Tengo miedo. (Génesis 32:12)


Jacob ha de enfrentarse a su hermano Esaú al que, como sabemos por la historia, no trató bien y de quien sacó ventaja de forma fraudulenta. Trató de preparar el camino para un eventual evento enviando regalos por medio de su gente, sin embargo, estos regresaron diciéndole que su hermano se dirigía a su encuentro con cuatrocientos hombres ¡Todo un pequeño ejército! La mente del patriarca se disparó y con toda seguridad comenzó a pensar en los escenarios más catastróficos posibles. De hecho el texto bíblico indica que "Jacob se llenó de miedo y angustia". Delante de él tenía una seria crisis que ponía en peligro su vida y la de toda su familia. Así lo entendió a juzgar por las determinaciones que tomó. 

Sin embargo, me gusta la forma en que el patriarca abordó la crisis. Su oración es muy diferente de la oración en la que hacía un contrato con Dios donde le pedía esto y aquello a cambio de reconocerlo como Señor. Su plegaria ya había cambiado cuando reconoció ante Dios que nada de lo que tenía lo merecía. Su oración, como muestra el texto, es una de reconocimiento de su situación, su debilidad, su vulnerabilidad, en definitiva, de su miedo. Lo reconoce, le pone nombre y se lo echa a Dios para que Él le ayude a procesarlo. Al leer este pasaje aprendo del patriarca un modelo para lidiar con las emociones destructivas tales como el miedo, la ansiedad, la ira, la amargura, el resentimiento y otras similares. Me doy cuenta de que únicamente existen tres maneras diferentes de gestionarlas. Dos negativas y destructivas y una saludable que nos lleva a depender del Señor. 

La primera destructiva consiste en negar lo que sentimos. Es normal hacerlo por diferentes razones. Unas veces pensamos que un seguidor de Jesús no puede o no debe sentir las cosas que experimenta, pues hacerlo puede significar no ser lo suficientemente espiritual, no honrar al Señor, demostrar que no se confía en Él y un largo etcétera de razones por las cuales tendemos a negar lo que sentimos, lo reprimimos y lo empujamos hacia adentro de nuestras mentes. ¿El resultado? El problema no desaparece, se somatiza, aparecerá con otros síntomas tales como irritabilidad, baja tolerancia, tensión y otras maneras. Cada uno de nosotros es diferente. El problema se queda dentro y nos va carcomiendo en nuestro interior, no ha sido resuelto, no ha sido bien gestionado.

La segunda destructiva consiste en darle rienda suelta a nuestras emociones. Nos descontrolados porque ellas toman el control. Generamos todo tipo de escenarios catastróficos. Pensamos y esperamos lo peor y comenzamos a pagar los intereses por una deuda que todavía no hemos contraído. Cualquiera de esos sentimientos antes mencionados tienen un increíble poder para destruirnos y dañar nuestra vida y relaciones, incluso para incapacitarnos para gestionar nuestro día a día.

Finalmente, la tercera y saludable manera de gestionar las emociones destructivas es la que aprendemos de Jacob. "Tengo miedo". Las emociones no se niegan ni se reprimen. Se reconocen, se les pone nombre y apellidos y son dadas al Señor. Uno asume que tienen derecho a sentir lo que siente. Uno no debe avergonzarse de ser un ser humano. Uno puede reconocer sus sentimientos, estar en contacto con ellos y dárselos al Señor tantas veces como sea necesario, evitando el efecto nocivo que significaría darles rienda suelta o, por el contrario, reprimirlos y negarlos. "Echad toda vuestra ansiedad sobre Él", dice el apóstol Pedro "Porque tiene cuidado de vosotros". El tiempo verbal usado en el original sería más preciso si se hubiera traducido "Echando de manera continuada vuestra ansiedad sobre Él" porque esta es la estrategia, reconocer lo que siento --> ponerle nombre --> dárselo a Dios tantas veces como sea necesario. No conozco otra estrategia mejor para gestionar la vida emocional.


¿Qué situaciones de tu vida personal exigen que practiques la gestión emocional?






