Jesús dijo al hombre de la mano atrofiada: -Ponte ahí en medio. Luego preguntó a los otros: -¿Qué es lo que se permite en sábado? ¿Hacer el bien o hacer el mal? ¿Salvar una vida o destruirla? Ellos callaron. Al verlos tan obcecados, Jesús les echó una mirada, enojado y entristecido al mismo tiempo, y dijo al enfermo: -Extiende tu mano. Él la extendió y la mano recuperó el movimiento. (Marcos 3:3-5)

Este relato aparece en los tres evangelios sinópticos. Hay breves variaciones entre uno y otro. En uno de los textos son los fariseos los que plantean la cuestión sobre lo lícito o no de sanar en el día sábado; en los otros es el mismo Jesús quien lo pone sobre la mesa. El punto central, sin embargo, es en todos ellos el mismo, las necesidades del ser humano versus la prioridad en mantener las tradiciones religiosas.

Jesús estaba quebrantando la observancia del sábado de forma intencional y premeditada. Sabía lo que hacía. La tradición impedía que se sanara en el día de reposo porque curar era trabajar. Ciertamente había excepciones relacionadas con personas cuya vida estaba en riesgo. Era evidente, no obstante, que la situación de aquel hombre no entraba en dicha categoría y bien podría haber sido sanado el día siguiente sin que ello hubiera significado un cambio dramático en sus circunstancias. Pero la oportunidad se presenta y, sin ninguna duda, Jesús la utiliza con un doble propósito: hacer el bien a alguien en necesidad y marcar las prioridades que deben regir la vida de sus seguidores. El Maestro era un observante de la ley. Era frecuente verlo en las sinagogas y acudir al templo. Celebraba la Pascual y otras fiestas importantes de Israel. Frente a nuestra tendencia de polarizarnos hacia un extremo u otro, Él nos muestra que el discernimiento siempre es fundamental y que cuando se trata de priorizar siempre hemos de darle preeminencia al ser humano y sus necesidades por encima de las tradiciones y reglas religiosas por muy queridas, valiosas y reverenciadas que aquellas sean. 

Hay dos cosas más que me llaman la atención en este pasaje. La primera es la reacción de Jesús ante la mente cerrada de los religiosos. Dos sentimientos muy poderosos son mencionados: la ira y la tristeza. La primera es una reacción producida cuando uno siente que sus valores morales más íntimos e importantes han sido violados o confronta situaciones que considera inaceptables. Es una reacción de indignación ante lo que se considera ofensivo y ultrajoso. La segunda es definida como un dolor emocional o estado afectivo provocado por un decaimiento espiritual. ¿Podemos imaginar el estado anímico de Jesús ante la actitud de indiferencia de los fariseos delante del dolor humano? ¿Podemos imaginar cómo éste se reflejó en su rostro? La otra cosa que me llama la atención es la respuesta de los fariseos, deciden acabar con Jesús y comienzan a conspirar en su contra. 

Creo que los seres humanos somos intolerantes como consecuencia del pecado y esto se manifiesta de múltiples maneras. Pero tal vez la intolerancia más peligrosa es la de las personas religiosas. Podemos comprobarlo con los radicalismos de uno u otro color. En el nombre del dios de turno generamos todo un sistema de creencias, valores y tradiciones que no aceptamos que nada ni nadie lo cuestione y, si alguien lo hace, cargamos contra él incluso con violencia si es preciso. Los cristianos no estamos exentos de ese peligro y con frecuencia a lo largo de nuestra historia pasada y presente lo hemos practicado con refinamiento. Jesús nos enseña que para Dios es más importante un ser humano y sus necesidades que cualquier tradición, principio o dogma religioso y que cuando ambas cosas entren en conflicto es fácil saber por cuál optar.


¿Cuál es tu opción? ¿Cómo se manifiesta en tu vida cotidiana?



Jesús dijo al hombre de la mano atrofiada: -Ponte ahí en medio. Luego preguntó a los otros: -¿Qué es lo que se permite en sábado? ¿Hacer el bien o hacer el mal? ¿Salvar una vida o destruirla? Ellos callaron. Al verlos tan obcecados, Jesús les echó una mirada, enojado y entristecido al mismo tiempo, y dijo al enfermo: -Extiende tu mano. Él la extendió y la mano recuperó el movimiento. (Marcos 3:3-5)

Este relato aparece en los tres evangelios sinópticos. Hay breves variaciones entre uno y otro. En uno de los textos son los fariseos los que plantean la cuestión sobre lo lícito o no de sanar en el día sábado; en los otros es el mismo Jesús quien lo pone sobre la mesa. El punto central, sin embargo, es en todos ellos el mismo, las necesidades del ser humano versus la prioridad en mantener las tradiciones religiosas.

Jesús estaba quebrantando la observancia del sábado de forma intencional y premeditada. Sabía lo que hacía. La tradición impedía que se sanara en el día de reposo porque curar era trabajar. Ciertamente había excepciones relacionadas con personas cuya vida estaba en riesgo. Era evidente, no obstante, que la situación de aquel hombre no entraba en dicha categoría y bien podría haber sido sanado el día siguiente sin que ello hubiera significado un cambio dramático en sus circunstancias. Pero la oportunidad se presenta y, sin ninguna duda, Jesús la utiliza con un doble propósito: hacer el bien a alguien en necesidad y marcar las prioridades que deben regir la vida de sus seguidores. El Maestro era un observante de la ley. Era frecuente verlo en las sinagogas y acudir al templo. Celebraba la Pascual y otras fiestas importantes de Israel. Frente a nuestra tendencia de polarizarnos hacia un extremo u otro, Él nos muestra que el discernimiento siempre es fundamental y que cuando se trata de priorizar siempre hemos de darle preeminencia al ser humano y sus necesidades por encima de las tradiciones y reglas religiosas por muy queridas, valiosas y reverenciadas que aquellas sean. 

