Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres. (Colosenses 3:23)


La inmensa mayoría de nosotros invertimos una buena parte de nuestros días trabajando. Puede ser de una manera remunerada si somos asalariados, profesionales por cuenta propia o empresarios. Pero puede serlo también entendiendo el trabajo de una manera más amplia, es decir, como todo aquello en lo que invertimos nuestro tiempo más allá del ocio, la recreación y el descanso. Con este sentido más amplio podemos incluir los estudios, el cuidado de la familia a través del hogar, el hacerse cargo de los nietos o padres y un etcétera tan largo como sea preciso para que en él encaje tu situación única y singular. 

¿Cómo percibes el trabajo? La manera en cómo lo hagas determinará la forma en que lo lleves a cabo. Nuestra teología se ha empobrecido de manera brutal y, siguiendo la influencia de la filosofía griega, hemos caído en una dicotomía entre lo sagrado -aquello que hacemos en la iglesia o tiene un carácter religioso- y lo secular -el resto de la vida-. Aunque lo neguemos lo verdaderamente importante desde el punto de vista espiritual es aquello que pasa en ese edificio que llamamos iglesia, unos días especiales, en unas actividades especiales y mediado por personas que se creen especiales -los pastores-. El resto de la vida no cuenta, o no cuenta tanto. Es posible que intelectualmente lo neguemos, sin embargo, en la práctica vivimos así.

Muchos de nosotros vamos cada día a nuestras ocupaciones, sean estas las que sean, sin tener la más mínima conciencia de que las mismas, trabajo, estudios, etc., son precisamente espacios sagrados que podemos vivir en la presencia del Señor y que se pueden convertir en auténticas ofrendas de adoración y alabanza a Dios. Porque lo que hace algo sagrado no es dónde se hace, qué día de la semana se lleva a cabo ni quién lo dirige. Antes al contrario, como afirma el apóstol, lo que convierte algo en sagrado es la actitud y la motivación con que se hace. 

No existen trabajos religiosos o seculares, tan sólo existen actividades hechas o no como servicio al Señor o como servicio a los hombres. Un pastor puede predicar para los hombres; un barrendero o un trabajador metalúrgico puede hacerlo para Dios, para honrarlo, alabarlo y mostrarle con la calidad, cariño y dedicación con que lo hace cuán importante el Señor es para Él. Si yo percibo mi trabajo como mi ofrenda de adoración a Dios, esto repercutirá en cómo lo lleve a cabo en términos de excelencia. Si, por el contrario, lo percibo como una simple manera de ganarme la vida, las cosas pueden cambiar drásticamente.

¡Qué vidas tan empobrecidas las de aquellas que han desvinculado su trabajo, sus ocupaciones, de la adoración al Señor! ¡Qué tristeza cuando las actividades a las que dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo han perdido todo carácter sagrado! ¡Qué teología y doctrina tan nociva la que nos ha arrebatado de servir a Dios y adorarlo por medio del trabajo bien hecho!


¿Bajo qué paradigma funcionas tú?







Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres. (Colosenses 3:23)


La inmensa mayoría de nosotros invertimos una buena parte de nuestros días trabajando. Puede ser de una manera remunerada si somos asalariados, profesionales por cuenta propia o empresarios. Pero puede serlo también entendiendo el trabajo de una manera más amplia, es decir, como todo aquello en lo que invertimos nuestro tiempo más allá del ocio, la recreación y el descanso. Con este sentido más amplio podemos incluir los estudios, el cuidado de la familia a través del hogar, el hacerse cargo de los nietos o padres y un etcétera tan largo como sea preciso para que en él encaje tu situación única y singular. 

¿Cómo percibes el trabajo? La manera en cómo lo hagas determinará la forma en que lo lleves a cabo. Nuestra teología se ha empobrecido de manera brutal y, siguiendo la influencia de la filosofía griega, hemos caído en una dicotomía entre lo sagrado -aquello que hacemos en la iglesia o tiene un carácter religioso- y lo secular -el resto de la vida-. Aunque lo neguemos lo verdaderamente importante desde el punto de vista espiritual es aquello que pasa en ese edificio que llamamos iglesia, unos días especiales, en unas actividades especiales y mediado por personas que se creen especiales -los pastores-. El resto de la vida no cuenta, o no cuenta tanto. Es posible que intelectualmente lo neguemos, sin embargo, en la práctica vivimos así.

