaría nuestra forma de hacer ministerio si esta fuera nuestra motivación.

Esta cultura del éxito cristiano ha hecho que perdamos de vista el valor de cualquier acto de bondad llevado a cabo en el nombre de Jesús en la vida cotidiana. Parece ser que si no publicas libros, llenas auditorios, arrastras multitudes o puedes ponerlo en Face o Instagram, el servicio carece de valor. Y así es cuando tu público es la gente. No lo es cuando tu público es Jesús.

Fue precisamente Él quien afirmó: "Igualmente el que dé un vaso de agua fresca al más insignificante de mis discípulos precisamente por ser un discípulo mío, os aseguro que no quedará sin recompensa.

Escoge bien tu público. Valora de quién buscas el aplauso.