Hay dos cosas más que me llaman la atención en este pasaje. La primera es la reacción de Jesús ante la mente cerrada de los religiosos. Dos sentimientos muy poderosos son mencionados: la ira y la tristeza. La primera es una reacción producida cuando uno siente que sus valores morales más íntimos e importantes han sido violados o confronta situaciones que considera inaceptables. Es una reacción de indignación ante lo que se considera ofensivo y ultrajoso. La segunda es definida como un dolor emocional o estado afectivo provocado por un decaimiento espiritual. ¿Podemos imaginar el estado anímico de Jesús ante la actitud de indiferencia de los fariseos delante del dolor humano? ¿Podemos imaginar cómo éste se reflejó en su rostro? La otra cosa que me llama la atención es la respuesta de los fariseos, deciden acabar con Jesús y comienzan a conspirar en su contra. 

Creo que los seres humanos somos intolerantes como consecuencia del pecado y esto se manifiesta de múltiples maneras. Pero tal vez la intolerancia más peligrosa es la de las personas religiosas. Podemos comprobarlo con los radicalismos de uno u otro color. En el nombre del dios de turno generamos todo un sistema de creencias, valores y tradiciones que no aceptamos que nada ni nadie lo cuestione y, si alguien lo hace, cargamos contra él incluso con violencia si es preciso. Los cristianos no estamos exentos de ese peligro y con frecuencia a lo largo de nuestra historia pasada y presente lo hemos practicado con refinamiento. Jesús nos enseña que para Dios es más importante un ser humano y sus necesidades que cualquier tradición, principio o dogma religioso y que cuando ambas cosas entren en conflicto es fácil saber por cuál optar.


¿Cuál es tu opción? ¿Cómo se manifiesta en tu vida cotidiana?



Jesús dijo al hombre de la mano atrofiada: -Ponte ahí en medio. Luego preguntó a los otros: -¿Qué es lo que se permite en sábado? ¿Hacer el bien o hacer el mal? ¿Salvar una vida o destruirla? Ellos callaron. Al verlos tan obcecados, Jesús les echó una mirada, enojado y entristecido al mismo tiempo, y dijo al enfermo: -Extiende tu mano. Él la extendió y la mano recuperó el movimiento. (Marcos 3:3-5)

Este relato aparece en los tres evangelios sinópticos. Hay breves variaciones entre uno y otro. En uno de los textos son los fariseos los que plantean la cuestión sobre lo lícito o no de sanar en el día sábado; en los otros es el mismo Jesús quien lo pone sobre la mesa. El punto central, sin embargo, es en todos ellos el mismo, las necesidades del ser humano versus la prioridad en mantener las tradiciones religiosas.

Jesús estaba quebrantando la observancia del sábado de forma intencional y premeditada. Sabía lo que hacía. La tradición impedía que se sanara en el día de reposo porque curar era trabajar. Ciertamente había excepciones relacionadas con personas cuya vida estaba en riesgo. Era evidente, no obstante, que la situación de aquel hombre no entraba en dicha categoría y bien podría haber sido sanado el día siguiente sin que ello hubiera significado un cambio dramático en sus circunstancias. Pero la oportunidad se presenta y, sin ninguna duda, Jesús la utiliza con un doble propósito: hacer el bien a alguien en necesidad y marcar las prioridades que deben regir la vida de sus seguidores. El Maestro era un observante de la ley. Era frecuente verlo en las sinagogas y acudir al templo. Celebraba la Pascual y otras fiestas importantes de Israel. Frente a nuestra tendencia de polarizarnos hacia un extremo u otro, Él nos muestra que el discernimiento siempre es fundamental y que cuando se trata de priorizar siempre hemos de darle preeminencia al ser humano y sus necesidades por encima de las tradiciones y reglas religiosas por muy queridas, valiosas y reverenciadas que aquellas sean. 

Hay dos cosas más que me llaman la atención en este pasaje. La primera es la reacción de Jesús ante la mente cerrada de los religiosos. Dos sentimientos muy poderosos son mencionados: la ira y la tristeza. La primera es una reacción producida cuando uno siente que sus valores morales más íntimos e importantes han sido violados o confronta situaciones que considera inaceptables. Es una reacción de indignación ante lo que se considera ofensivo y ultrajoso. La segunda es definida como un dolor emocional o estado afectivo provocado por un decaimiento espiritual. ¿Podemos imaginar el estado anímico de Jesús ante la actitud de indiferencia de los fariseos delante del dolor humano? ¿Podemos imaginar cómo éste se reflejó en su rostro? La otra cosa que me llama la atención es la respuesta de los fariseos, deciden acabar con Jesús y comienzan a conspirar en su contra. 

Creo que los seres humanos somos intolerantes como consecuencia del pecado y esto se manifiesta de múltiples maneras. Pero tal vez la intolerancia más peligrosa es la de las personas religiosas. Podemos comprobarlo con los radicalismos de uno u otro color. En el nombre del dios de turno generamos todo un sistema de creencias, valores y tradiciones que no aceptamos que nada ni nadie lo cuestione y, si alguien lo hace, cargamos contra él incluso con violencia si es preciso. Los cristianos no estamos exentos de ese peligro y con frecuencia a lo largo de nuestra historia pasada y presente lo hemos practicado con refinamiento. Jesús nos enseña que para Dios es más importante un ser humano y sus necesidades que cualquier tradición, principio o dogma religioso y que cuando ambas cosas entren en conflicto es fácil saber por cuál optar.


¿Cuál es tu opción? ¿Cómo se manifiesta en tu vida cotidiana?