Cuando un extranjero resida en vuestra tierra con vosotros, no lo oprimáis, deberá ser considerado como un nacido en el país y lo amarás como a ti mismo, porque también vosotros fuisteis extranjeros en el país de Egipto. Yo soy el Señor vuestro Dios. (Levítico 19:33-34)

España ha sido siempre un país que ha enviado olas y olas de emigrantes a todo el mundo. En nuestra historia reciente, tras nuestra guerra civil, muchos países de América recibieron a los republicanos que huían de la persecución franquista. En los años sesenta, tras el brutal plan de estabilización que llevo a cabo el gobierno de la dictadura, más de un millón de españoles se buscaron la vida en las economías europeas en plena expansión. Decenas de miles de personas de nuestro país tuvieron que escoger la vía de la emigración tras la crisis del 2008.

Hoy nos hemos convertido en país de destino de otros que, como nuestros ancestros, buscaban mejores condiciones de vida para ellos y sus familias. Pero, en muchas ocasiones nos generan miedo, levantan xenofobia y los vemos como el enemigo. Hay partidos políticos que claramente promueven el odio hacia el extranjero. ¿Y cuál debe ser nuestra postura como seguidores de Jesús? La Biblia no puede ser más clara al respecto. Simplemente hay que leer el pasaje que encabeza la entrada y sacar conclusiones. Claro, siempre es posible justificar que eso pertenece al Antiguo Testamento. De hecho, todo lo que no nos gusta del mismo lo consideramos cultural y nos libramos de tener, como mínimo, que pensarlo. Pero si piensas que eso está restringido a Israel única y exclusivamente, no olvides que el Señor se declara a sí mismo el defensor del huérfano, la viuda, el pobre y el extranjero. Te sugiero que dirimas con Él tus diferencias respecto al trato al extranjero.


¿En qué modo tu actitud y trato hacia el extranjero refleja las enseñanzas de Dios?