Tengo miedo. (Génesis 32:12)


Jacob ha de enfrentarse a su hermano Esaú al que, como sabemos por la historia, no trató bien y de quien sacó ventaja de forma fraudulenta. Trató de preparar el camino para un eventual evento enviando regalos por medio de su gente, sin embargo, estos regresaron diciéndole que su hermano se dirigía a su encuentro con cuatrocientos hombres ¡Todo un pequeño ejército! La mente del patriarca se disparó y con toda seguridad comenzó a pensar en los escenarios más catastróficos posibles. De hecho el texto bíblico indica que "Jacob se llenó de miedo y angustia". Delante de él tenía una seria crisis que ponía en peligro su vida y la de toda su familia. Así lo entendió a juzgar por las determinaciones que tomó. 

Sin embargo, me gusta la forma en que el patriarca abordó la crisis. Su oración es muy diferente de la oración en la que hacía un contrato con Dios donde le pedía esto y aquello a cambio de reconocerlo como Señor. Su plegaria ya había cambiado cuando reconoció ante Dios que nada de lo que tenía lo merecía. Su oración, como muestra el texto, es una de reconocimiento de su situación, su debilidad, su vulnerabilidad, en definitiva, de su miedo. Lo reconoce, le pone nombre y se lo echa a Dios para que Él le ayude a procesarlo. Al leer este pasaje aprendo del patriarca un modelo para lidiar con las emociones destructivas tales como el miedo, la ansiedad, la ira, la amargura, el resentimiento y otras similares. Me doy cuenta de que únicamente existen tres maneras diferentes de gestionarlas. Dos negativas y destructivas y una saludable que nos lleva a depender del Señor. 

La primera destructiva consiste en negar lo que sentimos. Es normal hacerlo por diferentes razones. Unas veces pensamos que un seguidor de Jesús no puede o no debe sentir las cosas que experimenta, pues hacerlo puede significar no ser lo suficientemente espiritual, no honrar al Señor, demostrar que no se confía en Él y un largo etcétera de razones por las cuales tendemos a negar lo que sentimos, lo reprimimos y lo empujamos hacia adentro de nuestras mentes. ¿El resultado? El problema no desaparece, se somatiza, aparecerá con otros síntomas tales como irritabilidad, baja tolerancia, tensión y otras maneras. Cada uno de nosotros es diferente. El problema se queda dentro y nos va carcomiendo en nuestro interior, no ha sido resuelto, no ha sido bien gestionado.

La segunda destructiva consiste en darle rienda suelta a nuestras emociones. Nos descontrolados porque ellas toman el control. Generamos todo tipo de escenarios catastróficos. Pensamos y esperamos lo peor y comenzamos a pagar los intereses por una deuda que todavía no hemos contraído. Cualquiera de esos sentimientos antes mencionados tienen un increíble poder para destruirnos y dañar nuestra vida y relaciones, incluso para incapacitarnos para gestionar nuestro día a día.

Finalmente, la tercera y saludable manera de gestionar las emociones destructivas es la que aprendemos de Jacob. "Tengo miedo". Las emociones no se niegan ni se reprimen. Se reconocen, se les pone nombre y apellidos y son dadas al Señor. Uno asume que tienen derecho a sentir lo que siente. Uno no debe avergonzarse de ser un ser humano. Uno puede reconocer sus sentimientos, estar en contacto con ellos y dárselos al Señor tantas veces como sea necesario, evitando el efecto nocivo que significaría darles rienda suelta o, por el contrario, reprimirlos y negarlos. "Echad toda vuestra ansiedad sobre Él", dice el apóstol Pedro "Porque tiene cuidado de vosotros". El tiempo verbal usado en el original sería más preciso si se hubiera traducido "Echando de manera continuada vuestra ansiedad sobre Él" porque esta es la estrategia, reconocer lo que siento --> ponerle nombre --> dárselo a Dios tantas veces como sea necesario. No conozco otra estrategia mejor para gestionar la vida emocional.


¿Qué situaciones de tu vida personal exigen que practiques la gestión emocional?






