Sondéame, oh Dios, conoce mi corazón. (Salmo 139:23)


Hay una bien conocida frase que afirma que quienes no conocen la historia están condenados a repetirla. Personalmente, haciéndome eco de esa afirmación, diría que sin reflexión no hay transformación. Si de tanto en tanto no nos paramos para mirar hacia atrás y ver si estamos andando de forma correcta, tenemos enormes posibilidades de acabar perdiéndonos en nuestro proyecto vital. No lo olvidemos, movimiento y dirección no son sinónimos. Podemos caminar rápido, motivados y con entusiasmo, pero yendo en la dirección contraria a la que deberíamos ir. 

Una vez más quiero afirmar que el día es la unidad de tiempo que el Señor nos ha dado para vivir; un día cada vez. He hablado de la importancia que tiene la forma en que lo comenzamos porque determina, en buena medida, como lo viviremos. He insistido en empezar alineándonos con Dios y su voluntad, siendo intencionales en vivir como agentes de restauración. He insistido también en la importancia de la pausa. Rememorando a Daniel que oraba tres veces al día y la oración pausada y reglada de los monasterios. Pausar para ver si seguimos alineados con el Señor e introducir las medidas correctivas que sean necesarias.

Para cerrar este ciclo quiero hablar del final del día y la palabra clave sería, evaluación. La propuesta es acabar la jornada tomando un tiempo para presentar nuestra vida ante Dios y pedirle, como nos enseña el salmista, que examine, sondee, evalúe, analice nuestro corazón. Nos de luz sobre la forma en que hemos vivido el día que llega a su fin. Nos muestre en qué medida hemos estado alineados con Él y unidos a su plan de restaurar un mundo roto. Nos refuerce en aquello que hemos hecho bien y nos muestre qué debemos hacer diferente en el nuevo día que, si es su voluntad, enfrentaremos al día siguiente.


¿Cómo comienzas, vives y acabas el día?



Sondéame, oh Dios, conoce mi corazón. (Salmo 139:23)


Hay una bien conocida frase que afirma que quienes no conocen la historia están condenados a repetirla. Personalmente, haciéndome eco de esa afirmación, diría que sin reflexión no hay transformación. Si de tanto en tanto no nos paramos para mirar hacia atrás y ver si estamos andando de forma correcta, tenemos enormes posibilidades de acabar perdiéndonos en nuestro proyecto vital. No lo olvidemos, movimiento y dirección no son sinónimos. Podemos caminar rápido, motivados y con entusiasmo, pero yendo en la dirección contraria a la que deberíamos ir. 

Una vez más quiero afirmar que el día es la unidad de tiempo que el Señor nos ha dado para vivir; un día cada vez. He hablado de la importancia que tiene la forma en que lo comenzamos porque determina, en buena medida, como lo viviremos. He insistido en empezar alineándonos con Dios y su voluntad, siendo intencionales en vivir como agentes de restauración. He insistido también en la importancia de la pausa. Rememorando a Daniel que oraba tres veces al día y la oración pausada y reglada de los monasterios. Pausar para ver si seguimos alineados con el Señor e introducir las medidas correctivas que sean necesarias.

Para cerrar este ciclo quiero hablar del final del día y la palabra clave sería, evaluación. La propuesta es acabar la jornada tomando un tiempo para presentar nuestra vida ante Dios y pedirle, como nos enseña el salmista, que examine, sondee, evalúe, analice nuestro corazón. Nos de luz sobre la forma en que hemos vivido el día que llega a su fin. Nos muestre en qué medida hemos estado alineados con Él y unidos a su plan de restaurar un mundo roto. Nos refuerce en aquello que hemos hecho bien y nos muestre qué debemos hacer diferente en el nuevo día que, si es su voluntad, enfrentaremos al día siguiente.


¿Cómo comienzas, vives y acabas el día?