En virtud del don que me ha sido otorgado me dirijo a todos y a cada uno de vosotros para que a nadie se le suban los humos a la cabeza, sino que cada uno se estime en lo justo, conforme al grado de fe que Dios le ha concedido. (Romanos 12:3)


En mis cincuenta años de ministerio he experimentado dos de los grandes pecados que todo líder (en realidad diría que todo seguidor de Jesús) tiene la tendencia a experimentar. la envidia y la arrogancia.

El liderazgo, sea secular o religioso, se convierte con mucha frecuencia en una fuente de validación personal. El estatus, reconocimiento, poder, autoridad, proyección pública e influencia asociados con la posición de líder nos validan, nos hacen sentir que somos algo, alguien. Por tanto, no es difícil que sintamos envidia de aquellos que han crecido o conseguido más cuotas que nosotros. También, cual pavos reales, sentir arrogancia hacia aquellos que están por debajo de nuestro estatus.

Sigo siendo propenso a ambos pecados. El tiempo no los ha eliminado, pero si me ha enseñado a gestionarlos. ¿Cómo lo hago? Varias ideas que uso que tal vez pueden ayudarte. 1. Todo lo que tengo en términos de capacidades espirituales, mentales, etc., me ha sido dado, por tanto, poco orgullo se puede tener en lo que te regalan. 2. Mi valoración y dignidad como persona no proviene de lo que hago, tampoco del estatus o prestigio social; vienen del Padre y la condición de hijo que me ha otorgado. 3. Soy feliz, hago feliz al Padre y bendigo a otros cuando justamente me alineo con aquello que único y singular que puedo contribuir al cuerpo. 4. Me siento feliz tal y como soy y desde esa felicidad sirvo a los demás, con aceptación, sin envidias por lo que no soy, ni arrogancia por lo logrado.

¿Cómo lo vives tú?

 



En virtud del don que me ha sido otorgado me dirijo a todos y a cada uno de vosotros para que a nadie se le suban los humos a la cabeza, sino que cada uno se estime en lo justo, conforme al grado de fe que Dios le ha concedido. (Romanos 12:3)


En mis cincuenta años de ministerio he experimentado dos de los grandes pecados que todo líder (en realidad diría que todo seguidor de Jesús) tiene la tendencia a experimentar. la envidia y la arrogancia.

El liderazgo, sea secular o religioso, se convierte con mucha frecuencia en una fuente de validación personal. El estatus, reconocimiento, poder, autoridad, proyección pública e influencia asociados con la posición de líder nos validan, nos hacen sentir que somos algo, alguien. Por tanto, no es difícil que sintamos envidia de aquellos que han crecido o conseguido más cuotas que nosotros. También, cual pavos reales, sentir arrogancia hacia aquellos que están por debajo de nuestro estatus.

Sigo siendo propenso a ambos pecados. El tiempo no los ha eliminado, pero si me ha enseñado a gestionarlos. ¿Cómo lo hago? Varias ideas que uso que tal vez pueden ayudarte. 1. Todo lo que tengo en términos de capacidades espirituales, mentales, etc., me ha sido dado, por tanto, poco orgullo se puede tener en lo que te regalan. 2. Mi valoración y dignidad como persona no proviene de lo que hago, tampoco del estatus o prestigio social; vienen del Padre y la condición de hijo que me ha otorgado. 3. Soy feliz, hago feliz al Padre y bendigo a otros cuando justamente me alineo con aquello que único y singular que puedo contribuir al cuerpo. 4. Me siento feliz tal y como soy y desde esa felicidad sirvo a los demás, con aceptación, sin envidias por lo que no soy, ni arrogancia por lo logrado.

¿Cómo lo vives tú?

 



En virtud del don que me ha sido otorgado me dirijo a todos y a cada uno de vosotros para que a nadie se le suban los humos a la cabeza, sino que cada uno se estime en lo justo, conforme al grado de fe que Dios le ha concedido. (Romanos 12:3)


En mis cincuenta años de ministerio he experimentado dos de los grandes pecados que todo líder (en realidad diría que todo seguidor de Jesús) tiene la tendencia a experimentar. la envidia y la arrogancia.

El liderazgo, sea secular o religioso, se convierte con mucha frecuencia en una fuente de validación personal. El estatus, reconocimiento, poder, autoridad, proyección pública e influencia asociados con la posición de líder nos validan, nos hacen sentir que somos algo, alguien. Por tanto, no es difícil que sintamos envidia de aquellos que han crecido o conseguido más cuotas que nosotros. También, cual pavos reales, sentir arrogancia hacia aquellos que están por debajo de nuestro estatus.

Sigo siendo propenso a ambos pecados. El tiempo no los ha eliminado, pero si me ha enseñado a gestionarlos. ¿Cómo lo hago? Varias ideas que uso que tal vez pueden ayudarte. 1. Todo lo que tengo en términos de capacidades espirituales, mentales, etc., me ha sido dado, por tanto, poco orgullo se puede tener en lo que te regalan. 2. Mi valoración y dignidad como persona no proviene de lo que hago, tampoco del estatus o prestigio social; vienen del Padre y la condición de hijo que me ha otorgado. 3. Soy feliz, hago feliz al Padre y bendigo a otros cuando justamente me alineo con aquello que único y singular que puedo contribuir al cuerpo. 4. Me siento feliz tal y como soy y desde esa felicidad sirvo a los demás, con aceptación, sin envidias por lo que no soy, ni arrogancia por lo logrado.

¿Cómo lo vives tú?