Hay un Dios que imparte justicia en la tierra. (Salmo 58:11)

Que en multitud de países los sistemas judiciales son corruptos y no están al servicio del pueblo sino de intereses espurios, es una realidad. Lo desconcertante es que no es una novedad, más bien una constante histórica. Este salmo, escrito hace 3000 años, en sus primeros versículos afirma: "Jueces ¿en verdad proclamáis la justicia y juzgáis a las personas con rectitud?" ¡No! responde el salmista, tramáis el mal y propagáis la violencia. 

La declaración de David acerca de que hay un Dios que imparte justicia debe, en mi opinión, tomarse como una aspiración más que como una realidad. Hasta en los países más desarrollados se dan casos de corrupción política y judicial y, sin duda, esos son los que llegan a la opinión pública, no todos los que existen. Algunos países son más sofisticados en su corrupción que otros. ¡Qué decir de países en vías de desarrollo! donde la corrupción está y forma parte del sistema y es reforzada por un sistema judicial al servicio del poderoso. Por eso, creo que las palabras del salmista suenan a una aspiración.

Y encaja, creo humildemente, con lo que nos enseñó Jesús cuando nos enseñó a orar al Padre que venga el Reino, porque nuestro Dios es un Dios justo, que ama la justicia, que hace justicia y odia la injusticia sea perpetrada contra quien sea. Es el Señor que se proclama defensor del huérfano, el extranjero, la viuda y el pobre, es decir, de todos los vulnerables y que ven sus derechos vulnerados.

¿Qué podemos hacer nosotros? Varias cosas prácticas: 1. No practicar de ningún modo la injusticia en nuestras vidas. 2. No dar cobertura ni apoyo a nadie que practique la injusticia. 3. Orar para que el Reino venga. 4. Alzar una voz, como enseña el libro de Proverbios, en favor de aquellos que no tienen voz, una voz personal y comunitaria.

¿Somos sembradores de justicia, de injusticia o meros observadores del mal de este mundo?

 


Hay un Dios que imparte justicia en la tierra. (Salmo 58:11)

Que en multitud de países los sistemas judiciales son corruptos y no están al servicio del pueblo sino de intereses espurios, es una realidad. Lo desconcertante es que no es una novedad, más bien una constante histórica. Este salmo, escrito hace 3000 años, en sus primeros versículos afirma: "Jueces ¿en verdad proclamáis la justicia y juzgáis a las personas con rectitud?" ¡No! responde el salmista, tramáis el mal y propagáis la violencia. 

La declaración de David acerca de que hay un Dios que imparte justicia debe, en mi opinión, tomarse como una aspiración más que como una realidad. Hasta en los países más desarrollados se dan casos de corrupción política y judicial y, sin duda, esos son los que llegan a la opinión pública, no todos los que existen. Algunos países son más sofisticados en su corrupción que otros. ¡Qué decir de países en vías de desarrollo! donde la corrupción está y forma parte del sistema y es reforzada por un sistema judicial al servicio del poderoso. Por eso, creo que las palabras del salmista suenan a una aspiración.

Y encaja, creo humildemente, con lo que nos enseñó Jesús cuando nos enseñó a orar al Padre que venga el Reino, porque nuestro Dios es un Dios justo, que ama la justicia, que hace justicia y odia la injusticia sea perpetrada contra quien sea. Es el Señor que se proclama defensor del huérfano, el extranjero, la viuda y el pobre, es decir, de todos los vulnerables y que ven sus derechos vulnerados.

¿Qué podemos hacer nosotros? Varias cosas prácticas: 1. No practicar de ningún modo la injusticia en nuestras vidas. 2. No dar cobertura ni apoyo a nadie que practique la injusticia. 3. Orar para que el Reino venga. 4. Alzar una voz, como enseña el libro de Proverbios, en favor de aquellos que no tienen voz, una voz personal y comunitaria.

¿Somos sembradores de justicia, de injusticia o meros observadores del mal de este mundo?

 


Hay un Dios que imparte justicia en la tierra. (Salmo 58:11)

Que en multitud de países los sistemas judiciales son corruptos y no están al servicio del pueblo sino de intereses espurios, es una realidad. Lo desconcertante es que no es una novedad, más bien una constante histórica. Este salmo, escrito hace 3000 años, en sus primeros versículos afirma: "Jueces ¿en verdad proclamáis la justicia y juzgáis a las personas con rectitud?" ¡No! responde el salmista, tramáis el mal y propagáis la violencia. 

La declaración de David acerca de que hay un Dios que imparte justicia debe, en mi opinión, tomarse como una aspiración más que como una realidad. Hasta en los países más desarrollados se dan casos de corrupción política y judicial y, sin duda, esos son los que llegan a la opinión pública, no todos los que existen. Algunos países son más sofisticados en su corrupción que otros. ¡Qué decir de países en vías de desarrollo! donde la corrupción está y forma parte del sistema y es reforzada por un sistema judicial al servicio del poderoso. Por eso, creo que las palabras del salmista suenan a una aspiración.

Y encaja, creo humildemente, con lo que nos enseñó Jesús cuando nos enseñó a orar al Padre que venga el Reino, porque nuestro Dios es un Dios justo, que ama la justicia, que hace justicia y odia la injusticia sea perpetrada contra quien sea. Es el Señor que se proclama defensor del huérfano, el extranjero, la viuda y el pobre, es decir, de todos los vulnerables y que ven sus derechos vulnerados.

¿Qué podemos hacer nosotros? Varias cosas prácticas: 1. No practicar de ningún modo la injusticia en nuestras vidas. 2. No dar cobertura ni apoyo a nadie que practique la injusticia. 3. Orar para que el Reino venga. 4. Alzar una voz, como enseña el libro de Proverbios, en favor de aquellos que no tienen voz, una voz personal y comunitaria.

¿Somos sembradores de justicia, de injusticia o meros observadores del mal de este mundo?