¿Hasta cuándo, Señor, he de pedir ayuda sin que Tú me escuches? (Habacuc 1:2)


Cualquiera que lea el breve libro del profeta Habacuc se sorprenderá por la honestidad y crudeza con que ese hombre se relacionaba con Dios. Había cosas que su mente no podía entender por más vueltas y vueltas que le diera. Su contemplación de la realidad que le rodeaba parecía abrumarle y, consecuentemente, sin ningún tipo de corrección política se lo presentó ante Dios y le expresó su angustia y perplejidad. No es el único personaje de las Escrituras que actúa así con Dios. Recordemos a David y sus salmos imprecatorios, a Jeremías tras la destrucción de Jerusalén, a Job protestando por su inocencia y la injusticia que estaba viviendo. Y no olvidemos, finalmente, a Jesús clamando al Padre por haberlo abandonado.

Conforme el dolor y el sufrimiento producido por la pandemia va creciendo y creciendo y se va acercando a nuestra pequeña realidad es normal que nuestra angustia crezca y las preguntas para el Señor se multipliquen. No hay que callárselas, no hay que quitarlas de la mente como quien quita una mosca molesta de nuestros rostros en pleno verano. Hay que hablarlas con Dios, hay que verbalizarlas, hay que compartir con Él nuestra perplejidad y falta de entendimiento ante situaciones que nos desbordan y que, en nuestra opinión, carecen de todo sentido lógico. Hazlo, no te sepa mal, no te avergüences. Dios es un Padre amoroso que entiende y acepta con amor el dolor y confusión de sus hijos.

Habla con el Padre






¿Hasta cuándo, Señor, he de pedir ayuda sin que Tú me escuches? (Habacuc 1:2)


Cualquiera que lea el breve libro del profeta Habacuc se sorprenderá por la honestidad y crudeza con que ese hombre se relacionaba con Dios. Había cosas que su mente no podía entender por más vueltas y vueltas que le diera. Su contemplación de la realidad que le rodeaba parecía abrumarle y, consecuentemente, sin ningún tipo de corrección política se lo presentó ante Dios y le expresó su angustia y perplejidad. No es el único personaje de las Escrituras que actúa así con Dios. Recordemos a David y sus salmos imprecatorios, a Jeremías tras la destrucción de Jerusalén, a Job protestando por su inocencia y la injusticia que estaba viviendo. Y no olvidemos, finalmente, a Jesús clamando al Padre por haberlo abandonado.

Conforme el dolor y el sufrimiento producido por la pandemia va creciendo y creciendo y se va acercando a nuestra pequeña realidad es normal que nuestra angustia crezca y las preguntas para el Señor se multipliquen. No hay que callárselas, no hay que quitarlas de la mente como quien quita una mosca molesta de nuestros rostros en pleno verano. Hay que hablarlas con Dios, hay que verbalizarlas, hay que compartir con Él nuestra perplejidad y falta de entendimiento ante situaciones que nos desbordan y que, en nuestra opinión, carecen de todo sentido lógico. Hazlo, no te sepa mal, no te avergüences. Dios es un Padre amoroso que entiende y acepta con amor el dolor y confusión de sus hijos.

Habla con el Padre






¿Hasta cuándo, Señor, he de pedir ayuda sin que Tú me escuches? (Habacuc 1:2)


Cualquiera que lea el breve libro del profeta Habacuc se sorprenderá por la honestidad y crudeza con que ese hombre se relacionaba con Dios. Había cosas que su mente no podía entender por más vueltas y vueltas que le diera. Su contemplación de la realidad que le rodeaba parecía abrumarle y, consecuentemente, sin ningún tipo de corrección política se lo presentó ante Dios y le expresó su angustia y perplejidad. No es el único personaje de las Escrituras que actúa así con Dios. Recordemos a David y sus salmos imprecatorios, a Jeremías tras la destrucción de Jerusalén, a Job protestando por su inocencia y la injusticia que estaba viviendo. Y no olvidemos, finalmente, a Jesús clamando al Padre por haberlo abandonado.

Conforme el dolor y el sufrimiento producido por la pandemia va creciendo y creciendo y se va acercando a nuestra pequeña realidad es normal que nuestra angustia crezca y las preguntas para el Señor se multipliquen. No hay que callárselas, no hay que quitarlas de la mente como quien quita una mosca molesta de nuestros rostros en pleno verano. Hay que hablarlas con Dios, hay que verbalizarlas, hay que compartir con Él nuestra perplejidad y falta de entendimiento ante situaciones que nos desbordan y que, en nuestra opinión, carecen de todo sentido lógico. Hazlo, no te sepa mal, no te avergüences. Dios es un Padre amoroso que entiende y acepta con amor el dolor y confusión de sus hijos.

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