Habéis sido rescatados a buen precio; glorificad, pues, a Dios con vuestro cuerpo. (1 Corintios 6:20)

Este mandamiento de Pablo viene a continuación de su afirmación de que somos templo de  Dios y es una consecuencia lógica de lo anterior. Imagino que millones de cristianos tienen subrayado este versículo en sus Biblias e incluso lo conocen de memoria ¿pero entendemos cómo aplicarlo en la vida cotidiana?

En la sociedad contemporánea vemos un auténtico culto a cuerpo. Es una nueva religión con sus rituales, liturgias, sacrificios y, naturalmente, los gurús o guías espirituales de toda la legión de personas que sirven a su cuerpo, especialmente cuando el objetivo es lucirlo o exhibirlo en sociedad, ser admirado por otros por nuestra belleza corporal.

Por otro lado veo la cultura evangélica de ir por casa, poco profunda y que nos ofrece en ocasiones el espectáculo de un predicador obeso predicando contra el alcohol, el tabaco y las drogas. Cada país y cada denominación tiene sus pecados culturalmente aceptables con respecto al cuerpo. Nos horrorizamos ante el cristiano que bebe una copa de buen Carmener chileno (o Malbec argentino, no hago acepción) mientras tenemos el refrigerador lleno de bebidas ricas en azúcar y cafeína. 

Aquí convergen dos potentes ideas de la teología protestante: Por un lado, el concepto ya explicado de la mayordomía, nada es nuestro, ni siquiera nuestro cuerpo, todo está en prestamos para un buen uso y de todo rendiremos cuentas. Por otro lado el honrar, cuidar, proteger, preservar el templo del Espíritu Santo para mejor servicio a Dios. Hacerlo por medio de una alimentación sana, un descanso adecuado y un trabajo físico que dado el sedentarismo de nuestros días, es requerido para cuidar nuestra salud.

Glorificar a Dios con tu cuerpo es un acto profundamente espiritual, tanto como la alabanza que hacemos en el lugar donde nos reunimos los domingos.

 


Habéis sido rescatados a buen precio; glorificad, pues, a Dios con vuestro cuerpo. (1 Corintios 6:20)

Este mandamiento de Pablo viene a continuación de su afirmación de que somos templo de  Dios y es una consecuencia lógica de lo anterior. Imagino que millones de cristianos tienen subrayado este versículo en sus Biblias e incluso lo conocen de memoria ¿pero entendemos cómo aplicarlo en la vida cotidiana?

En la sociedad contemporánea vemos un auténtico culto a cuerpo. Es una nueva religión con sus rituales, liturgias, sacrificios y, naturalmente, los gurús o guías espirituales de toda la legión de personas que sirven a su cuerpo, especialmente cuando el objetivo es lucirlo o exhibirlo en sociedad, ser admirado por otros por nuestra belleza corporal.

Por otro lado veo la cultura evangélica de ir por casa, poco profunda y que nos ofrece en ocasiones el espectáculo de un predicador obeso predicando contra el alcohol, el tabaco y las drogas. Cada país y cada denominación tiene sus pecados culturalmente aceptables con respecto al cuerpo. Nos horrorizamos ante el cristiano que bebe una copa de buen Carmener chileno (o Malbec argentino, no hago acepción) mientras tenemos el refrigerador lleno de bebidas ricas en azúcar y cafeína. 

Aquí convergen dos potentes ideas de la teología protestante: Por un lado, el concepto ya explicado de la mayordomía, nada es nuestro, ni siquiera nuestro cuerpo, todo está en prestamos para un buen uso y de todo rendiremos cuentas. Por otro lado el honrar, cuidar, proteger, preservar el templo del Espíritu Santo para mejor servicio a Dios. Hacerlo por medio de una alimentación sana, un descanso adecuado y un trabajo físico que dado el sedentarismo de nuestros días, es requerido para cuidar nuestra salud.

Glorificar a Dios con tu cuerpo es un acto profundamente espiritual, tanto como la alabanza que hacemos en el lugar donde nos reunimos los domingos.

 


Habéis sido rescatados a buen precio; glorificad, pues, a Dios con vuestro cuerpo. (1 Corintios 6:20)

Este mandamiento de Pablo viene a continuación de su afirmación de que somos templo de  Dios y es una consecuencia lógica de lo anterior. Imagino que millones de cristianos tienen subrayado este versículo en sus Biblias e incluso lo conocen de memoria ¿pero entendemos cómo aplicarlo en la vida cotidiana?

En la sociedad contemporánea vemos un auténtico culto a cuerpo. Es una nueva religión con sus rituales, liturgias, sacrificios y, naturalmente, los gurús o guías espirituales de toda la legión de personas que sirven a su cuerpo, especialmente cuando el objetivo es lucirlo o exhibirlo en sociedad, ser admirado por otros por nuestra belleza corporal.

Por otro lado veo la cultura evangélica de ir por casa, poco profunda y que nos ofrece en ocasiones el espectáculo de un predicador obeso predicando contra el alcohol, el tabaco y las drogas. Cada país y cada denominación tiene sus pecados culturalmente aceptables con respecto al cuerpo. Nos horrorizamos ante el cristiano que bebe una copa de buen Carmener chileno (o Malbec argentino, no hago acepción) mientras tenemos el refrigerador lleno de bebidas ricas en azúcar y cafeína. 

Aquí convergen dos potentes ideas de la teología protestante: Por un lado, el concepto ya explicado de la mayordomía, nada es nuestro, ni siquiera nuestro cuerpo, todo está en prestamos para un buen uso y de todo rendiremos cuentas. Por otro lado el honrar, cuidar, proteger, preservar el templo del Espíritu Santo para mejor servicio a Dios. Hacerlo por medio de una alimentación sana, un descanso adecuado y un trabajo físico que dado el sedentarismo de nuestros días, es requerido para cuidar nuestra salud.

Glorificar a Dios con tu cuerpo es un acto profundamente espiritual, tanto como la alabanza que hacemos en el lugar donde nos reunimos los domingos.