...si no nace del agua y del Espíritu. (Juan 3:5)


Ese hombre nuevo, del cual Jesús es el prototipo, el modelo, no puede ser generado humanamente hablando, tiene que ser hecho por el Espíritu de Dios. El propio Juan, en otro apartado de su evangelio, habla acerca de convertirnos en hijos de Dios, y lo expresa del siguiente modo: "estos son los que nacen no por generación natural, por impulso pasional o porque el ser humano lo desee, sino que tienen por Padre a Dios". ¿Cómo el Señor lo lleva a cabo? No lo sabemos, eso forma parte del misterio de la fe, entendiendo como misterio algo que es supra racional, es decir, va mucho más allá de lo que nuestra mente humana tiene la capacidad de procesar y entender. Una realidad que tiene tantas capas de comprensión que nunca llegamos a agotar y siempre vamos encontrando nuevas dimensiones que explorar.

Si bien no sabemos cómo Dios por medio de su Espíritu Santo genera en nosotros ese nuevo nacimiento, si sabemos que está íntimamente relacionado con ese acto y proceso que llamamos la conversión. Conversión es un giro de 180 grados en nuestra manera de pensar y vivir. Conversión es dejar de vivir de espaldas a Dios, en independencia y lejos de su jurisdicción para volver a la obediencia y unidad con Él. La conversión es un evento -el día que comprendemos nuestra auténtica situación espiritual- y un proceso -que dura toda la vida hasta que Jesús sea formado en nosotros-. En esas dos dimensiones, evento y proceso, podríamos decir que el evento señalaría nuestro nuevo nacimiento, mientras que el proceso señalaría ese proceso de santificación, de volvernos más y más como el Maestro. Los protestantes hemos, acertadamente, enfatizado la importancia del evento, aunque, lamentablemente, muchas veces a costa de darle ensombrecer e incluso anular el papel, importancia y valor del proceso.





...si no nace del agua y del Espíritu. (Juan 3:5)


Ese hombre nuevo, del cual Jesús es el prototipo, el modelo, no puede ser generado humanamente hablando, tiene que ser hecho por el Espíritu de Dios. El propio Juan, en otro apartado de su evangelio, habla acerca de convertirnos en hijos de Dios, y lo expresa del siguiente modo: "estos son los que nacen no por generación natural, por impulso pasional o porque el ser humano lo desee, sino que tienen por Padre a Dios". ¿Cómo el Señor lo lleva a cabo? No lo sabemos, eso forma parte del misterio de la fe, entendiendo como misterio algo que es supra racional, es decir, va mucho más allá de lo que nuestra mente humana tiene la capacidad de procesar y entender. Una realidad que tiene tantas capas de comprensión que nunca llegamos a agotar y siempre vamos encontrando nuevas dimensiones que explorar.

Si bien no sabemos cómo Dios por medio de su Espíritu Santo genera en nosotros ese nuevo nacimiento, si sabemos que está íntimamente relacionado con ese acto y proceso que llamamos la conversión. Conversión es un giro de 180 grados en nuestra manera de pensar y vivir. Conversión es dejar de vivir de espaldas a Dios, en independencia y lejos de su jurisdicción para volver a la obediencia y unidad con Él. La conversión es un evento -el día que comprendemos nuestra auténtica situación espiritual- y un proceso -que dura toda la vida hasta que Jesús sea formado en nosotros-. En esas dos dimensiones, evento y proceso, podríamos decir que el evento señalaría nuestro nuevo nacimiento, mientras que el proceso señalaría ese proceso de santificación, de volvernos más y más como el Maestro. Los protestantes hemos, acertadamente, enfatizado la importancia del evento, aunque, lamentablemente, muchas veces a costa de darle ensombrecer e incluso anular el papel, importancia y valor del proceso.





...si no nace del agua y del Espíritu. (Juan 3:5)


Ese hombre nuevo, del cual Jesús es el prototipo, el modelo, no puede ser generado humanamente hablando, tiene que ser hecho por el Espíritu de Dios. El propio Juan, en otro apartado de su evangelio, habla acerca de convertirnos en hijos de Dios, y lo expresa del siguiente modo: "estos son los que nacen no por generación natural, por impulso pasional o porque el ser humano lo desee, sino que tienen por Padre a Dios". ¿Cómo el Señor lo lleva a cabo? No lo sabemos, eso forma parte del misterio de la fe, entendiendo como misterio algo que es supra racional, es decir, va mucho más allá de lo que nuestra mente humana tiene la capacidad de procesar y entender. Una realidad que tiene tantas capas de comprensión que nunca llegamos a agotar y siempre vamos encontrando nuevas dimensiones que explorar.

Si bien no sabemos cómo Dios por medio de su Espíritu Santo genera en nosotros ese nuevo nacimiento, si sabemos que está íntimamente relacionado con ese acto y proceso que llamamos la conversión. Conversión es un giro de 180 grados en nuestra manera de pensar y vivir. Conversión es dejar de vivir de espaldas a Dios, en independencia y lejos de su jurisdicción para volver a la obediencia y unidad con Él. La conversión es un evento -el día que comprendemos nuestra auténtica situación espiritual- y un proceso -que dura toda la vida hasta que Jesús sea formado en nosotros-. En esas dos dimensiones, evento y proceso, podríamos decir que el evento señalaría nuestro nuevo nacimiento, mientras que el proceso señalaría ese proceso de santificación, de volvernos más y más como el Maestro. Los protestantes hemos, acertadamente, enfatizado la importancia del evento, aunque, lamentablemente, muchas veces a costa de darle ensombrecer e incluso anular el papel, importancia y valor del proceso.