No tomaré el becerro de tu casa ni el macho cabrío de tus corrales, pues mías son las fieras del bosque y el ganado de los montes de pastoreo; conozco cada ave de las montañas y los animales del campo son míos. Si tuviera hambre no te lo diría, pues mía es la tierra y cuanto la llena. ¿Acaso como yo carne de toros o bebo la sangre de machos cabríos? (Salmo 50:10-13)

El Señor reflexiona con su pueblo acerca de los sacrificios. Al leer este pasaje, y otros similares en la Biblia, es evidente que hay un malentendido entre el Señor y su gente. Fue Él mismo quien estableció todo el sistema de sacrificios, sin embargo, este tenía que ser una expresión del interior del corazón y no tan sólo un acto desconectado de nuestro corazón. 

Puedo imaginar la cara de sorpresa del pueblo ante el mensaje de Dios. Puedo visualizarlos pensando y comentando entre ellos ¿Pero este qué quiere? ¿Qué espera de nosotros? La verdad, no hay quien lo entienda. Esto mismo nos puede pasar a nosotros; tal vez le estamos ofreciendo a Dios aquello que para Él no es en absoluto prioritario. Tal vez deberíamos ser mucho más intencionales en discernir que desea de nosotros y no dar por sentado.

Dios misma ha expresado qué desea de nosotros: "Misericordia quiero y no sacrificios". Es afirmado en el Antiguo Testamento y reafirmado por Jesús en el Nuevo. Esta es la prioridad que establece el Señor y uno no acaba de entender por qué una y otra vez pasamos por alto sus indicaciones y hacemos aquello que nos parece mejor. Tal vez será porque la misericordia va dirigida al prójimo. Tal vez porque nos implica acción, compromiso, cambio. Tal vez porque nos implica seguir los pasos de Jesús que se identificó e hizo suyo el dolor de las personas. Al fin y al cabo, los cultos de adoración y de alabanza no nos comprometen a nada, y si la música es buena, hasta lo pasamos bien.

¿Quién hay a tu alrededor que precisa de tu misericordia?

 


No tomaré el becerro de tu casa ni el macho cabrío de tus corrales, pues mías son las fieras del bosque y el ganado de los montes de pastoreo; conozco cada ave de las montañas y los animales del campo son míos. Si tuviera hambre no te lo diría, pues mía es la tierra y cuanto la llena. ¿Acaso como yo carne de toros o bebo la sangre de machos cabríos? (Salmo 50:10-13)

El Señor reflexiona con su pueblo acerca de los sacrificios. Al leer este pasaje, y otros similares en la Biblia, es evidente que hay un malentendido entre el Señor y su gente. Fue Él mismo quien estableció todo el sistema de sacrificios, sin embargo, este tenía que ser una expresión del interior del corazón y no tan sólo un acto desconectado de nuestro corazón. 

Puedo imaginar la cara de sorpresa del pueblo ante el mensaje de Dios. Puedo visualizarlos pensando y comentando entre ellos ¿Pero este qué quiere? ¿Qué espera de nosotros? La verdad, no hay quien lo entienda. Esto mismo nos puede pasar a nosotros; tal vez le estamos ofreciendo a Dios aquello que para Él no es en absoluto prioritario. Tal vez deberíamos ser mucho más intencionales en discernir que desea de nosotros y no dar por sentado.

Dios misma ha expresado qué desea de nosotros: "Misericordia quiero y no sacrificios". Es afirmado en el Antiguo Testamento y reafirmado por Jesús en el Nuevo. Esta es la prioridad que establece el Señor y uno no acaba de entender por qué una y otra vez pasamos por alto sus indicaciones y hacemos aquello que nos parece mejor. Tal vez será porque la misericordia va dirigida al prójimo. Tal vez porque nos implica acción, compromiso, cambio. Tal vez porque nos implica seguir los pasos de Jesús que se identificó e hizo suyo el dolor de las personas. Al fin y al cabo, los cultos de adoración y de alabanza no nos comprometen a nada, y si la música es buena, hasta lo pasamos bien.

¿Quién hay a tu alrededor que precisa de tu misericordia?

 


No tomaré el becerro de tu casa ni el macho cabrío de tus corrales, pues mías son las fieras del bosque y el ganado de los montes de pastoreo; conozco cada ave de las montañas y los animales del campo son míos. Si tuviera hambre no te lo diría, pues mía es la tierra y cuanto la llena. ¿Acaso como yo carne de toros o bebo la sangre de machos cabríos? (Salmo 50:10-13)

El Señor reflexiona con su pueblo acerca de los sacrificios. Al leer este pasaje, y otros similares en la Biblia, es evidente que hay un malentendido entre el Señor y su gente. Fue Él mismo quien estableció todo el sistema de sacrificios, sin embargo, este tenía que ser una expresión del interior del corazón y no tan sólo un acto desconectado de nuestro corazón. 

Puedo imaginar la cara de sorpresa del pueblo ante el mensaje de Dios. Puedo visualizarlos pensando y comentando entre ellos ¿Pero este qué quiere? ¿Qué espera de nosotros? La verdad, no hay quien lo entienda. Esto mismo nos puede pasar a nosotros; tal vez le estamos ofreciendo a Dios aquello que para Él no es en absoluto prioritario. Tal vez deberíamos ser mucho más intencionales en discernir que desea de nosotros y no dar por sentado.

Dios misma ha expresado qué desea de nosotros: "Misericordia quiero y no sacrificios". Es afirmado en el Antiguo Testamento y reafirmado por Jesús en el Nuevo. Esta es la prioridad que establece el Señor y uno no acaba de entender por qué una y otra vez pasamos por alto sus indicaciones y hacemos aquello que nos parece mejor. Tal vez será porque la misericordia va dirigida al prójimo. Tal vez porque nos implica acción, compromiso, cambio. Tal vez porque nos implica seguir los pasos de Jesús que se identificó e hizo suyo el dolor de las personas. Al fin y al cabo, los cultos de adoración y de alabanza no nos comprometen a nada, y si la música es buena, hasta lo pasamos bien.

¿Quién hay a tu alrededor que precisa de tu misericordia?