La palabra de Samuel se recibía en todo Israel. (1 Samuel 4:1)


En ocasiones, cuando alguien emite un mensaje, es difícil evitar escucharlo; no podemos escapar, estamos o nos sentimos obligados a escuchar y muchas otras razones. Sin embargo, recibir el mensaje emitido es otra cosa. Implica que voluntariamente decidimos hacer nuestro el contenido de ese mensaje, nos lo apropiamos, nos relacionamos, de alguna manera, con nuestra realidad y necesidades. Esta era la actitud del pueblo de Israel con respecto a los mensajes de Samuel.

¿A qué se debía eso? ¿Qué hacía que las palabras de aquel joven, que ni siquiera pertenecía a la casta sacerdotal, fueran apreciadas de tal modo? ¿Qué autoridad emanaba de él para que las personas consideraran e hicieran suyas sus palabras? ¿Cómo se debe experimentar el tener conciencia de que tus palabras son tenidas en cuenta por los demás? La respuesta de escuela dominical es fácil: porque Dios estaba con Él. ¡Sin duda! ¿Y cómo lo sabía la gente? Lo único que se me ocurre es que, en contrate con la conducta de Elí y sus hijos, la de Samuel era consistente, coherente, porque dudo que fuera perfecta.

¿Quién recibe nuestras palabras? ¿Por qué lo hace o no lo hacen? ¿Qué comunica más, mi vida o mis discursos? ¿De qué modo, según las Escrituras, podemos dar credibilidad a nuestras palabras? ¿Qué vas a hacer en respuesta a todas estas preguntas?


 




La palabra de Samuel se recibía en todo Israel. (1 Samuel 4:1)


En ocasiones, cuando alguien emite un mensaje, es difícil evitar escucharlo; no podemos escapar, estamos o nos sentimos obligados a escuchar y muchas otras razones. Sin embargo, recibir el mensaje emitido es otra cosa. Implica que voluntariamente decidimos hacer nuestro el contenido de ese mensaje, nos lo apropiamos, nos relacionamos, de alguna manera, con nuestra realidad y necesidades. Esta era la actitud del pueblo de Israel con respecto a los mensajes de Samuel.

¿A qué se debía eso? ¿Qué hacía que las palabras de aquel joven, que ni siquiera pertenecía a la casta sacerdotal, fueran apreciadas de tal modo? ¿Qué autoridad emanaba de él para que las personas consideraran e hicieran suyas sus palabras? ¿Cómo se debe experimentar el tener conciencia de que tus palabras son tenidas en cuenta por los demás? La respuesta de escuela dominical es fácil: porque Dios estaba con Él. ¡Sin duda! ¿Y cómo lo sabía la gente? Lo único que se me ocurre es que, en contrate con la conducta de Elí y sus hijos, la de Samuel era consistente, coherente, porque dudo que fuera perfecta.

¿Quién recibe nuestras palabras? ¿Por qué lo hace o no lo hacen? ¿Qué comunica más, mi vida o mis discursos? ¿De qué modo, según las Escrituras, podemos dar credibilidad a nuestras palabras? ¿Qué vas a hacer en respuesta a todas estas preguntas?


 




La palabra de Samuel se recibía en todo Israel. (1 Samuel 4:1)


En ocasiones, cuando alguien emite un mensaje, es difícil evitar escucharlo; no podemos escapar, estamos o nos sentimos obligados a escuchar y muchas otras razones. Sin embargo, recibir el mensaje emitido es otra cosa. Implica que voluntariamente decidimos hacer nuestro el contenido de ese mensaje, nos lo apropiamos, nos relacionamos, de alguna manera, con nuestra realidad y necesidades. Esta era la actitud del pueblo de Israel con respecto a los mensajes de Samuel.

¿A qué se debía eso? ¿Qué hacía que las palabras de aquel joven, que ni siquiera pertenecía a la casta sacerdotal, fueran apreciadas de tal modo? ¿Qué autoridad emanaba de él para que las personas consideraran e hicieran suyas sus palabras? ¿Cómo se debe experimentar el tener conciencia de que tus palabras son tenidas en cuenta por los demás? La respuesta de escuela dominical es fácil: porque Dios estaba con Él. ¡Sin duda! ¿Y cómo lo sabía la gente? Lo único que se me ocurre es que, en contrate con la conducta de Elí y sus hijos, la de Samuel era consistente, coherente, porque dudo que fuera perfecta.

¿Quién recibe nuestras palabras? ¿Por qué lo hace o no lo hacen? ¿Qué comunica más, mi vida o mis discursos? ¿De qué modo, según las Escrituras, podemos dar credibilidad a nuestras palabras? ¿Qué vas a hacer en respuesta a todas estas preguntas?


 




La palabra de Samuel se recibía en todo Israel. (1 Samuel 4:1)


En ocasiones, cuando alguien emite un mensaje, es difícil evitar escucharlo; no podemos escapar, estamos o nos sentimos obligados a escuchar y muchas otras razones. Sin embargo, recibir el mensaje emitido es otra cosa. Implica que voluntariamente decidimos hacer nuestro el contenido de ese mensaje, nos lo apropiamos, nos relacionamos, de alguna manera, con nuestra realidad y necesidades. Esta era la actitud del pueblo de Israel con respecto a los mensajes de Samuel.

¿A qué se debía eso? ¿Qué hacía que las palabras de aquel joven, que ni siquiera pertenecía a la casta sacerdotal, fueran apreciadas de tal modo? ¿Qué autoridad emanaba de él para que las personas consideraran e hicieran suyas sus palabras? ¿Cómo se debe experimentar el tener conciencia de que tus palabras son tenidas en cuenta por los demás? La respuesta de escuela dominical es fácil: porque Dios estaba con Él. ¡Sin duda! ¿Y cómo lo sabía la gente? Lo único que se me ocurre es que, en contrate con la conducta de Elí y sus hijos, la de Samuel era consistente, coherente, porque dudo que fuera perfecta.

¿Quién recibe nuestras palabras? ¿Por qué lo hace o no lo hacen? ¿Qué comunica más, mi vida o mis discursos? ¿De qué modo, según las Escrituras, podemos dar credibilidad a nuestras palabras? ¿Qué vas a hacer en respuesta a todas estas preguntas?