Pero no sólo ella; también nosotros, los que estamos en posesión del Espíritu como primicias del futuro, suspiramos en espera de que Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo. (Romanos 8:23)


Pablo introduce en los versículos 18 al 25 el concepto de la esperanza del creyente. Entre otros aspectos me ha llamado especialmente la atención la idea de nuestro deseo de que, finalmente, Dios nos haga sus hijos. Creo que el versículo precisa de una explicación. Ya somos hijos de Dios desde el momento en que aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador personal. Así lo afirma una y otra vez la Escritura. Sin embargo, también es cierto que el día de la conversión fue el comienzo de un largo viaje que tiene como propósito que Jesús sea formado en nuestras vidas, llegar a ser como Él, poder ser aquel ser humano que Dios tuvo en mente y el pecado hizo inviable debido a nuestra relación contra el Padre. 

Somos, pues, gente en proceso de ser más y más similares a Jesús en nuestra forma de pensar y de vivir. Hemos de poder ver y ser conscientes en nuestra experiencia de que esa transformación se va llevando a cabo y que cada día somos más similares a Él, hasta que, como afirma aquí Pablo, un día seremos plenamente iguales al Maestro.


¿Cuán evidente es en tu vida el rastro de Jesús?





Pero no sólo ella; también nosotros, los que estamos en posesión del Espíritu como primicias del futuro, suspiramos en espera de que Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo. (Romanos 8:23)


Pablo introduce en los versículos 18 al 25 el concepto de la esperanza del creyente. Entre otros aspectos me ha llamado especialmente la atención la idea de nuestro deseo de que, finalmente, Dios nos haga sus hijos. Creo que el versículo precisa de una explicación. Ya somos hijos de Dios desde el momento en que aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador personal. Así lo afirma una y otra vez la Escritura. Sin embargo, también es cierto que el día de la conversión fue el comienzo de un largo viaje que tiene como propósito que Jesús sea formado en nuestras vidas, llegar a ser como Él, poder ser aquel ser humano que Dios tuvo en mente y el pecado hizo inviable debido a nuestra relación contra el Padre. 

Somos, pues, gente en proceso de ser más y más similares a Jesús en nuestra forma de pensar y de vivir. Hemos de poder ver y ser conscientes en nuestra experiencia de que esa transformación se va llevando a cabo y que cada día somos más similares a Él, hasta que, como afirma aquí Pablo, un día seremos plenamente iguales al Maestro.


¿Cuán evidente es en tu vida el rastro de Jesús?





Pero no sólo ella; también nosotros, los que estamos en posesión del Espíritu como primicias del futuro, suspiramos en espera de que Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo. (Romanos 8:23)


Pablo introduce en los versículos 18 al 25 el concepto de la esperanza del creyente. Entre otros aspectos me ha llamado especialmente la atención la idea de nuestro deseo de que, finalmente, Dios nos haga sus hijos. Creo que el versículo precisa de una explicación. Ya somos hijos de Dios desde el momento en que aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador personal. Así lo afirma una y otra vez la Escritura. Sin embargo, también es cierto que el día de la conversión fue el comienzo de un largo viaje que tiene como propósito que Jesús sea formado en nuestras vidas, llegar a ser como Él, poder ser aquel ser humano que Dios tuvo en mente y el pecado hizo inviable debido a nuestra relación contra el Padre. 

Somos, pues, gente en proceso de ser más y más similares a Jesús en nuestra forma de pensar y de vivir. Hemos de poder ver y ser conscientes en nuestra experiencia de que esa transformación se va llevando a cabo y que cada día somos más similares a Él, hasta que, como afirma aquí Pablo, un día seremos plenamente iguales al Maestro.


¿Cuán evidente es en tu vida el rastro de Jesús?