Tengo miedo. (Génesis 32:12)


Jacob ha de enfrentarse a su hermano Esaú al que, como sabemos por la historia, no trató bien y de quien sacó ventaja de forma fraudulenta. Trató de preparar el camino para un eventual evento enviando regalos por medio de su gente, sin embargo, estos regresaron diciéndole que su hermano se dirigía a su encuentro con cuatrocientos hombres ¡Todo un pequeño ejército! La mente del patriarca se disparó y con toda seguridad comenzó a pensar en los escenarios más catastróficos posibles. De hecho el texto bíblico indica que "Jacob se llenó de miedo y angustia". Delante de él tenía una seria crisis que ponía en peligro su vida y la de toda su familia. Así lo entendió a juzgar por las determinaciones que tomó. 

Sin embargo, me gusta la forma en que el patriarca abordó la crisis. Su oración es muy diferente de la oración en la que hacía un contrato con Dios donde le pedía esto y aquello a cambio de reconocerlo como Señor. Su plegaria ya había cambiado cuando reconoció ante Dios que nada de lo que tenía lo merecía. Su oración, como muestra el texto, es una de reconocimiento de su situación, su debilidad, su vulnerabilidad, en definitiva, de su miedo. Lo reconoce, le pone nombre y se lo echa a Dios para que Él le ayude a procesarlo. Al leer este pasaje aprendo del patriarca un modelo para lidiar con las emociones destructivas tales como el miedo, la ansiedad, la ira, la amargura, el resentimiento y otras similares. Me doy cuenta de que únicamente existen tres maneras diferentes de gestionarlas. Dos negativas y destructivas y una saludable que nos lleva a depender del Señor. 

La primera destructiva consiste en negar lo que sentimos. Es normal hacerlo por diferentes razones. Unas veces pensamos que un seguidor de Jesús no puede o no debe sentir las cosas que experimenta, pues hacerlo puede significar no ser lo suficientemente espiritual, no honrar al Señor, demostrar que no se confía en Él y un largo etcétera de razones por las cuales tendemos a negar lo que sentimos, lo reprimimos y lo empujamos hacia adentro de nuestras mentes. ¿El resultado? El problema no desaparece, se somatiza, aparecerá con otros síntomas tales como irritabilidad, baja tolerancia, tensión y otras maneras. Cada uno de nosotros es diferente. El problema se queda dentro y nos va carcomiendo en nuestro interior, no ha sido resuelto, no ha sido bien gestionado.

La segunda destructiva consiste en darle rienda suelta a nuestras emociones. Nos descontrolados porque ellas toman el control. Generamos todo tipo de escenarios catastróficos. Pensamos y esperamos lo peor y comenzamos a pagar los intereses por una deuda que todavía no hemos contraído. Cualquiera de esos sentimientos antes mencionados tienen un increíble poder para destruirnos y dañar nuestra vida y relaciones, incluso para incapacitarnos para gestionar nuestro día a día.

Finalmente, la tercera y saludable manera de gestionar las emociones destructivas es la que aprendemos de Jacob. "Tengo miedo". Las emociones no se niegan ni se reprimen. Se reconocen, se les pone nombre y apellidos y son dadas al Señor. Uno asume que tienen derecho a sentir lo que siente. Uno no debe avergonzarse de ser un ser humano. Uno puede reconocer sus sentimientos, estar en contacto con ellos y dárselos al Señor tantas veces como sea necesario, evitando el efecto nocivo que significaría darles rienda suelta o, por el contrario, reprimirlos y negarlos. "Echad toda vuestra ansiedad sobre Él", dice el apóstol Pedro "Porque tiene cuidado de vosotros". El tiempo verbal usado en el original sería más preciso si se hubiera traducido "Echando de manera continuada vuestra ansiedad sobre Él" porque esta es la estrategia, reconocer lo que siento --> ponerle nombre --> dárselo a Dios tantas veces como sea necesario. No conozco otra estrategia mejor para gestionar la vida emocional.


¿Qué situaciones de tu vida personal exigen que practiques la gestión emocional?