Ahora, pues, —oráculo del Señor— volveos hacia mí de todo corazón, con ayuno, lágrimas y lamento. Rasgad vuestro corazón en lugar de vuestros vestidos; volveos al Señor, vuestro Dios, que es misericordioso y compasivo, lento para airarse y lleno de amor, siempre dispuesto a no hacer mal. (Oseas 3:12 y 13)



El Señor denuncia la situación de su pueblo por medio del profeta pero también le ofrece la salida a la misma. Estos versículos nos enseñan que el problema del ser humano es un problema del corazón. En la forma hebrea de ver y concebir el mundo el corazón es el centro de control, es desde donde se toman las decisiones y se genera el proyecto de vida. En el mundo hebreo el corazón no está relacionado, como en el occidental, con las emociones que para ellos residían en las entrañas. 

Por eso, cuando el Señor indica que nos hemos de volver a Él de todo corazón no está hablando de tener unas emociones que nos embarguen sino una voluntad que está dispuesta a someterse a Dios, porque es ésta, la voluntad, la que generará las fuerzas necesarias para acometer los cambios necesarios en nuestra manera de vivir, en nuestros valores, prioridades, actitudes, motivaciones, etc. 

Esta idea queda reforzada cuando en el mismo pasaje se indica que -simbólicamente- si hay un deseo de cambio se rasgue el corazón y no las ropas. Rasgarse las vestiduras era un signo de arrepentimiento, del deseo de cambio, de conciencia de estar viviendo mal. Sin embargo, el profeta sabe perfectamente que es posible rasgarse el exterior dejando total y absolutamente intacto el interior, el corazón. 

Todo cambio, para que sea genuino, auténtico y sostenible tiene que darse en el corazón, de lo contrario es mera pantalla superficial. El corazón es el centro que todo lo controla y gobierna. Es por eso por lo que el libro de Proverbios afirma, que sobre toda cosa guardada guarda tu corazón porque de él mana la vida.


¿Cuál es el estado de tu corazón? ¿Qué puedes hacer para guardarlo?