Jacob respondió: Ciento treinta años llevo de aquí para allá. Pocos y desgraciados han sido los años de mi vida. (Génesis 47:9)

Escribo estas líneas a punto de cumplir sesenta años. Estadísticamente hablando he consumido una buena parte de mi vida y es poco lo que queda por delante. Consciente de esa realidad al mirar hacia atrás siento una profunda satisfacción con la vida que hasta aquí Dios me ha permitido vivir. Pienso que eso es muy importante porque, como en el caso de Jacob, debe ser muy triste ir acercándote al final y no tener un sentido de plenitud y satisfacción con la manera en que has vivido.

Deduzco de las palabras de Jacob que llegó al final de su vida sin experimentar esa sensación de haber vivido bien. Su evaluación es que su vida ha sido corta y mala. Lo encuentro preocupante porque era una persona que había tenido experiencia espirituales de primer orden; el Señor se le había aparecido al menos en dos ocasiones; había recibido increíbles promesas. Sin embargo, le hizo esa tremenda confesión a faraón ¡Pocos y malos! ¿De qué sirvió la presencia del Dios de Isaac y Abrahán en su vida?

La experiencia de Jacob es un aviso para navegantes. La vida pasa rápido y llega un momento en que tenemos la brutal conciencia de que se acaba y entonces hacemos balance de cómo hemos vivido; si el balance resulta negativo nos embarga una gran desesperación porque ya no hay tiempo de volver atrás.  Lo triste es que, como en el caso de Jacob, la presencia del Señor no garantiza que hayamos vivido nuestra vida con plenitud, propósito y satisfacción. Es posible tenerlo y que no marque ninguna diferencia sustancial con la vida de aquellos que no lo tienen. Es la influencia que le permitimos ejercer y el grado en que nos alineamos con su voluntad lo que marca el hecho diferencial 

En los partidos de baloncesto es frecuente que el entrenador pida un tiempo muerto. La finalidad del mismo es cambiar la manera de jugar, hacer énfasis diferentes. De lo contrario, el juego terminaría mal. Siento que en nuestra vida, cada cierto tiempo, hay que pararse y mirar hacia atrás. Valorar cómo estamos viviendo, adónde nos llevará nuestra forma de vivir a medio y largo plazo y hacer los cambios correspondientes. De no hacerlo, de no incorporar esta saludable práctica, puede ser que lleguemos a encontrarnos en la misma situación de Jacob, con la tremenda desesperación que produce el ver que nuestros años han sido pocos y malos. 

Soy consciente que esta reflexión puede carecer de sentido para aquel que tiene veinte, treinta, cuarenta años. Cuanto más joven se es más amplio parece el universo y lleno de unas posibilidades que se van, inexorablemente, estrechando con el paso de los años. Es precisamente ahora, en estos años, cuando uno tiene que incorporar la saludable práctica de pararse y reflexionar hacia dónde nos va llevando la forma en que vivimos.


¿Qué observas en tu vida al mirar hacia atrás? ¿Hacía donde te va llevando la vida?


Jacob respondió: Ciento treinta años llevo de aquí para allá. Pocos y desgraciados han sido los años de mi vida. (Génesis 47:9)

Escribo estas líneas a punto de cumplir sesenta años. Estadísticamente hablando he consumido una buena parte de mi vida y es poco lo que queda por delante. Consciente de esa realidad al mirar hacia atrás siento una profunda satisfacción con la vida que hasta aquí Dios me ha permitido vivir. Pienso que eso es muy importante porque, como en el caso de Jacob, debe ser muy triste ir acercándote al final y no tener un sentido de plenitud y satisfacción con la manera en que has vivido.

Deduzco de las palabras de Jacob que llegó al final de su vida sin experimentar esa sensación de haber vivido bien. Su evaluación es que su vida ha sido corta y mala. Lo encuentro preocupante porque era una persona que había tenido experiencia espirituales de primer orden; el Señor se le había aparecido al menos en dos ocasiones; había recibido increíbles promesas. Sin embargo, le hizo esa tremenda confesión a faraón ¡Pocos y malos! ¿De qué sirvió la presencia del Dios de Isaac y Abrahán en su vida?

