Los que se dejan conducir por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. (Romanos 8:14)


Si, como parece indicar el apóstol, tenemos dos naturalezas en pugna en nuestras vidas, hemos de tomar decisiones acerca de cuál de ellas queremos que sea la que gobierne y dirija nuestra vida. Siempre me ha sido de utilidad pensar en la vida como un vehículo. Sólo una persona puede estar al volante del mismo; resulta inconcebible el pensar en dos individuos intentando manejar simultáneamente o pugnando por tomar el control. Sin duda la situación podría resultar catastrófica. 

Pablo indica con total claridad que es nuestra responsabilidad permitir que sea el Espíritu de Dios quien esté al volante de nuestro proyecto vital. Quien conduce decide el destino y la dirección. Quien controla nuestra vida, tal y como escribe el mismo Pablo dirigiéndose a los Gálatas, es quien determina qué tipo de resultados o de frutos produce la misma. Sabemos lo que el Espíritu genera, también lo que genera la carne. El primero nos lleva a la vida y a ser más y más como Jesús; la segunda produce muerte en un sentido amplio como leíamos ayer.

Desde hace muchos años siempre comienzo el día tomando la decisión intencional de pedirle al Espíritu de Jesús que tome el control de mi vida, que la guíe y dirija; que cada área de mi experiencia esté bajo su autoridad y dirección. Hecho esto, a lo largo del día permanezco atento para asegurarme que no soy yo quien vuelve a tomar el volante de mi vida. 


¿Quién, de forma predominante, maneja tu vida? Si prestas atención a los frutos podrás ver indicadores.




Los que se dejan conducir por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. (Romanos 8:14)


Si, como parece indicar el apóstol, tenemos dos naturalezas en pugna en nuestras vidas, hemos de tomar decisiones acerca de cuál de ellas queremos que sea la que gobierne y dirija nuestra vida. Siempre me ha sido de utilidad pensar en la vida como un vehículo. Sólo una persona puede estar al volante del mismo; resulta inconcebible el pensar en dos individuos intentando manejar simultáneamente o pugnando por tomar el control. Sin duda la situación podría resultar catastrófica. 

Pablo indica con total claridad que es nuestra responsabilidad permitir que sea el Espíritu de Dios quien esté al volante de nuestro proyecto vital. Quien conduce decide el destino y la dirección. Quien controla nuestra vida, tal y como escribe el mismo Pablo dirigiéndose a los Gálatas, es quien determina qué tipo de resultados o de frutos produce la misma. Sabemos lo que el Espíritu genera, también lo que genera la carne. El primero nos lleva a la vida y a ser más y más como Jesús; la segunda produce muerte en un sentido amplio como leíamos ayer.

Desde hace muchos años siempre comienzo el día tomando la decisión intencional de pedirle al Espíritu de Jesús que tome el control de mi vida, que la guíe y dirija; que cada área de mi experiencia esté bajo su autoridad y dirección. Hecho esto, a lo largo del día permanezco atento para asegurarme que no soy yo quien vuelve a tomar el volante de mi vida. 


¿Quién, de forma predominante, maneja tu vida? Si prestas atención a los frutos podrás ver indicadores.




Ahora, en cambio, muertos a la ley que nos tenía bajo su yugo, hemos quedado liberados de ella y podemos servir a Dios, no según la letra de  la vieja ley, sino conforme a la nueva vida del Espíritu. (Romanos 7:6)


El argumento del apóstol es muy simple: Somos identificados con Cristo en su muerte, por tanto, el pecado ya no tiene poder sobre nosotros, ya no estamos bajo la autoridad de la ley ¡Somos libres! Ahora bien, Pablo nos invita a que usemos esa libertad para entregarnos de forma voluntaria a la práctica del bien, a la imitación de Jesús, a demostrar su carácter en nuestra vida cotidiana. Pero, como bien sabemos, el ejercicio de la libertad tiene sus riesgos. Podemos usar esa recién ganada libertad para el servicio apasionado a Dios o, por el contrario, podemos usarla para continuar obedeciendo nuestros impulsos y seguir pecando. Creo, sin ninguna duda, que cuando lo usamos en esta dirección nuestro postrer estado es peor que el primero. No hay nada más penoso que ver a alguien que haciendo uso de su libertad ha vuelto a esclavizarse. Probablemente tenga relación con aquel pasaje en que Jesús habla que después que un espíritu ha sido expulsado al volver y ver la casa limpia y ordenada, se va y regresa con otros espíritus malignos, haciendo que la situación de la persona sea mucho peor. 

Libres para escoger el bien, no para esclavizarnos de nuevo al mal.


¿Qué uso haces de tu libertad?