Todo el mundo sirve al principio el vino de mejor calidad, y cuando los invitados han bebido en abundancia, se saca el corriente. Tú, en cambio, has reservado el mejor vino para última hora.
Jesús hizo este primer milagro en Caná de Galilea. Manifestó así su gloria y sus discípulos creyeron en él. Después de esto, bajó a Cafarnaún acompañado por su madre, sus hermanos y sus discípulos. Y permanecieron allí unos cuantos días. (Juan 2:10-12)

Los cristianos siempre hemos tenido una relación complicada con el placer, especialmente con aquellos de tipo físico; porque también existen placeres emocionales, intelectuales e incluso espirituales. Al pensar en ello viene a mi mente la sarcástica frase: "todo lo que me gusta o es pecado o engorda". En el mejor de las casos el placer es sospecho. En el peor escenario siempre es pecado. Entiendo que todo ello viene de la tremenda influencia que el pensamiento griego ha ejercido sobre el cristianismo. Para ellos todo lo relacionado con el cuerpo era malo por definición. Éste era la prisión del alma y sólo la dimensión espiritual tenía auténtico valor ¡Qué barbaridad! Precisamente la encarnación de Dios en la persona de Jesús dignifica la dimensión física de nuestra humanidad, la honra y le da valor. Resultado de todo ello es que no tenemos, en mi humilde y modesta opinión, una buena reflexión teológica sobre el placer.
Esto último no deja de ser curioso y preocupante si tenemos en cuenta que la capacidad del ser humano para experimentar placer es algo pensado y concedido por Dios. Él es quien ha creado el orgasmo. Quien ha diseñado nuestro cuerpo de tal manera que pueda dar y recibir placer físico en dimensiones bellísimas y enormemente satisfactorias. Dios mismo ha diseñado nuestro organismo para que podamos disfrutar de la comida y la bebida. Ambas cosas podrían ser única y exclusivamente funciones mecánicas que sirvieran para el sostenimiento de la vida, sin embargo el Señor las ha vinculado ambas al placer. Podríamos seguir y hacer una lista muy, pero que muy extensa. 
No deja de ser pues significativo que el primer milagro llevado a cabo por Jesús -según indica el evangelista Juan- tuviera como finalidad el producir placer al ser humano, concretamente a los participantes en las bodas de la localidad de Caná de Galilea. El vino se había acabado y la fiesta decaía. Jesús con su intervención lo único que hace es facilitar que las personas sigan disfrutando, que la fiesta continue. No hay ninguna motivación "espiritual" en lo que el Maestro hace. Nadie es sanado, liberado de posesión demoniaca o ministrado en sus necesidades espirituales o emocionales. Me pregunto si el estado etílico de los convidados les permitió el poder disfrutar de la extraordinaria calidad del buen vino servido. Jesús con su intervención celebra el amor, la fiesta, el placer y la alegría de las personas. Que interesante que Juan afirme que produciendo vino Jesús manifestara su gloria.
A lo largo de su vida vemos a Jesús como alguien que sabía disfrutar de los placeres de la vida. No debemos olvidar que tenía fama de ser comedor y bebedor y no una fama positiva en ese sentido, sino una fama crítica. Es común que las páginas de los evangelios muestren al Maestro participando en cenas con sus amigos. Le gustaba la buena ropa; recordemos que su túnica era tan valiosa que los soldados romanos decidieron no romperla y sortearla entre ellos. Veo que Jesús con su vida nos enseña que debemos reconciliarnos con el placer, algo que nos cuesta enormemente y nos lleva a oscilar entre la negación del mismo o entregarnos a él sin reservar incluso al precio de perder nuestra dignidad como personas. Jesús nos enseña la bondad intrínseca del placer. Éste no es malo por definición; todo depende de cómo lo usemos y relacionemos con él. Pablo afirma: "TODO es lícito, pero no TODO conviene". También dice: "TODO es lícito, pero no me dejaré controlar por NADA". Estos criterios nos llevan a poder tener una relación saludable con el placer, evitándonos caer en dos extremos igualmente disfuncionales: su negación o nuestra sumisión al mismo.

¿Cuál es tu relación con el placer? ¿Sana o disfuncional?




