Sabido es que el cuerpo, siendo uno, tiene muchos miembros, y que los diversos miembros, por muchos que sean, constituyen un solo cuerpo. Lo mismo sucede con Cristo. Todos nosotros, en efecto, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido en el bautismo un mismo Espíritu, a fin de formar un solo cuerpo; a todos se nos ha dado a beber de un mismo Espíritu. (1 Corintios 12:12-13)

El pasaje al que pertenecen estos versículos es muy profundo. En el mismo se nos habla de la unidad en la diversidad, de la pertenencia común a un mismo cuerpo místico, la iglesia, al que todos hemos sido incorporados por el hecho de haber recibido el bautismo y el Espíritu Santo que, como el mismo Pablo indica, es la paga y señal, la prenda, la garantía de nuestra pertenencia a la familia del Señor y de la herencia futura que recibiremos.

Y aquí es donde probablemente entramos en conflicto con nuestra propia teología personal y/o denominacional, una teología que nos lleva a excluir del cuerpo a aquellos que no piensan, sienten o viven la fe como la vivimos nosotros. Me explicaré. Mis hermanos católicos no me permiten tomar la comunión porque, en su opinión, no estoy plenamente integrado en el cuerpo debido a que no soy católico y no creo en la transubstanciación. Muchos de mis hermanos evangélicos ni siquiera pueden imaginar que un católico pueda tener una relación personal con Dios y tan solo si se convierten a la fe evangélica pueden ser salvos. Aquí vemos como la teología condiciona la revelación y forzamos esta última en nuestra teología. ¡En fin! A las pruebas me remito. Todos aquellos que han recibido el Espíritu por medio del bautismo son parte del cuerpo. Claro que ahora, el polemista comenzará a argumentar que el único bautismo válido es el que él practica ¡Faltaría más!

¿Cuán flexibles eres para reconocer el cuerpo de Cristo?

 


Sabido es que el cuerpo, siendo uno, tiene muchos miembros, y que los diversos miembros, por muchos que sean, constituyen un solo cuerpo. Lo mismo sucede con Cristo. Todos nosotros, en efecto, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido en el bautismo un mismo Espíritu, a fin de formar un solo cuerpo; a todos se nos ha dado a beber de un mismo Espíritu. (1 Corintios 12:12-13)

El pasaje al que pertenecen estos versículos es muy profundo. En el mismo se nos habla de la unidad en la diversidad, de la pertenencia común a un mismo cuerpo místico, la iglesia, al que todos hemos sido incorporados por el hecho de haber recibido el bautismo y el Espíritu Santo que, como el mismo Pablo indica, es la paga y señal, la prenda, la garantía de nuestra pertenencia a la familia del Señor y de la herencia futura que recibiremos.

Y aquí es donde probablemente entramos en conflicto con nuestra propia teología personal y/o denominacional, una teología que nos lleva a excluir del cuerpo a aquellos que no piensan, sienten o viven la fe como la vivimos nosotros. Me explicaré. Mis hermanos católicos no me permiten tomar la comunión porque, en su opinión, no estoy plenamente integrado en el cuerpo debido a que no soy católico y no creo en la transubstanciación. Muchos de mis hermanos evangélicos ni siquiera pueden imaginar que un católico pueda tener una relación personal con Dios y tan solo si se convierten a la fe evangélica pueden ser salvos. Aquí vemos como la teología condiciona la revelación y forzamos esta última en nuestra teología. ¡En fin! A las pruebas me remito. Todos aquellos que han recibido el Espíritu por medio del bautismo son parte del cuerpo. Claro que ahora, el polemista comenzará a argumentar que el único bautismo válido es el que él practica ¡Faltaría más!

¿Cuán flexibles eres para reconocer el cuerpo de Cristo?

 


Sabido es que el cuerpo, siendo uno, tiene muchos miembros, y que los diversos miembros, por muchos que sean, constituyen un solo cuerpo. Lo mismo sucede con Cristo. Todos nosotros, en efecto, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido en el bautismo un mismo Espíritu, a fin de formar un solo cuerpo; a todos se nos ha dado a beber de un mismo Espíritu. (1 Corintios 12:12-13)

El pasaje al que pertenecen estos versículos es muy profundo. En el mismo se nos habla de la unidad en la diversidad, de la pertenencia común a un mismo cuerpo místico, la iglesia, al que todos hemos sido incorporados por el hecho de haber recibido el bautismo y el Espíritu Santo que, como el mismo Pablo indica, es la paga y señal, la prenda, la garantía de nuestra pertenencia a la familia del Señor y de la herencia futura que recibiremos.

Y aquí es donde probablemente entramos en conflicto con nuestra propia teología personal y/o denominacional, una teología que nos lleva a excluir del cuerpo a aquellos que no piensan, sienten o viven la fe como la vivimos nosotros. Me explicaré. Mis hermanos católicos no me permiten tomar la comunión porque, en su opinión, no estoy plenamente integrado en el cuerpo debido a que no soy católico y no creo en la transubstanciación. Muchos de mis hermanos evangélicos ni siquiera pueden imaginar que un católico pueda tener una relación personal con Dios y tan solo si se convierten a la fe evangélica pueden ser salvos. Aquí vemos como la teología condiciona la revelación y forzamos esta última en nuestra teología. ¡En fin! A las pruebas me remito. Todos aquellos que han recibido el Espíritu por medio del bautismo son parte del cuerpo. Claro que ahora, el polemista comenzará a argumentar que el único bautismo válido es el que él practica ¡Faltaría más!

¿Cuán flexibles eres para reconocer el cuerpo de Cristo?