El vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos. (Lucas 5:38)


Hay una relación interesante entre forma y función. Para llevar a cabo una función, por ejemplo sentarse para descansar, desarrollamos una forma, la cual nos sirve para poder satisfacer, cumplir, llevar a cabo esa función. La vida funciona de este modo y si lo pensamos, aunque sea brevemente, podremos ver multitud de relaciones entre función y forma. Valga la pena otro ejemplo. La función sería trasladarnos de un lugar a otro. La forma, desde simples bicicletas a complicadas aeronaves. 

El sentido común nos dice que la forma siempre ha de estar al servicio de la función ya que nació para favorecerla. Sin embargo, la experiencia nos indica que no siempre es así. Con el paso del tiempo forma y función llegan a confundirse e identificarse como si fueran la misma cosa. En un paso más, la forma acaba desplazando a la función para la cual fue creada. Déjame que te ponga un ejemplo más cercano. En las iglesias los bancos fueron introducidos para que las personas pudieran sentarse durante los servicios religiosos. Con el paso del tiempo se volvieron parte de la estética religiosa. Con el paso del tiempo algunas personas piensan que una iglesia no es tal si carece de bancos y es un sacrilegio cambiarlos por sillas. Como decía un amigo mío ya fallecido ¡El banco hace iglesia!

Jesús nos advierte sobre esa tendencia que tiene la forma a apoderarse de la función. Nos indica que aquella siempre ha de estar al servicio de ésta, y que cuando función y forma no están en armonía la perjudicada siempre es la función. Mucho del cristianismo que vivimos hoy padece este terrible mal, una atonía entre forma y función. Nos vemos, con demasiada frecuencia atrapados y constreñidos por formas que nacieron en un momento determinado y fueron tremendamente útiles para desarrollar una función pero, con el paso del tiempo, han seguido ese proceso y se han confundido con ella y, finalmente, la han desplazado convirtiéndose en una finalidad en sí mismas en vez de un instrumento que facilitara la función. Pero dado ese proceso de suplantación cualquiera que levante una voz contra las formas será acusado de cuestionar la función. Las formas se han vuelto dogma y no pueden ser cuestionadas. Necesitamos urgentemente odres nuevos para un vino nuevo.


¿Cuánta confusión hay en tu cristianismo entre forma y función?



El vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos. (Lucas 5:38)


Hay una relación interesante entre forma y función. Para llevar a cabo una función, por ejemplo sentarse para descansar, desarrollamos una forma, la cual nos sirve para poder satisfacer, cumplir, llevar a cabo esa función. La vida funciona de este modo y si lo pensamos, aunque sea brevemente, podremos ver multitud de relaciones entre función y forma. Valga la pena otro ejemplo. La función sería trasladarnos de un lugar a otro. La forma, desde simples bicicletas a complicadas aeronaves. 

El sentido común nos dice que la forma siempre ha de estar al servicio de la función ya que nació para favorecerla. Sin embargo, la experiencia nos indica que no siempre es así. Con el paso del tiempo forma y función llegan a confundirse e identificarse como si fueran la misma cosa. En un paso más, la forma acaba desplazando a la función para la cual fue creada. Déjame que te ponga un ejemplo más cercano. En las iglesias los bancos fueron introducidos para que las personas pudieran sentarse durante los servicios religiosos. Con el paso del tiempo se volvieron parte de la estética religiosa. Con el paso del tiempo algunas personas piensan que una iglesia no es tal si carece de bancos y es un sacrilegio cambiarlos por sillas. Como decía un amigo mío ya fallecido ¡El banco hace iglesia!

Jesús nos advierte sobre esa tendencia que tiene la forma a apoderarse de la función. Nos indica que aquella siempre ha de estar al servicio de ésta, y que cuando función y forma no están en armonía la perjudicada siempre es la función. Mucho del cristianismo que vivimos hoy padece este terrible mal, una atonía entre forma y función. Nos vemos, con demasiada frecuencia atrapados y constreñidos por formas que nacieron en un momento determinado y fueron tremendamente útiles para desarrollar una función pero, con el paso del tiempo, han seguido ese proceso y se han confundido con ella y, finalmente, la han desplazado convirtiéndose en una finalidad en sí mismas en vez de un instrumento que facilitara la función. Pero dado ese proceso de suplantación cualquiera que levante una voz contra las formas será acusado de cuestionar la función. Las formas se han vuelto dogma y no pueden ser cuestionadas. Necesitamos urgentemente odres nuevos para un vino nuevo.


¿Cuánta confusión hay en tu cristianismo entre forma y función?