Y a causa de su incredulidad, no hizo allí muchos milagros. (Mateo 13:58)

El contexto de esta frase sigue siendo el mismo, Jesús en la sinagoga de Nazaret. El texto que he citado es un comentario editorial de Mateo, refleja lo que Jesús pensaba de sus paisanos y cómo afectó a su ministerio.

Hace unas semanas, paseando por las calles de Barcelona, llegué hasta esta plaza, la plaza de la duda (dubte es el término catalán para duda) y, en seguida, he relacionado la foto con el pasaje que hoy estaba volviendo a meditar. El problema de los nazarenos era la incredulidad y es importante entender que duda e incredulidad no son, ni mucho menos, la misma cosa.

Quise ser preciso a la hora de expresar la diferencia, consecuentemente, decidí ir al diccionario en busca de esa precisión que necesitaba. La enciclopédica obra Webster define incredulidad del siguiente modo: "la calidad o estado de ser incrédulo". En principio, no ayudaba excesivamente, había que buscar qué significaba ser incrédulo; aquí ya recibí más ayuda del diccionario: "reacio a admitir o aceptar lo que es ofrecido como verdadero". La incredulidad es una actitud del corazón; es una negativa a creer. Tiene mucho más a ver con el corazón -el centro de control de nuestra vida- que con el intelecto.

La duda está relacionada con el intelecto. La duda afirma que no puede creer porque no tiene la suficiente información, o aquella que posee no la puede procesar adecuadamente. La duda es una actitud honesta, sincera e incluso valiente. La incredulidad está, como ya afirmé, relacionada con el corazón, la voluntad. La incredulidad no quiere creer y no importa la cantidad de información, argumentación, pruebas y evidencias que le presentes, no le moverás un ápice de su posición porque, como dice el refrán castellano: "no hay peor ciego que aquel que no quiere ver".

El problema de los nazarenos era la incredulidad. La Biblia advierte a su pueblo -y eso nos incluye a nosotros mismos- sobre el peligro de la misma. En ocasiones, usa la expresión, un corazón endurecido, un corazón que ya se ha vuelto refractario a cualquier influencia que pueda venir de parte de Dios. La incredulidad de la gente de Nazaret imposibilitó el ministerio de Jesús, lo malo es que también puede imposibilitar su ministerio en tu vida.


¿Corazón incrédulo?



Y a causa de su incredulidad, no hizo allí muchos milagros. (Mateo 13:58)

El contexto de esta frase sigue siendo el mismo, Jesús en la sinagoga de Nazaret. El texto que he citado es un comentario editorial de Mateo, refleja lo que Jesús pensaba de sus paisanos y cómo afectó a su ministerio.

Hace unas semanas, paseando por las calles de Barcelona, llegué hasta esta plaza, la plaza de la duda (dubte es el término catalán para duda) y, en seguida, he relacionado la foto con el pasaje que hoy estaba volviendo a meditar. El problema de los nazarenos era la incredulidad y es importante entender que duda e incredulidad no son, ni mucho menos, la misma cosa.

Quise ser preciso a la hora de expresar la diferencia, consecuentemente, decidí ir al diccionario en busca de esa precisión que necesitaba. La enciclopédica obra Webster define incredulidad del siguiente modo: "la calidad o estado de ser incrédulo". En principio, no ayudaba excesivamente, había que buscar qué significaba ser incrédulo; aquí ya recibí más ayuda del diccionario: "reacio a admitir o aceptar lo que es ofrecido como verdadero". La incredulidad es una actitud del corazón; es una negativa a creer. Tiene mucho más a ver con el corazón -el centro de control de nuestra vida- que con el intelecto.

La duda está relacionada con el intelecto. La duda afirma que no puede creer porque no tiene la suficiente información, o aquella que posee no la puede procesar adecuadamente. La duda es una actitud honesta, sincera e incluso valiente. La incredulidad está, como ya afirmé, relacionada con el corazón, la voluntad. La incredulidad no quiere creer y no importa la cantidad de información, argumentación, pruebas y evidencias que le presentes, no le moverás un ápice de su posición porque, como dice el refrán castellano: "no hay peor ciego que aquel que no quiere ver".

El problema de los nazarenos era la incredulidad. La Biblia advierte a su pueblo -y eso nos incluye a nosotros mismos- sobre el peligro de la misma. En ocasiones, usa la expresión, un corazón endurecido, un corazón que ya se ha vuelto refractario a cualquier influencia que pueda venir de parte de Dios. La incredulidad de la gente de Nazaret imposibilitó el ministerio de Jesús, lo malo es que también puede imposibilitar su ministerio en tu vida.


¿Corazón incrédulo?



Y a causa de su incredulidad, no hizo allí muchos milagros. (Mateo 13:58)

El contexto de esta frase sigue siendo el mismo, Jesús en la sinagoga de Nazaret. El texto que he citado es un comentario editorial de Mateo, refleja lo que Jesús pensaba de sus paisanos y cómo afectó a su ministerio.

Hace unas semanas, paseando por las calles de Barcelona, llegué hasta esta plaza, la plaza de la duda (dubte es el término catalán para duda) y, en seguida, he relacionado la foto con el pasaje que hoy estaba volviendo a meditar. El problema de los nazarenos era la incredulidad y es importante entender que duda e incredulidad no son, ni mucho menos, la misma cosa.

Quise ser preciso a la hora de expresar la diferencia, consecuentemente, decidí ir al diccionario en busca de esa precisión que necesitaba. La enciclopédica obra Webster define incredulidad del siguiente modo: "la calidad o estado de ser incrédulo". En principio, no ayudaba excesivamente, había que buscar qué significaba ser incrédulo; aquí ya recibí más ayuda del diccionario: "reacio a admitir o aceptar lo que es ofrecido como verdadero". La incredulidad es una actitud del corazón; es una negativa a creer. Tiene mucho más a ver con el corazón -el centro de control de nuestra vida- que con el intelecto.

La duda está relacionada con el intelecto. La duda afirma que no puede creer porque no tiene la suficiente información, o aquella que posee no la puede procesar adecuadamente. La duda es una actitud honesta, sincera e incluso valiente. La incredulidad está, como ya afirmé, relacionada con el corazón, la voluntad. La incredulidad no quiere creer y no importa la cantidad de información, argumentación, pruebas y evidencias que le presentes, no le moverás un ápice de su posición porque, como dice el refrán castellano: "no hay peor ciego que aquel que no quiere ver".

El problema de los nazarenos era la incredulidad. La Biblia advierte a su pueblo -y eso nos incluye a nosotros mismos- sobre el peligro de la misma. En ocasiones, usa la expresión, un corazón endurecido, un corazón que ya se ha vuelto refractario a cualquier influencia que pueda venir de parte de Dios. La incredulidad de la gente de Nazaret imposibilitó el ministerio de Jesús, lo malo es que también puede imposibilitar su ministerio en tu vida.


¿Corazón incrédulo?