— Mujer, ¿dónde están todos esos? ¿Ninguno te condenó? Ella le contestó: — Ninguno, Señor. Jesús le dijo: — Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar. (Juan 8:10-11)

De aquella mujer no tenemos información acerca de quién era, sólo sobre lo que había hecho, sorprendida en pleno acto de adulterio. En Israel, esta conducta junto con el asesinato y la idolatría eran considerados los tres pecados más graves que un judío podía cometer. Y ese concretamente estaba castigado con la pena capital; eso era precisamente lo que los fariseos y maestros de la ley pretendían. Lo triste del asunto es que tenían toda la razón del mundo. Legalmente aquella mujer era culpable y ellos, en su intención de atrapar a Jesús, esperaban que refrendara lo que la Palabra enseñaba o se opusiera a la misma. En cualquier caso pensaban que tenían la oportunidad perfecta.
Pero el Maestro confronta a los acusadores con su propia realidad. Indica que aquel que esté libre de pecado debe ser el responsable de lanzar la primera piedra. Esta siempre es la más difícil de lanzar; se trata de un acción individual, perpetrada por una única persona. Una vez la primera ha caído, los individuos se disuelven en la masa y actúan de forma anónima y compulsiva. Conocemos el resto de la historia, ninguno de ellos pudo resistir el escrutinio de su propia conciencia. Jesús le dio a aquella mujer una segunda oportunidad. No afirmó que la ley fuera injusta, excesiva u obsoleta, junto con la absolución le conminó a no continuar pecando, a dejar de lado su antigua conducta.
Para todos nosotros los seguidores de Jesús el reto consiste en imitar al Maestro. Hacerlo dando a las personas segundas, terceras y cuartas oportunidades. Hacerlo no condenando en otros aquello que justificamos en nosotros mismos. Hacerlo siendo conscientes de nuestro propio pecado y admitiendo que hemos sido nosotros mismos recipientes de la gracia del Señor. En definitiva, de gracia hemos recibido, de gracia debemos dar.

¿Cuál es tu actitud ante el caído, la de Jesús o la del fariseo?


— Mujer, ¿dónde están todos esos? ¿Ninguno te condenó? Ella le contestó: — Ninguno, Señor. Jesús le dijo: — Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar. (Juan 8:10-11)

De aquella mujer no tenemos información acerca de quién era, sólo sobre lo que había hecho, sorprendida en pleno acto de adulterio. En Israel, esta conducta junto con el asesinato y la idolatría eran considerados los tres pecados más graves que un judío podía cometer. Y ese concretamente estaba castigado con la pena capital; eso era precisamente lo que los fariseos y maestros de la ley pretendían. Lo triste del asunto es que tenían toda la razón del mundo. Legalmente aquella mujer era culpable y ellos, en su intención de atrapar a Jesús, esperaban que refrendara lo que la Palabra enseñaba o se opusiera a la misma. En cualquier caso pensaban que tenían la oportunidad perfecta.
Pero el Maestro confronta a los acusadores con su propia realidad. Indica que aquel que esté libre de pecado debe ser el responsable de lanzar la primera piedra. Esta siempre es la más difícil de lanzar; se trata de un acción individual, perpetrada por una única persona. Una vez la primera ha caído, los individuos se disuelven en la masa y actúan de forma anónima y compulsiva. Conocemos el resto de la historia, ninguno de ellos pudo resistir el escrutinio de su propia conciencia. Jesús le dio a aquella mujer una segunda oportunidad. No afirmó que la ley fuera injusta, excesiva u obsoleta, junto con la absolución le conminó a no continuar pecando, a dejar de lado su antigua conducta.
Para todos nosotros los seguidores de Jesús el reto consiste en imitar al Maestro. Hacerlo dando a las personas segundas, terceras y cuartas oportunidades. Hacerlo no condenando en otros aquello que justificamos en nosotros mismos. Hacerlo siendo conscientes de nuestro propio pecado y admitiendo que hemos sido nosotros mismos recipientes de la gracia del Señor. En definitiva, de gracia hemos recibido, de gracia debemos dar.

¿Cuál es tu actitud ante el caído, la de Jesús o la del fariseo?


— Mujer, ¿dónde están todos esos? ¿Ninguno te condenó? Ella le contestó: — Ninguno, Señor. Jesús le dijo: — Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar. (Juan 8:10-11)

De aquella mujer no tenemos información acerca de quién era, sólo sobre lo que había hecho, sorprendida en pleno acto de adulterio. En Israel, esta conducta junto con el asesinato y la idolatría eran considerados los tres pecados más graves que un judío podía cometer. Y ese concretamente estaba castigado con la pena capital; eso era precisamente lo que los fariseos y maestros de la ley pretendían. Lo triste del asunto es que tenían toda la razón del mundo. Legalmente aquella mujer era culpable y ellos, en su intención de atrapar a Jesús, esperaban que refrendara lo que la Palabra enseñaba o se opusiera a la misma. En cualquier caso pensaban que tenían la oportunidad perfecta.
Pero el Maestro confronta a los acusadores con su propia realidad. Indica que aquel que esté libre de pecado debe ser el responsable de lanzar la primera piedra. Esta siempre es la más difícil de lanzar; se trata de un acción individual, perpetrada por una única persona. Una vez la primera ha caído, los individuos se disuelven en la masa y actúan de forma anónima y compulsiva. Conocemos el resto de la historia, ninguno de ellos pudo resistir el escrutinio de su propia conciencia. Jesús le dio a aquella mujer una segunda oportunidad. No afirmó que la ley fuera injusta, excesiva u obsoleta, junto con la absolución le conminó a no continuar pecando, a dejar de lado su antigua conducta.
Para todos nosotros los seguidores de Jesús el reto consiste en imitar al Maestro. Hacerlo dando a las personas segundas, terceras y cuartas oportunidades. Hacerlo no condenando en otros aquello que justificamos en nosotros mismos. Hacerlo siendo conscientes de nuestro propio pecado y admitiendo que hemos sido nosotros mismos recipientes de la gracia del Señor. En definitiva, de gracia hemos recibido, de gracia debemos dar.

¿Cuál es tu actitud ante el caído, la de Jesús o la del fariseo?