La experiencia de Jacob es un aviso para navegantes. La vida pasa rápido y llega un momento en que tenemos la brutal conciencia de que se acaba y entonces hacemos balance de cómo hemos vivido; si el balance resulta negativo nos embarga una gran desesperación porque ya no hay tiempo de volver atrás.  Lo triste es que, como en el caso de Jacob, la presencia del Señor no garantiza que hayamos vivido nuestra vida con plenitud, propósito y satisfacción. Es posible tenerlo y que no marque ninguna diferencia sustancial con la vida de aquellos que no lo tienen. Es la influencia que le permitimos ejercer y el grado en que nos alineamos con su voluntad lo que marca el hecho diferencial 

En los partidos de baloncesto es frecuente que el entrenador pida un tiempo muerto. La finalidad del mismo es cambiar la manera de jugar, hacer énfasis diferentes. De lo contrario, el juego terminaría mal. Siento que en nuestra vida, cada cierto tiempo, hay que pararse y mirar hacia atrás. Valorar cómo estamos viviendo, adónde nos llevará nuestra forma de vivir a medio y largo plazo y hacer los cambios correspondientes. De no hacerlo, de no incorporar esta saludable práctica, puede ser que lleguemos a encontrarnos en la misma situación de Jacob, con la tremenda desesperación que produce el ver que nuestros años han sido pocos y malos. 

Soy consciente que esta reflexión puede carecer de sentido para aquel que tiene veinte, treinta, cuarenta años. Cuanto más joven se es más amplio parece el universo y lleno de unas posibilidades que se van, inexorablemente, estrechando con el paso de los años. Es precisamente ahora, en estos años, cuando uno tiene que incorporar la saludable práctica de pararse y reflexionar hacia dónde nos va llevando la forma en que vivimos.


¿Qué observas en tu vida al mirar hacia atrás? ¿Hacía donde te va llevando la vida?


Jacob respondió: Ciento treinta años llevo de aquí para allá. Pocos y desgraciados han sido los años de mi vida. (Génesis 47:9)

Escribo estas líneas a punto de cumplir sesenta años. Estadísticamente hablando he consumido una buena parte de mi vida y es poco lo que queda por delante. Consciente de esa realidad al mirar hacia atrás siento una profunda satisfacción con la vida que hasta aquí Dios me ha permitido vivir. Pienso que eso es muy importante porque, como en el caso de Jacob, debe ser muy triste ir acercándote al final y no tener un sentido de plenitud y satisfacción con la manera en que has vivido.

Deduzco de las palabras de Jacob que llegó al final de su vida sin experimentar esa sensación de haber vivido bien. Su evaluación es que su vida ha sido corta y mala. Lo encuentro preocupante porque era una persona que había tenido experiencia espirituales de primer orden; el Señor se le había aparecido al menos en dos ocasiones; había recibido increíbles promesas. Sin embargo, le hizo esa tremenda confesión a faraón ¡Pocos y malos! ¿De qué sirvió la presencia del Dios de Isaac y Abrahán en su vida?

La experiencia de Jacob es un aviso para navegantes. La vida pasa rápido y llega un momento en que tenemos la brutal conciencia de que se acaba y entonces hacemos balance de cómo hemos vivido; si el balance resulta negativo nos embarga una gran desesperación porque ya no hay tiempo de volver atrás.  Lo triste es que, como en el caso de Jacob, la presencia del Señor no garantiza que hayamos vivido nuestra vida con plenitud, propósito y satisfacción. Es posible tenerlo y que no marque ninguna diferencia sustancial con la vida de aquellos que no lo tienen. Es la influencia que le permitimos ejercer y el grado en que nos alineamos con su voluntad lo que marca el hecho diferencial 

En los partidos de baloncesto es frecuente que el entrenador pida un tiempo muerto. La finalidad del mismo es cambiar la manera de jugar, hacer énfasis diferentes. De lo contrario, el juego terminaría mal. Siento que en nuestra vida, cada cierto tiempo, hay que pararse y mirar hacia atrás. Valorar cómo estamos viviendo, adónde nos llevará nuestra forma de vivir a medio y largo plazo y hacer los cambios correspondientes. De no hacerlo, de no incorporar esta saludable práctica, puede ser que lleguemos a encontrarnos en la misma situación de Jacob, con la tremenda desesperación que produce el ver que nuestros años han sido pocos y malos. 

Soy consciente que esta reflexión puede carecer de sentido para aquel que tiene veinte, treinta, cuarenta años. Cuanto más joven se es más amplio parece el universo y lleno de unas posibilidades que se van, inexorablemente, estrechando con el paso de los años. Es precisamente ahora, en estos años, cuando uno tiene que incorporar la saludable práctica de pararse y reflexionar hacia dónde nos va llevando la forma en que vivimos.


¿Qué observas en tu vida al mirar hacia atrás? ¿Hacía donde te va llevando la vida?