Aún estaba lejos cuando el padre lo vio, y profundamente conmovido salió corriendo a su encuentro. (Lucas 15:22)


Aquí nos encontramos con un hombre que actúa totalmente en contra de lo que las normas culturales de su tiempo exigen. Un padre judío habría considerado a su hijo como muerto para siempre. Su comportamiento había sido totalmente ofensivo hacia el padre. Duro y doloroso para este. No iba desencaminado aquel muchacho cuando pensó regresar en la condición de jornalero. Bien sabía lo que había hecho y cómo eso había afectado de forma -al menos en su opinión- irreparable la relación con el padre. 

Pero vamos a centrarnos en el Padre. Dice el texto que se conmovió profundamente. Quiero hacer énfasis en este punto porque este padre, todos sabemos representa la figura de Dios. Dios no nos necesita para nada. Nos equivocamos si creemos que el Señor es un ególatra cósmico que necesita del reconocimiento, la adoración y las alabanzas de la humanidad. Nuestra adoración no le aporta nada de nada. Él es completo en sí mismo y no precisa de los seres humanos ni estos puede añadirle nada de valor. A Dios le mueve única y exclusivamente el amor. Unicamente desea nuestro bien. Tan sólo quiere añadir valor a nuestras vidas, permitir que las podamos vivir de forma plena, llena abundante, con sentido y propósito (Juan 10:10). Todo esto, además, lo hace de forma incondicional, pues así es el amor ágape, el tipo de amor con el cual ama a toda la humanidad. El amor sacrificado, incondicional, que no pide ni espera nada a cambio, que toma la iniciativa y se plasma en increíbles acciones como su muerte en la cruz. Un amor que como un resorte se dispara en el Señor al ver nuestro sufrimiento físico, mental, emocional, espiritual o social. Un amor que a semejanza del padre del relato le impulsa a salir corriendo a nuestro encuentro.

¿Cómo es tu Padre celestial? ¿responde a la imagen del padre del relato de Jesús?



Aún estaba lejos cuando el padre lo vio, y profundamente conmovido salió corriendo a su encuentro. (Lucas 15:22)


Aquí nos encontramos con un hombre que actúa totalmente en contra de lo que las normas culturales de su tiempo exigen. Un padre judío habría considerado a su hijo como muerto para siempre. Su comportamiento había sido totalmente ofensivo hacia el padre. Duro y doloroso para este. No iba desencaminado aquel muchacho cuando pensó regresar en la condición de jornalero. Bien sabía lo que había hecho y cómo eso había afectado de forma -al menos en su opinión- irreparable la relación con el padre. 

Pero vamos a centrarnos en el Padre. Dice el texto que se conmovió profundamente. Quiero hacer énfasis en este punto porque este padre, todos sabemos representa la figura de Dios. Dios no nos necesita para nada. Nos equivocamos si creemos que el Señor es un ególatra cósmico que necesita del reconocimiento, la adoración y las alabanzas de la humanidad. Nuestra adoración no le aporta nada de nada. Él es completo en sí mismo y no precisa de los seres humanos ni estos puede añadirle nada de valor. A Dios le mueve única y exclusivamente el amor. Unicamente desea nuestro bien. Tan sólo quiere añadir valor a nuestras vidas, permitir que las podamos vivir de forma plena, llena abundante, con sentido y propósito (Juan 10:10). Todo esto, además, lo hace de forma incondicional, pues así es el amor ágape, el tipo de amor con el cual ama a toda la humanidad. El amor sacrificado, incondicional, que no pide ni espera nada a cambio, que toma la iniciativa y se plasma en increíbles acciones como su muerte en la cruz. Un amor que como un resorte se dispara en el Señor al ver nuestro sufrimiento físico, mental, emocional, espiritual o social. Un amor que a semejanza del padre del relato le impulsa a salir corriendo a nuestro encuentro.

¿Cómo es tu Padre celestial? ¿responde a la imagen del padre del relato de Jesús?



Aún estaba lejos cuando el padre lo vio, y profundamente conmovido salió corriendo a su encuentro. (Lucas 15:22)


Aquí nos encontramos con un hombre que actúa totalmente en contra de lo que las normas culturales de su tiempo exigen. Un padre judío habría considerado a su hijo como muerto para siempre. Su comportamiento había sido totalmente ofensivo hacia el padre. Duro y doloroso para este. No iba desencaminado aquel muchacho cuando pensó regresar en la condición de jornalero. Bien sabía lo que había hecho y cómo eso había afectado de forma -al menos en su opinión- irreparable la relación con el padre. 

Pero vamos a centrarnos en el Padre. Dice el texto que se conmovió profundamente. Quiero hacer énfasis en este punto porque este padre, todos sabemos representa la figura de Dios. Dios no nos necesita para nada. Nos equivocamos si creemos que el Señor es un ególatra cósmico que necesita del reconocimiento, la adoración y las alabanzas de la humanidad. Nuestra adoración no le aporta nada de nada. Él es completo en sí mismo y no precisa de los seres humanos ni estos puede añadirle nada de valor. A Dios le mueve única y exclusivamente el amor. Unicamente desea nuestro bien. Tan sólo quiere añadir valor a nuestras vidas, permitir que las podamos vivir de forma plena, llena abundante, con sentido y propósito (Juan 10:10). Todo esto, además, lo hace de forma incondicional, pues así es el amor ágape, el tipo de amor con el cual ama a toda la humanidad. El amor sacrificado, incondicional, que no pide ni espera nada a cambio, que toma la iniciativa y se plasma en increíbles acciones como su muerte en la cruz. Un amor que como un resorte se dispara en el Señor al ver nuestro sufrimiento físico, mental, emocional, espiritual o social. Un amor que a semejanza del padre del relato le impulsa a salir corriendo a nuestro encuentro.

¿Cómo es tu Padre celestial? ¿responde a la imagen del padre del relato de Jesús?