Moisés le respondió: De acuerdo, ms presentaré ante los israelitas y les diré: "El Dios de vuestros antepasados me envía a vosotros; pero si ellos me preguntan cuál es su nombre" ¿Qué les responderé? (Éxodo 3:13)

Parece lo más normal del mundo. Un pueblo que durante 400 años ha vivido sin noticias de Dios razonablemente va a preguntar acerca de quién es el Dios del cual habla este recién llegado. Moisés necesita respuestas. Tiene que articular un mensaje que no parece nada fácil; primero convencer a su pueblo -del cual ha estado apartado durante 40 años y sobre el que no tiene ningún ascendiente- y segundo, dando por sentado que lo primero se consigue, convencer a faraón que deje marchar, así como si nada, a toda su mano de obra esclava. Ni social, ni política ni económicamente era algo rentable. Para convencer hay que entender, hay que asimilar, hay que dirigir el mensaje, hay que hacerlo propio.

A nosotros nos pasa lo mismo. Todos los seguidores de Jesús, sin excepción, somos enviados con una misión, llevar la buena noticia del evangelio. La noticia de que existe la posibilidad de ser restaurado y reconciliado. Pero para ello tenemos que haber interiorizado nosotros mismos ese mensaje. El apóstol Pedro nos recomendó: "estando dispuestos en todo momento a dar razón de vuestra esperanza a cualquiera que os pida explicaciones. Pero, eso sí, hacedlo con dulzura y respeto". (1 Pedro 3:15) Para dar razón de Dios, como Moisés tuvo que darla, hay que conocer a Dios. Sin duda un conocimiento intelectual, teórico, que responda a lo que verdaderamente la Palabra nos dice acerca de Él y no única y exclusivamente a nuestra teología denominaciones. Pero también un conocimiento real, vital, experiencia, el que nace de una relación viva, dinámica y creciente con Jesús. Entonces estaremos capacitados para poder explicar quién es el Dios que nos envía.


¿Quién es el Dios que te envía? ¿Qué conoces de Él? ¿Qué estás experimentando de Él?



Moisés le respondió: De acuerdo, ms presentaré ante los israelitas y les diré: "El Dios de vuestros antepasados me envía a vosotros; pero si ellos me preguntan cuál es su nombre" ¿Qué les responderé? (Éxodo 3:13)

Parece lo más normal del mundo. Un pueblo que durante 400 años ha vivido sin noticias de Dios razonablemente va a preguntar acerca de quién es el Dios del cual habla este recién llegado. Moisés necesita respuestas. Tiene que articular un mensaje que no parece nada fácil; primero convencer a su pueblo -del cual ha estado apartado durante 40 años y sobre el que no tiene ningún ascendiente- y segundo, dando por sentado que lo primero se consigue, convencer a faraón que deje marchar, así como si nada, a toda su mano de obra esclava. Ni social, ni política ni económicamente era algo rentable. Para convencer hay que entender, hay que asimilar, hay que dirigir el mensaje, hay que hacerlo propio.

A nosotros nos pasa lo mismo. Todos los seguidores de Jesús, sin excepción, somos enviados con una misión, llevar la buena noticia del evangelio. La noticia de que existe la posibilidad de ser restaurado y reconciliado. Pero para ello tenemos que haber interiorizado nosotros mismos ese mensaje. El apóstol Pedro nos recomendó: "estando dispuestos en todo momento a dar razón de vuestra esperanza a cualquiera que os pida explicaciones. Pero, eso sí, hacedlo con dulzura y respeto". (1 Pedro 3:15) Para dar razón de Dios, como Moisés tuvo que darla, hay que conocer a Dios. Sin duda un conocimiento intelectual, teórico, que responda a lo que verdaderamente la Palabra nos dice acerca de Él y no única y exclusivamente a nuestra teología denominaciones. Pero también un conocimiento real, vital, experiencia, el que nace de una relación viva, dinámica y creciente con Jesús. Entonces estaremos capacitados para poder explicar quién es el Dios que nos envía.


¿Quién es el Dios que te envía? ¿Qué conoces de Él? ¿Qué estás experimentando de Él?



Moisés le respondió: De acuerdo, ms presentaré ante los israelitas y les diré: "El Dios de vuestros antepasados me envía a vosotros; pero si ellos me preguntan cuál es su nombre" ¿Qué les responderé? (Éxodo 3:13)

Parece lo más normal del mundo. Un pueblo que durante 400 años ha vivido sin noticias de Dios razonablemente va a preguntar acerca de quién es el Dios del cual habla este recién llegado. Moisés necesita respuestas. Tiene que articular un mensaje que no parece nada fácil; primero convencer a su pueblo -del cual ha estado apartado durante 40 años y sobre el que no tiene ningún ascendiente- y segundo, dando por sentado que lo primero se consigue, convencer a faraón que deje marchar, así como si nada, a toda su mano de obra esclava. Ni social, ni política ni económicamente era algo rentable. Para convencer hay que entender, hay que asimilar, hay que dirigir el mensaje, hay que hacerlo propio.

A nosotros nos pasa lo mismo. Todos los seguidores de Jesús, sin excepción, somos enviados con una misión, llevar la buena noticia del evangelio. La noticia de que existe la posibilidad de ser restaurado y reconciliado. Pero para ello tenemos que haber interiorizado nosotros mismos ese mensaje. El apóstol Pedro nos recomendó: "estando dispuestos en todo momento a dar razón de vuestra esperanza a cualquiera que os pida explicaciones. Pero, eso sí, hacedlo con dulzura y respeto". (1 Pedro 3:15) Para dar razón de Dios, como Moisés tuvo que darla, hay que conocer a Dios. Sin duda un conocimiento intelectual, teórico, que responda a lo que verdaderamente la Palabra nos dice acerca de Él y no única y exclusivamente a nuestra teología denominaciones. Pero también un conocimiento real, vital, experiencia, el que nace de una relación viva, dinámica y creciente con Jesús. Entonces estaremos capacitados para poder explicar quién es el Dios que nos envía.


¿Quién es el Dios que te envía? ¿Qué conoces de Él? ¿Qué estás experimentando de Él?