Para que en la tierra se conozcan sus designios y en todas las naciones su salvación. (Salmo 67:2)


¿Para qué hemos sido salvados? Es una pregunta que parece tener una respuesta evidente, pero algo me hace pensar que no es así. La idea más común, la prevaleciente en nuestros círculos, es que hemos sido salvados para ir al cielo, algo que se ve muy lejano y que la inmensa mayoría no parecemos tener ninguna prisa por acelerar la partida. Por tanto, nos quedan un montón de años entre esos dos momentos, nuestra conversión y nuestra entrada en los cielos. ¿Qué hacemos entre tanto?

Al ser la idea predominante que ese periodo es una especie de paréntesis, alguna cosa tendremos que llevar a cabo. Surge entonces la necesidad de reunirnos y alabar al Señor. Nos juntamos para decirle al Señor que bueno es, cuánto le queremos y qué contentos estamos de que nos quiera. Al mismo tiempo nos horrorizamos ante un mundo a la deriva que, aparentemente, cada vez se aleja más de Dios, nos sentimos a gusto en nuestra peculiar arca de Noé.

Pero yo no creo que tan sólo hemos sido salvados para ir al cielo. Hemos sido rescatados para ser el tipo de ser humano que el Señor tenía en mente desde el principio. Hemos sido rescatados para hacer el bien, para construir el Reino de Dios, para llevar a cabo el ministerio de la reconciliación. Esta vida no es un lánguido esperar el cielo, es un gran hospital en el cual, el Gran Restaurador, nos invita al ministerio de la restauración. Y la iglesia no es el arca de Noé donde estamos a salvo de un mundo que se hunde, sino el campo de entrenamiento donde Los Santos se juntan para animarse, afilar sus herramientas y apoyarse mutuamente en esta tarea de colaborar con Dios.

Todo ello, como dice el salmista, para que en la tierra conozcan sus designios y en todas las naciones su salvación.


¿Cómo entiendes y cómo vives esta vida?

 



Para que en la tierra se conozcan sus designios y en todas las naciones su salvación. (Salmo 67:2)


¿Para qué hemos sido salvados? Es una pregunta que parece tener una respuesta evidente, pero algo me hace pensar que no es así. La idea más común, la prevaleciente en nuestros círculos, es que hemos sido salvados para ir al cielo, algo que se ve muy lejano y que la inmensa mayoría no parecemos tener ninguna prisa por acelerar la partida. Por tanto, nos quedan un montón de años entre esos dos momentos, nuestra conversión y nuestra entrada en los cielos. ¿Qué hacemos entre tanto?

Al ser la idea predominante que ese periodo es una especie de paréntesis, alguna cosa tendremos que llevar a cabo. Surge entonces la necesidad de reunirnos y alabar al Señor. Nos juntamos para decirle al Señor que bueno es, cuánto le queremos y qué contentos estamos de que nos quiera. Al mismo tiempo nos horrorizamos ante un mundo a la deriva que, aparentemente, cada vez se aleja más de Dios, nos sentimos a gusto en nuestra peculiar arca de Noé.

Pero yo no creo que tan sólo hemos sido salvados para ir al cielo. Hemos sido rescatados para ser el tipo de ser humano que el Señor tenía en mente desde el principio. Hemos sido rescatados para hacer el bien, para construir el Reino de Dios, para llevar a cabo el ministerio de la reconciliación. Esta vida no es un lánguido esperar el cielo, es un gran hospital en el cual, el Gran Restaurador, nos invita al ministerio de la restauración. Y la iglesia no es el arca de Noé donde estamos a salvo de un mundo que se hunde, sino el campo de entrenamiento donde Los Santos se juntan para animarse, afilar sus herramientas y apoyarse mutuamente en esta tarea de colaborar con Dios.

Todo ello, como dice el salmista, para que en la tierra conozcan sus designios y en todas las naciones su salvación.


¿Cómo entiendes y cómo vives esta vida?

 



Para que en la tierra se conozcan sus designios y en todas las naciones su salvación. (Salmo 67:2)


¿Para qué hemos sido salvados? Es una pregunta que parece tener una respuesta evidente, pero algo me hace pensar que no es así. La idea más común, la prevaleciente en nuestros círculos, es que hemos sido salvados para ir al cielo, algo que se ve muy lejano y que la inmensa mayoría no parecemos tener ninguna prisa por acelerar la partida. Por tanto, nos quedan un montón de años entre esos dos momentos, nuestra conversión y nuestra entrada en los cielos. ¿Qué hacemos entre tanto?

Al ser la idea predominante que ese periodo es una especie de paréntesis, alguna cosa tendremos que llevar a cabo. Surge entonces la necesidad de reunirnos y alabar al Señor. Nos juntamos para decirle al Señor que bueno es, cuánto le queremos y qué contentos estamos de que nos quiera. Al mismo tiempo nos horrorizamos ante un mundo a la deriva que, aparentemente, cada vez se aleja más de Dios, nos sentimos a gusto en nuestra peculiar arca de Noé.

Pero yo no creo que tan sólo hemos sido salvados para ir al cielo. Hemos sido rescatados para ser el tipo de ser humano que el Señor tenía en mente desde el principio. Hemos sido rescatados para hacer el bien, para construir el Reino de Dios, para llevar a cabo el ministerio de la reconciliación. Esta vida no es un lánguido esperar el cielo, es un gran hospital en el cual, el Gran Restaurador, nos invita al ministerio de la restauración. Y la iglesia no es el arca de Noé donde estamos a salvo de un mundo que se hunde, sino el campo de entrenamiento donde Los Santos se juntan para animarse, afilar sus herramientas y apoyarse mutuamente en esta tarea de colaborar con Dios.

Todo ello, como dice el salmista, para que en la tierra conozcan sus designios y en todas las naciones su salvación.


¿Cómo entiendes y cómo vives esta vida?