Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? (Mateo 27:46)


Lo que Jesús dice es lo siente, vive y experimenta en aquellos momentos y los evangelistas, con una total y absoluta despreocupación por la corrección política así lo narran y dan constancia de ello. Y esto es importante, porque nada, absolutamente nada, es casual en las Escrituras, eso está plasmado por nosotros y para nosotros.

Sirve de consuelo para los muchos de nosotros que, en alguna ocasión, nos hemos sentido, o nos sentimos en estos momentos,  abandonados por Dios, hemos experimentado ese sentimiento de que Él no estaba, y si estaba, se había despreocupado de nosotros, de nuestra situación y nuestra realidad, se había desentendido de nuestra vida. No estoy hablando de que eso sea o no verdad, no es para nada mi punto, estoy hablando de cómo nosotros vivimos y experimentamos la realidad al margen de cómo esta sea. Eso mismo que tú sientes, Jesús también lo sintió y, consecuentemente, es legítimo tener esas emociones y no tenemos que sentirnos avergonzados ¡para nada! de las mismas.

Consecuentemente, porque el Maestro lo experimentó en carne propia puede entender tus sentimientos, no rechazarlos, no avergonzarse de ellos. Hay gente que si le explicamos que experimentamos una sensación de abandono por parte del Señor, o no nos entenderán o incluso se sentirán escandalizados e intentarán justificar a Dios. Jesús no, Él entiende, sabe, comprende y puede identificarse con nuestra sensación puesto que la ha vivido. Nosotros, como dice el escritor del libro de Hebreos, no tenemos en los cielos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse, antes al contrario, tenemos a uno que ha pasado todas las dimensiones de la experiencia humana a excepción del pecado.


¿Qué podemos pues hacer cuando nos sentimos abandonados por Dios?