Muchos de nosotros vamos cada día a nuestras ocupaciones, sean estas las que sean, sin tener la más mínima conciencia de que las mismas, trabajo, estudios, etc., son precisamente espacios sagrados que podemos vivir en la presencia del Señor y que se pueden convertir en auténticas ofrendas de adoración y alabanza a Dios. Porque lo que hace algo sagrado no es dónde se hace, qué día de la semana se lleva a cabo ni quién lo dirige. Antes al contrario, como afirma el apóstol, lo que convierte algo en sagrado es la actitud y la motivación con que se hace. 

No existen trabajos religiosos o seculares, tan sólo existen actividades hechas o no como servicio al Señor o como servicio a los hombres. Un pastor puede predicar para los hombres; un barrendero o un trabajador metalúrgico puede hacerlo para Dios, para honrarlo, alabarlo y mostrarle con la calidad, cariño y dedicación con que lo hace cuán importante el Señor es para Él. Si yo percibo mi trabajo como mi ofrenda de adoración a Dios, esto repercutirá en cómo lo lleve a cabo en términos de excelencia. Si, por el contrario, lo percibo como una simple manera de ganarme la vida, las cosas pueden cambiar drásticamente.

¡Qué vidas tan empobrecidas las de aquellas que han desvinculado su trabajo, sus ocupaciones, de la adoración al Señor! ¡Qué tristeza cuando las actividades a las que dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo han perdido todo carácter sagrado! ¡Qué teología y doctrina tan nociva la que nos ha arrebatado de servir a Dios y adorarlo por medio del trabajo bien hecho!


¿Bajo qué paradigma funcionas tú?







Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres. (Colosenses 3:23)


La inmensa mayoría de nosotros invertimos una buena parte de nuestros días trabajando. Puede ser de una manera remunerada si somos asalariados, profesionales por cuenta propia o empresarios. Pero puede serlo también entendiendo el trabajo de una manera más amplia, es decir, como todo aquello en lo que invertimos nuestro tiempo más allá del ocio, la recreación y el descanso. Con este sentido más amplio podemos incluir los estudios, el cuidado de la familia a través del hogar, el hacerse cargo de los nietos o padres y un etcétera tan largo como sea preciso para que en él encaje tu situación única y singular. 

¿Cómo percibes el trabajo? La manera en cómo lo hagas determinará la forma en que lo lleves a cabo. Nuestra teología se ha empobrecido de manera brutal y, siguiendo la influencia de la filosofía griega, hemos caído en una dicotomía entre lo sagrado -aquello que hacemos en la iglesia o tiene un carácter religioso- y lo secular -el resto de la vida-. Aunque lo neguemos lo verdaderamente importante desde el punto de vista espiritual es aquello que pasa en ese edificio que llamamos iglesia, unos días especiales, en unas actividades especiales y mediado por personas que se creen especiales -los pastores-. El resto de la vida no cuenta, o no cuenta tanto. Es posible que intelectualmente lo neguemos, sin embargo, en la práctica vivimos así.

Muchos de nosotros vamos cada día a nuestras ocupaciones, sean estas las que sean, sin tener la más mínima conciencia de que las mismas, trabajo, estudios, etc., son precisamente espacios sagrados que podemos vivir en la presencia del Señor y que se pueden convertir en auténticas ofrendas de adoración y alabanza a Dios. Porque lo que hace algo sagrado no es dónde se hace, qué día de la semana se lleva a cabo ni quién lo dirige. Antes al contrario, como afirma el apóstol, lo que convierte algo en sagrado es la actitud y la motivación con que se hace. 

No existen trabajos religiosos o seculares, tan sólo existen actividades hechas o no como servicio al Señor o como servicio a los hombres. Un pastor puede predicar para los hombres; un barrendero o un trabajador metalúrgico puede hacerlo para Dios, para honrarlo, alabarlo y mostrarle con la calidad, cariño y dedicación con que lo hace cuán importante el Señor es para Él. Si yo percibo mi trabajo como mi ofrenda de adoración a Dios, esto repercutirá en cómo lo lleve a cabo en términos de excelencia. Si, por el contrario, lo percibo como una simple manera de ganarme la vida, las cosas pueden cambiar drásticamente.

¡Qué vidas tan empobrecidas las de aquellas que han desvinculado su trabajo, sus ocupaciones, de la adoración al Señor! ¡Qué tristeza cuando las actividades a las que dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo han perdido todo carácter sagrado! ¡Qué teología y doctrina tan nociva la que nos ha arrebatado de servir a Dios y adorarlo por medio del trabajo bien hecho!


¿Bajo qué paradigma funcionas tú?