Al instante, el padre del muchacho exclamó: «¡Creo! ¡Ayúdame en mi incredulidad!» (Marcos 9:24)


Estas palabras, según narra Marcos en su evangelio, fueron dichas por un padre que le había pedido a Jesús que sanara a su hijo quien estaba poseído por un demonio. Creo que reflejan muy bien lo que estamos experimentando muchos seguidores del Maestro en estos momentos, una lucha entre la mente y el corazón. En nuestro cerebro creemos todas las promesas del Señor. Muchos incluso las sabemos de memoria y, en más de una ocasión, se las hemos compartido a aquellos que pasaban por momentos de dificultad, dolor y sufrimiento. Otra cosa diferente es cuando las mismas nos las tenemos que aplicar en nuestras propias vidas. Ahí la cosa cambia radicalmente.

Y esto lo está poniendo de evidencia la crisis del coronavirus. Nos está tocando poner en práctica lo que sabemos y muchos de nosotros nos estamos dando cuenta que existe una brecha considerable entre la mente y el corazón. Está evidenciando que nuestro concepto de creer está equivocado. Nosotros, hijos de la cultura griega, estamos educados en la idea de que creer es estar de acuerdo con ciertas ideas, pensamientos o conceptos. En la cultura hebrea, de la cual la Biblia es un producto, creer significa experimentar, tener incorporado algo en nuestra experiencia vital. Por decirlo de alguna manera, creemos a la griega pero no a la hebrea.

Pero, como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga. La crisis está haciendo manifiesta una realidad, y al hacerlo, no está dando una oportunidad de oro para clamar al Señor que nos ayude a creer más, que nos eche una mano con nuestra incredulidad. No hay que avergonzarse de ello, pero hay que trabajarlo.


¿Qué respuesta hacia Dios te sugieren estas palabras?


Al instante, el padre del muchacho exclamó: «¡Creo! ¡Ayúdame en mi incredulidad!» (Marcos 9:24)


Estas palabras, según narra Marcos en su evangelio, fueron dichas por un padre que le había pedido a Jesús que sanara a su hijo quien estaba poseído por un demonio. Creo que reflejan muy bien lo que estamos experimentando muchos seguidores del Maestro en estos momentos, una lucha entre la mente y el corazón. En nuestro cerebro creemos todas las promesas del Señor. Muchos incluso las sabemos de memoria y, en más de una ocasión, se las hemos compartido a aquellos que pasaban por momentos de dificultad, dolor y sufrimiento. Otra cosa diferente es cuando las mismas nos las tenemos que aplicar en nuestras propias vidas. Ahí la cosa cambia radicalmente.

Y esto lo está poniendo de evidencia la crisis del coronavirus. Nos está tocando poner en práctica lo que sabemos y muchos de nosotros nos estamos dando cuenta que existe una brecha considerable entre la mente y el corazón. Está evidenciando que nuestro concepto de creer está equivocado. Nosotros, hijos de la cultura griega, estamos educados en la idea de que creer es estar de acuerdo con ciertas ideas, pensamientos o conceptos. En la cultura hebrea, de la cual la Biblia es un producto, creer significa experimentar, tener incorporado algo en nuestra experiencia vital. Por decirlo de alguna manera, creemos a la griega pero no a la hebrea.

Pero, como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga. La crisis está haciendo manifiesta una realidad, y al hacerlo, no está dando una oportunidad de oro para clamar al Señor que nos ayude a creer más, que nos eche una mano con nuestra incredulidad. No hay que avergonzarse de ello, pero hay que trabajarlo.


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Al instante, el padre del muchacho exclamó: «¡Creo! ¡Ayúdame en mi incredulidad!» (Marcos 9:24)


Estas palabras, según narra Marcos en su evangelio, fueron dichas por un padre que le había pedido a Jesús que sanara a su hijo quien estaba poseído por un demonio. Creo que reflejan muy bien lo que estamos experimentando muchos seguidores del Maestro en estos momentos, una lucha entre la mente y el corazón. En nuestro cerebro creemos todas las promesas del Señor. Muchos incluso las sabemos de memoria y, en más de una ocasión, se las hemos compartido a aquellos que pasaban por momentos de dificultad, dolor y sufrimiento. Otra cosa diferente es cuando las mismas nos las tenemos que aplicar en nuestras propias vidas. Ahí la cosa cambia radicalmente.

Y esto lo está poniendo de evidencia la crisis del coronavirus. Nos está tocando poner en práctica lo que sabemos y muchos de nosotros nos estamos dando cuenta que existe una brecha considerable entre la mente y el corazón. Está evidenciando que nuestro concepto de creer está equivocado. Nosotros, hijos de la cultura griega, estamos educados en la idea de que creer es estar de acuerdo con ciertas ideas, pensamientos o conceptos. En la cultura hebrea, de la cual la Biblia es un producto, creer significa experimentar, tener incorporado algo en nuestra experiencia vital. Por decirlo de alguna manera, creemos a la griega pero no a la hebrea.

Pero, como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga. La crisis está haciendo manifiesta una realidad, y al hacerlo, no está dando una oportunidad de oro para clamar al Señor que nos ayude a creer más, que nos eche una mano con nuestra incredulidad. No hay que avergonzarse de ello, pero hay que trabajarlo.


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