El Señor está conmigo, nada temo. (Salmo 118:6)


El miedo es una emoción caracterizada por una intensa sensación desagradable provocada por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado. Es una emoción primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza.

El miedo aparece en la experiencia humana como consecuencia del pecado. En Génesis 3 observamos que inmediatamente después de haber desobedecido a Dios y haberse declarado independiente de Él, su autoridad y su jurisdicción, el ser humano comienzo a experimentarlo. Esa emoción estaba ausente antes de la aparición del pecado. Desde entonces, esa emoción forma parte de nuestra realidad.

El miedo no podemos evitarlo, es un mecanismo de defensa que tiene un valor útil. El pecado hace que vivamos en un entorno hostil donde el ser humano se ha convertido en depredador de su hermano. Como consecuencia, la confianza, es decir, la medida en que yo me siento seguro con otros seres humanos, se ha convertido en un bien escaso. Incluso en la iglesia hay inseguridad y debemos de estar en modo protección en muchas ocasiones. 

El presente puede ser una gran fuente de miedos. El futuro puede presentarse amenazador. Incluso algunas personas viven con miedo a que su pasado les pueda alcanzar. Los miedos pueden ser reales, o simplemente imaginarios. Algunos de estos últimos es muy posible que nunca lleguen a materializarse, sin embargo, pagamos el precio por algo que ni tan sólo estamos seguros que se llegará a dar.

En resumen, no podemos evitar el miedo, no sirve de nada espantarlo de nuestras mentes, pero podemos gestionarlo. Gestionarlo implica varios pasos prácticos: El primero, es reconocerlo, ponerle nombre y apellidos, verbalizar qué es lo que nos produce esa emoción. Segundo, Llévalo a la presencia de Dios, háblalo con Él, sin tapujos, sin tratar de ser políticamente correcto, no hace falta, Él ya sabe. Tercero, da gracias porque está contigo, porque sabe lo que te asusta, te amenaza, te genera ansiedad. Cuarto, y último, hazlo una y otra vez, tantas como el miedo te amenaza. Te aseguro que, gradualmente, el miedo cambiará por paz.

 



El Señor está conmigo, nada temo. (Salmo 118:6)


El miedo es una emoción caracterizada por una intensa sensación desagradable provocada por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado. Es una emoción primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza.

El miedo aparece en la experiencia humana como consecuencia del pecado. En Génesis 3 observamos que inmediatamente después de haber desobedecido a Dios y haberse declarado independiente de Él, su autoridad y su jurisdicción, el ser humano comienzo a experimentarlo. Esa emoción estaba ausente antes de la aparición del pecado. Desde entonces, esa emoción forma parte de nuestra realidad.

El miedo no podemos evitarlo, es un mecanismo de defensa que tiene un valor útil. El pecado hace que vivamos en un entorno hostil donde el ser humano se ha convertido en depredador de su hermano. Como consecuencia, la confianza, es decir, la medida en que yo me siento seguro con otros seres humanos, se ha convertido en un bien escaso. Incluso en la iglesia hay inseguridad y debemos de estar en modo protección en muchas ocasiones. 

El presente puede ser una gran fuente de miedos. El futuro puede presentarse amenazador. Incluso algunas personas viven con miedo a que su pasado les pueda alcanzar. Los miedos pueden ser reales, o simplemente imaginarios. Algunos de estos últimos es muy posible que nunca lleguen a materializarse, sin embargo, pagamos el precio por algo que ni tan sólo estamos seguros que se llegará a dar.

En resumen, no podemos evitar el miedo, no sirve de nada espantarlo de nuestras mentes, pero podemos gestionarlo. Gestionarlo implica varios pasos prácticos: El primero, es reconocerlo, ponerle nombre y apellidos, verbalizar qué es lo que nos produce esa emoción. Segundo, Llévalo a la presencia de Dios, háblalo con Él, sin tapujos, sin tratar de ser políticamente correcto, no hace falta, Él ya sabe. Tercero, da gracias porque está contigo, porque sabe lo que te asusta, te amenaza, te genera ansiedad. Cuarto, y último, hazlo una y otra vez, tantas como el miedo te amenaza. Te aseguro que, gradualmente, el miedo cambiará por paz.

 



El Señor está conmigo, nada temo. (Salmo 118:6)


El miedo es una emoción caracterizada por una intensa sensación desagradable provocada por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado. Es una emoción primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza.

El miedo aparece en la experiencia humana como consecuencia del pecado. En Génesis 3 observamos que inmediatamente después de haber desobedecido a Dios y haberse declarado independiente de Él, su autoridad y su jurisdicción, el ser humano comienzo a experimentarlo. Esa emoción estaba ausente antes de la aparición del pecado. Desde entonces, esa emoción forma parte de nuestra realidad.

El miedo no podemos evitarlo, es un mecanismo de defensa que tiene un valor útil. El pecado hace que vivamos en un entorno hostil donde el ser humano se ha convertido en depredador de su hermano. Como consecuencia, la confianza, es decir, la medida en que yo me siento seguro con otros seres humanos, se ha convertido en un bien escaso. Incluso en la iglesia hay inseguridad y debemos de estar en modo protección en muchas ocasiones. 

El presente puede ser una gran fuente de miedos. El futuro puede presentarse amenazador. Incluso algunas personas viven con miedo a que su pasado les pueda alcanzar. Los miedos pueden ser reales, o simplemente imaginarios. Algunos de estos últimos es muy posible que nunca lleguen a materializarse, sin embargo, pagamos el precio por algo que ni tan sólo estamos seguros que se llegará a dar.

En resumen, no podemos evitar el miedo, no sirve de nada espantarlo de nuestras mentes, pero podemos gestionarlo. Gestionarlo implica varios pasos prácticos: El primero, es reconocerlo, ponerle nombre y apellidos, verbalizar qué es lo que nos produce esa emoción. Segundo, Llévalo a la presencia de Dios, háblalo con Él, sin tapujos, sin tratar de ser políticamente correcto, no hace falta, Él ya sabe. Tercero, da gracias porque está contigo, porque sabe lo que te asusta, te amenaza, te genera ansiedad. Cuarto, y último, hazlo una y otra vez, tantas como el miedo te amenaza. Te aseguro que, gradualmente, el miedo cambiará por paz.