Todo el mundo sirve al principio el vino de mejor calidad, y cuando los invitados han bebido en abundancia, se saca el corriente. Tú, en cambio, has reservado el mejor vino para última hora.
Jesús hizo este primer milagro en Caná de Galilea. Manifestó así su gloria y sus discípulos creyeron en él. Después de esto, bajó a Cafarnaún acompañado por su madre, sus hermanos y sus discípulos. Y permanecieron allí unos cuantos días. (Juan 2:10-12)

Los cristianos siempre hemos tenido una relación complicada con el placer, especialmente con aquellos de tipo físico; porque también existen placeres emocionales, intelectuales e incluso espirituales. Al pensar en ello viene a mi mente la sarcástica frase: "todo lo que me gusta o es pecado o engorda". En el mejor de las casos el placer es sospecho. En el peor escenario siempre es pecado. Entiendo que todo ello viene de la tremenda influencia que el pensamiento griego ha ejercido sobre el cristianismo. Para ellos todo lo relacionado con el cuerpo era malo por definición. Éste era la prisión del alma y sólo la dimensión espiritual tenía auténtico valor ¡Qué barbaridad! Precisamente la encarnación de Dios en la persona de Jesús dignifica la dimensión física de nuestra humanidad, la honra y le da valor. Resultado de todo ello es que no tenemos, en mi humilde y modesta opinión, una buena reflexión teológica sobre el placer.
Esto último no deja de ser curioso y preocupante si tenemos en cuenta que la capacidad del ser humano para experimentar placer es algo pensado y concedido por Dios. Él es quien ha creado el orgasmo. Quien ha diseñado nuestro cuerpo de tal manera que pueda dar y recibir placer físico en dimensiones bellísimas y enormemente satisfactorias. Dios mismo ha diseñado nuestro organismo para que podamos disfrutar de la comida y la bebida. Ambas cosas podrían ser única y exclusivamente funciones mecánicas que sirvieran para el sostenimiento de la vida, sin embargo el Señor las ha vinculado ambas al placer. Podríamos seguir y hacer una lista muy, pero que muy extensa. 
No deja de ser pues significativo que el primer milagro llevado a cabo por Jesús -según indica el evangelista Juan- tuviera como finalidad el producir placer al ser humano, concretamente a los participantes en las bodas de la localidad de Caná de Galilea. El vino se había acabado y la fiesta decaía. Jesús con su intervención lo único que hace es facilitar que las personas sigan disfrutando, que la fiesta continue. No hay ninguna motivación "espiritual" en lo que el Maestro hace. Nadie es sanado, liberado de posesión demoniaca o ministrado en sus necesidades espirituales o emocionales. Me pregunto si el estado etílico de los convidados les permitió el poder disfrutar de la extraordinaria calidad del buen vino servido. Jesús con su intervención celebra el amor, la fiesta, el placer y la alegría de las personas. Que interesante que Juan afirme que produciendo vino Jesús manifestara su gloria.
A lo largo de su vida vemos a Jesús como alguien que sabía disfrutar de los placeres de la vida. No debemos olvidar que tenía fama de ser comedor y bebedor y no una fama positiva en ese sentido, sino una fama crítica. Es común que las páginas de los evangelios muestren al Maestro participando en cenas con sus amigos. Le gustaba la buena ropa; recordemos que su túnica era tan valiosa que los soldados romanos decidieron no romperla y sortearla entre ellos. Veo que Jesús con su vida nos enseña que debemos reconciliarnos con el placer, algo que nos cuesta enormemente y nos lleva a oscilar entre la negación del mismo o entregarnos a él sin reservar incluso al precio de perder nuestra dignidad como personas. Jesús nos enseña la bondad intrínseca del placer. Éste no es malo por definición; todo depende de cómo lo usemos y relacionemos con él. Pablo afirma: "TODO es lícito, pero no TODO conviene". También dice: "TODO es lícito, pero no me dejaré controlar por NADA". Estos criterios nos llevan a poder tener una relación saludable con el placer, evitándonos caer en dos extremos igualmente disfuncionales: su negación o nuestra sumisión al mismo.

¿Cuál es tu relación con el placer? ¿Sana o disfuncional?




