Vuélvete, Israel, al Señor tu Dios, tú que caíste a causa de tu pecado. Volveos al Señor llevando con vosotros esta oración: "Perdona toda nuestra maldad y recibe con benevolencia las alabanzas que te ofrecemos. (Oseas 14: 1 y 2)


Ayer estaba mirando una película y uno de los personajes le decía de forma grave y solemne a otro que le había traicionado: "soy una persona que cree en las segundas oportunidades, pero no en las terceras. Vuelve a hacer algo semejante y morirás".

Que afortunado soy de creer y seguir a un Dios que no solamente cree en las segundas oportunidades, sino también en las terceras, cuartas, quintas, sextas... Un Dios que renueva, como dice Jeremías en el libro de Lamentaciones, su misericordia día tras día, un Dios que si no fuera por la misma ya habríamos sido consumidos.

Y es, precisamente, por medio de la confesión que podemos experimentar esa renovación en nuestra relación con el Señor, que podemos acceder un día tras otro a esas oportunidades disponibles para nosotros por medio del sacrificio de Jesús por nuestros pecados. 

Además, es un perdón sin condiciones. Una de las palabras que usa la Biblia para perdón es amnistía. Hay una diferencia considerable entre un simple perdón y una amnistía. En la primera, la persona puede estar libre, sin embargo, sus antecedentes penales se mantienen y se tienen en cuenta si hay posteriores delitos. En la segunda, no únicamente se concede la libertad, también se borran todos los registros, de hecho es como si esa persona nunca, absolutamente nunca, hubiera pecado, no hay antecedentes. Este es el gran privilegio que nos concede el Señor por medio de la confesión, comenzar de nuevo con un historial, lo creamos o no impecable.


Si el Señor nos limpia el expediente por medio de la confesión ¿De dónde procede pues nuestro sentido de culpa después de confesar?