Si tomaras en cuenta todos nuestros pecados, nadie podría presentarse ante ti. (Salmo 130:2)


El pecado levanta un muro de separación entre Dios y nosotros y nos impide acercarnos a Él. No es raro que la conciencia de nuestra realidad como seres humanos haga que deseemos huir del Señor, apartaros de su presencia. Esa mala conciencia levanta un muro de culpabilidad y vergüenza que se nos presenta como insalvable ¿Cómo puede un Dios santo amar y aceptar a alguien como yo? ¿Cómo es posible que continúe teniendo misericordia y amor hacia mí después de tantas promesas de cambio rotas y bueno propósitos no cumplidos? Todos, sin excepción, nos hemos sentido así, nos sentimos de este modo o nos sentiremos en momentos de nuestra vida. 

De hecho, esta conciencia de nuestra realidad es buena, es un signo de que moralmente todavía hay sensibilidad en nuestras vidas, que el pecado no nos ha llevado a un punto de total indiferencia. Ahora bien, el punto clave es qué hacemos con esta conciencia de pecado, ¿la afrontamos y nos volvemos al Señor para derruir el muro y volver a tener comunión y compañerismo con Él? o, por el contrario, ¿nos amurallamos en nuestra culpa sin querer reconocerla o pensando que no hay perdón para nosotros?

Son decisiones que marcan nuestra relación con Dios y nuestra vida. ¿Cuál es la tuya?

 



Si tomaras en cuenta todos nuestros pecados, nadie podría presentarse ante ti. (Salmo 130:2)


El pecado levanta un muro de separación entre Dios y nosotros y nos impide acercarnos a Él. No es raro que la conciencia de nuestra realidad como seres humanos haga que deseemos huir del Señor, apartaros de su presencia. Esa mala conciencia levanta un muro de culpabilidad y vergüenza que se nos presenta como insalvable ¿Cómo puede un Dios santo amar y aceptar a alguien como yo? ¿Cómo es posible que continúe teniendo misericordia y amor hacia mí después de tantas promesas de cambio rotas y bueno propósitos no cumplidos? Todos, sin excepción, nos hemos sentido así, nos sentimos de este modo o nos sentiremos en momentos de nuestra vida. 

De hecho, esta conciencia de nuestra realidad es buena, es un signo de que moralmente todavía hay sensibilidad en nuestras vidas, que el pecado no nos ha llevado a un punto de total indiferencia. Ahora bien, el punto clave es qué hacemos con esta conciencia de pecado, ¿la afrontamos y nos volvemos al Señor para derruir el muro y volver a tener comunión y compañerismo con Él? o, por el contrario, ¿nos amurallamos en nuestra culpa sin querer reconocerla o pensando que no hay perdón para nosotros?

Son decisiones que marcan nuestra relación con Dios y nuestra vida. ¿Cuál es la tuya?

 



Si tomaras en cuenta todos nuestros pecados, nadie podría presentarse ante ti. (Salmo 130:2)


El pecado levanta un muro de separación entre Dios y nosotros y nos impide acercarnos a Él. No es raro que la conciencia de nuestra realidad como seres humanos haga que deseemos huir del Señor, apartaros de su presencia. Esa mala conciencia levanta un muro de culpabilidad y vergüenza que se nos presenta como insalvable ¿Cómo puede un Dios santo amar y aceptar a alguien como yo? ¿Cómo es posible que continúe teniendo misericordia y amor hacia mí después de tantas promesas de cambio rotas y bueno propósitos no cumplidos? Todos, sin excepción, nos hemos sentido así, nos sentimos de este modo o nos sentiremos en momentos de nuestra vida. 

De hecho, esta conciencia de nuestra realidad es buena, es un signo de que moralmente todavía hay sensibilidad en nuestras vidas, que el pecado no nos ha llevado a un punto de total indiferencia. Ahora bien, el punto clave es qué hacemos con esta conciencia de pecado, ¿la afrontamos y nos volvemos al Señor para derruir el muro y volver a tener comunión y compañerismo con Él? o, por el contrario, ¿nos amurallamos en nuestra culpa sin querer reconocerla o pensando que no hay perdón para nosotros?

Son decisiones que marcan nuestra relación con Dios y nuestra vida. ¿Cuál es la tuya?