Todo el mundo sirve al principio el vino de mejor calidad, y cuando los invitados han bebido en abundancia, se saca el corriente. Tú, en cambio, has reservado el mejor vino para última hora.
Jesús hizo este primer milagro en Caná de Galilea. Manifestó así su gloria y sus discípulos creyeron en él. Después de esto, bajó a Cafarnaún acompañado por su madre, sus hermanos y sus discípulos. Y permanecieron allí unos cuantos días. (Juan 2:10-12)

Los cristianos siempre hemos tenido una relación complicada con el placer, especialmente con aquellos de tipo físico; porque también existen placeres emocionales, intelectuales e incluso espirituales. Al pensar en ello viene a mi mente la sarcástica frase: "todo lo que me gusta o es pecado o engorda". En el mejor de las casos el placer es sospecho. En el peor escenario siempre es pecado. Entiendo que todo ello viene de la tremenda influencia que el pensamiento griego ha ejercido sobre el cristianismo. Para ellos todo lo relacionado con el cuerpo era malo por definición. Éste era la prisión del alma y sólo la dimensión espiritual tenía auténtico valor ¡Qué barbaridad! Precisamente la encarnación de Dios en la persona de Jesús dignifica la dimensión física de nuestra humanidad, la honra y le da valor. Resultado de todo ello es que no tenemos, en mi humilde y modesta opinión, una buena reflexión teológica sobre el placer.
Esto último no deja de ser curioso y preocupante si tenemos en cuenta que la capacidad del ser humano para experimentar placer es algo pensado y concedido por Dios. Él es quien ha creado el orgasmo. Quien ha diseñado nuestro cuerpo de tal manera que pueda dar y recibir placer físico en dimensiones bellísimas y enormemente satisfactorias. Dios mismo ha diseñado nuestro organismo para que podamos disfrutar de la comida y la bebida. Ambas cosas podrían ser única y exclusivamente funciones mecánicas que sirvieran para el sostenimiento de la vida, sin embargo el Señor las ha vinculado ambas al placer. Podríamos seguir y hacer una lista muy, pero que muy extensa. 
No deja de ser pues significativo que el primer milagro llevado a cabo por Jesús -según indica el evangelista Juan- tuviera como finalidad el producir placer al ser humano, concretamente a los participantes en las bodas de la localidad de Caná de Galilea. El vino se había acabado y la fiesta decaía. Jesús con su intervención lo único que hace es facilitar que las personas sigan disfrutando, que la fiesta continue. No hay ninguna motivación "espiritual" en lo que el Maestro hace. Nadie es sanado, liberado de posesión demoniaca o ministrado en sus necesidades espirituales o emocionales. Me pregunto si el estado etílico de los convidados les permitió el poder disfrutar de la extraordinaria calidad del buen vino servido. Jesús con su intervención celebra el amor, la fiesta, el placer y la alegría de las personas. Que interesante que Juan afirme que produciendo vino Jesús manifestara su gloria.
A lo largo de su vida vemos a Jesús como alguien que sabía disfrutar de los placeres de la vida. No debemos olvidar que tenía fama de ser comedor y bebedor y no una fama positiva en ese sentido, sino una fama crítica. Es común que las páginas de los evangelios muestren al Maestro participando en cenas con sus amigos. Le gustaba la buena ropa; recordemos que su túnica era tan valiosa que los soldados romanos decidieron no romperla y sortearla entre ellos. Veo que Jesús con su vida nos enseña que debemos reconciliarnos con el placer, algo que nos cuesta enormemente y nos lleva a oscilar entre la negación del mismo o entregarnos a él sin reservar incluso al precio de perder nuestra dignidad como personas. Jesús nos enseña la bondad intrínseca del placer. Éste no es malo por definición; todo depende de cómo lo usemos y relacionemos con él. Pablo afirma: "TODO es lícito, pero no TODO conviene". También dice: "TODO es lícito, pero no me dejaré controlar por NADA". Estos criterios nos llevan a poder tener una relación saludable con el placer, evitándonos caer en dos extremos igualmente disfuncionales: su negación o nuestra sumisión al mismo.

¿Cuál es tu relación con el placer? ¿Sana o disfuncional?