Con su plata y con oro se han fabricado ídolos. (Oseas 8: 4)


El Señor, por medio del profeta, continua denunciando la idolatría del pueblo de Israel en este capítulo. Para mí hay dos tipos de idolatría. Una es de tipo grosero, burda, evidente, que consistiría en rendir culto literal a otros dioses representados o no por medio de iconos, estatuas, cuadros, etc. Veo difícil que los seguidores de Jesús, si lo son realmente, caigan en este tipo de idolatría. 

La otra es mucho más sutil y sibilina, mucho más difícil de detectar y en la cual es fácil que cualquier persona caiga incluidos, naturalmente, aquellos que somos cristianos. Martín Lutero, el reformador protestante del siglo XVI, afirmaba que dios es cualquier cosa que ocupa el primer lugar en nuestros corazones. 

Su afirmación nos ayuda a entender que hay formas de idolatría que no son detectables  en el exterior porque se han asentado y echado raíces en nuestro interior, en nuestro corazón. Aquello que centra tu atención, tu ansiedad, tu preocupación, aquello que persigues para buscar realización, satisfacción, sentido, plenitud se puede convertir de una manera muy sutil en tu ídolo. Dicen los antropólogos que los seres humanos están diseñados para adorar, la cuestión simplemente es a quién adoramos. 

Si no lo hacemos al Dios vivo y verdadero eso no significa que no estaremos adorando a nadie, simplemente que nuestro foco de adoración será otro, el poder, el dinero, el placer, el sexo, la influencia, incluso el ministerio o la iglesia, pero, definitivamente, a algo o alguien estaremos adorando porque para eso estamos diseñados. 


¿Quién o qué ocupa ese lugar principal en tu corazón?