Este es el niño que pedía y el Señor me ha concedido la petición que le hice. Ahora se lo entrego al Señor para que sea suyo de por vida. (1 Samuel 27-28)

En los años 40 del siglo pasado Abraham Maslow creó su famosa pirámide de las necesidades humanas. En la base tenemos las más básicas y, conforme esas se van completando, llegamos a las más elevadas, las que tienen que ver con el ser. En su primera versión en la cúspide se hallaba la auto-realización, es decir, el poder ser la mejor versión de nosotros mismos, los mejores seres humanos posible, desarrollando todo nuestro potencial y singularidad. 

Pero más adelante, Maslow actualizó su pirámide y, por curioso que os parezca, no hay manera de encontrar imágenes de su última versión en castellano; al menos, yo no he sabido encontrarlas. En la misma, Maslow añadió una necesidad a la cúspide que sería la culminación de todo el proceso de desarrollo humano: auto trascendencia, es decir, vivir para algo mayor y superior a nosotros mismos. La anterior versión era muy egocéntrica -ser el mejor yo posible-; la nueva tiene en perspectiva el mundo y hacer una contribución al mismo, a sus necesidades, a sus mejoras.

Así lo entendió la madre de Samuel. Su hijo tenía que ser algo más que la satisfacción de ser madre; tenía que hacer una contribución a un mundo roto. Y cuando vemos su historia, así fue. Lo mismo ha de pasar con nosotros, hemos de vivir para ser la mejor versión de nosotros mismos -Jesús en nos- y, a la vez, vivir para algo que nos trasciende, la construcción del Reino.

 



Este es el niño que pedía y el Señor me ha concedido la petición que le hice. Ahora se lo entrego al Señor para que sea suyo de por vida. (1 Samuel 27-28)

En los años 40 del siglo pasado Abraham Maslow creó su famosa pirámide de las necesidades humanas. En la base tenemos las más básicas y, conforme esas se van completando, llegamos a las más elevadas, las que tienen que ver con el ser. En su primera versión en la cúspide se hallaba la auto-realización, es decir, el poder ser la mejor versión de nosotros mismos, los mejores seres humanos posible, desarrollando todo nuestro potencial y singularidad. 

Pero más adelante, Maslow actualizó su pirámide y, por curioso que os parezca, no hay manera de encontrar imágenes de su última versión en castellano; al menos, yo no he sabido encontrarlas. En la misma, Maslow añadió una necesidad a la cúspide que sería la culminación de todo el proceso de desarrollo humano: auto trascendencia, es decir, vivir para algo mayor y superior a nosotros mismos. La anterior versión era muy egocéntrica -ser el mejor yo posible-; la nueva tiene en perspectiva el mundo y hacer una contribución al mismo, a sus necesidades, a sus mejoras.

Así lo entendió la madre de Samuel. Su hijo tenía que ser algo más que la satisfacción de ser madre; tenía que hacer una contribución a un mundo roto. Y cuando vemos su historia, así fue. Lo mismo ha de pasar con nosotros, hemos de vivir para ser la mejor versión de nosotros mismos -Jesús en nos- y, a la vez, vivir para algo que nos trasciende, la construcción del Reino.

 



Este es el niño que pedía y el Señor me ha concedido la petición que le hice. Ahora se lo entrego al Señor para que sea suyo de por vida. (1 Samuel 27-28)

En los años 40 del siglo pasado Abraham Maslow creó su famosa pirámide de las necesidades humanas. En la base tenemos las más básicas y, conforme esas se van completando, llegamos a las más elevadas, las que tienen que ver con el ser. En su primera versión en la cúspide se hallaba la auto-realización, es decir, el poder ser la mejor versión de nosotros mismos, los mejores seres humanos posible, desarrollando todo nuestro potencial y singularidad. 

Pero más adelante, Maslow actualizó su pirámide y, por curioso que os parezca, no hay manera de encontrar imágenes de su última versión en castellano; al menos, yo no he sabido encontrarlas. En la misma, Maslow añadió una necesidad a la cúspide que sería la culminación de todo el proceso de desarrollo humano: auto trascendencia, es decir, vivir para algo mayor y superior a nosotros mismos. La anterior versión era muy egocéntrica -ser el mejor yo posible-; la nueva tiene en perspectiva el mundo y hacer una contribución al mismo, a sus necesidades, a sus mejoras.

Así lo entendió la madre de Samuel. Su hijo tenía que ser algo más que la satisfacción de ser madre; tenía que hacer una contribución a un mundo roto. Y cuando vemos su historia, así fue. Lo mismo ha de pasar con nosotros, hemos de vivir para ser la mejor versión de nosotros mismos -Jesús en nos- y, a la vez, vivir para algo que nos trasciende, la construcción del Reino.