Y prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones; y el Espíritu clama: “¡Abba!”, es decir, “¡Padre!”. Así que ya no eres esclavo, sino hijo. Y como hijo que eres, Dios te ha declarado también heredero. (Gálatas 4: 6-7)

Una de las crisis más grandes que tiene la sociedad occidental es la de identidad. Otras sociedades bastante tienen con sobrevivir como para preocuparse con problemas ontológicos y metafísicos. Como somos, nos guste o no, seres finitos, necesitamos un punto externo de referencia que nos ayude a responder a la pregunta ¿Quién soy? Tiene sentido, por tanto, toda la discusión (que no diálogo) acerca de la identidad de género como definitoria de la persona. 

Mis estudios en el área de liderazgo me han enseñado que básicamente hay tres grandes fuentes en las que bebemos para validarnos como personas, para sentirnos dignos, para tener, en definitiva, identidad. La primera es el poder y el estatus. Tanto obtengo, tanto valgo, tan digno soy. 

La segunda es la aceptación y reconocimiento por parte de los demás. Si los demás me quieren, me aceptan, me reconocen, me incluyen, entonces debo ser valioso, digno, tengo identidad y significado.

La tercera y última es la superioridad con respecto a los demás. Si soy mejor tengo sentido, identidad, valor y dignidad. No confundir con el poder y el estatus. La superioridad es el placer interior de saberse mejor y superior a los demás.

Frente a todo lo anterior la Biblia nos indica que nuestra identidad es ser hijos del Dios que ha creado y sustenta todo el universo, que nos permite llamarlo papá y que nos ha declarado, no sólo hijos, sino también sus herederos. No tenemos que seguir buscando la identidad es las fracasadas fórmulas sociales que no hacen sino generar más y más confusión. 

¿Quién define quién eres?



Y prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones; y el Espíritu clama: “¡Abba!”, es decir, “¡Padre!”. Así que ya no eres esclavo, sino hijo. Y como hijo que eres, Dios te ha declarado también heredero. (Gálatas 4: 6-7)

Una de las crisis más grandes que tiene la sociedad occidental es la de identidad. Otras sociedades bastante tienen con sobrevivir como para preocuparse con problemas ontológicos y metafísicos. Como somos, nos guste o no, seres finitos, necesitamos un punto externo de referencia que nos ayude a responder a la pregunta ¿Quién soy? Tiene sentido, por tanto, toda la discusión (que no diálogo) acerca de la identidad de género como definitoria de la persona. 

Mis estudios en el área de liderazgo me han enseñado que básicamente hay tres grandes fuentes en las que bebemos para validarnos como personas, para sentirnos dignos, para tener, en definitiva, identidad. La primera es el poder y el estatus. Tanto obtengo, tanto valgo, tan digno soy. 

La segunda es la aceptación y reconocimiento por parte de los demás. Si los demás me quieren, me aceptan, me reconocen, me incluyen, entonces debo ser valioso, digno, tengo identidad y significado.

La tercera y última es la superioridad con respecto a los demás. Si soy mejor tengo sentido, identidad, valor y dignidad. No confundir con el poder y el estatus. La superioridad es el placer interior de saberse mejor y superior a los demás.

Frente a todo lo anterior la Biblia nos indica que nuestra identidad es ser hijos del Dios que ha creado y sustenta todo el universo, que nos permite llamarlo papá y que nos ha declarado, no sólo hijos, sino también sus herederos. No tenemos que seguir buscando la identidad es las fracasadas fórmulas sociales que no hacen sino generar más y más confusión. 

¿Quién define quién eres?



Y prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones; y el Espíritu clama: “¡Abba!”, es decir, “¡Padre!”. Así que ya no eres esclavo, sino hijo. Y como hijo que eres, Dios te ha declarado también heredero. (Gálatas 4: 6-7)

Una de las crisis más grandes que tiene la sociedad occidental es la de identidad. Otras sociedades bastante tienen con sobrevivir como para preocuparse con problemas ontológicos y metafísicos. Como somos, nos guste o no, seres finitos, necesitamos un punto externo de referencia que nos ayude a responder a la pregunta ¿Quién soy? Tiene sentido, por tanto, toda la discusión (que no diálogo) acerca de la identidad de género como definitoria de la persona. 

Mis estudios en el área de liderazgo me han enseñado que básicamente hay tres grandes fuentes en las que bebemos para validarnos como personas, para sentirnos dignos, para tener, en definitiva, identidad. La primera es el poder y el estatus. Tanto obtengo, tanto valgo, tan digno soy. 

La segunda es la aceptación y reconocimiento por parte de los demás. Si los demás me quieren, me aceptan, me reconocen, me incluyen, entonces debo ser valioso, digno, tengo identidad y significado.

La tercera y última es la superioridad con respecto a los demás. Si soy mejor tengo sentido, identidad, valor y dignidad. No confundir con el poder y el estatus. La superioridad es el placer interior de saberse mejor y superior a los demás.

Frente a todo lo anterior la Biblia nos indica que nuestra identidad es ser hijos del Dios que ha creado y sustenta todo el universo, que nos permite llamarlo papá y que nos ha declarado, no sólo hijos, sino también sus herederos. No tenemos que seguir buscando la identidad es las fracasadas fórmulas sociales que no hacen sino generar más y más confusión. 

¿Quién define quién eres?