En cuanto Jesús expulsó al demonio, el mudo comenzó a hablar. Y los que lo presenciaron decía asombrados: -¡Nunca se ha visto en Israel nada parecido! En cambio los fariseos decían: El propio jefe de los demonios es quien le da a este el poder para expulsarlos. (Mateo 9:32-34)

Este encuentro con Jesús significó para aquella persona una liberación espiritual que tuvo también consecuencias físicas -recuperó el habla-. Los encuentros con el Maestro acostumbran a afectar a las personas en su integridad, porque Dios tiene interés en todas las dimensiones del ser humano, no únicamente en almas.

Pero también, como sucede, a menudo, con Jesús, la situación provocó división de opiniones. Ambos grupos, la gente común y los religiosos, contemplaron la misma escena, sin embargo, como indica el texto la procesaron de manera total y absolutamente diferente. El Señor siempre polariza a las personas con respecto a su identidad.

No estamos tan lejos como nos puede parecer de los fariseos. Aquellos atribuyeron a Satanás lo que Jesús hizo; nosotros podemos atribuir a la suerte, la casualidad, el azar, nuestra propia capacidad, etcétera, las intervenciones del Señor en nuestra vida. Somos incapaces de reconocerlo en el día a día, de ver que está presente detrás y en medio de nuestras circunstancias y, consecuentemente, solemos atribuir lo que nos sucede a otras causas perdiendo de esta manera la presencia de Dios.

¿Hasta qué punto esto es real en tu vida? ¿Qué puedes hacer para evitarlo y ver a Jesús en la cotidianeidad?

Si esta reflexión te ha hecho bien, por favor, compártela.

 



En cuanto Jesús expulsó al demonio, el mudo comenzó a hablar. Y los que lo presenciaron decía asombrados: -¡Nunca se ha visto en Israel nada parecido! En cambio los fariseos decían: El propio jefe de los demonios es quien le da a este el poder para expulsarlos. (Mateo 9:32-34)

Este encuentro con Jesús significó para aquella persona una liberación espiritual que tuvo también consecuencias físicas -recuperó el habla-. Los encuentros con el Maestro acostumbran a afectar a las personas en su integridad, porque Dios tiene interés en todas las dimensiones del ser humano, no únicamente en almas.

Pero también, como sucede, a menudo, con Jesús, la situación provocó división de opiniones. Ambos grupos, la gente común y los religiosos, contemplaron la misma escena, sin embargo, como indica el texto la procesaron de manera total y absolutamente diferente. El Señor siempre polariza a las personas con respecto a su identidad.

No estamos tan lejos como nos puede parecer de los fariseos. Aquellos atribuyeron a Satanás lo que Jesús hizo; nosotros podemos atribuir a la suerte, la casualidad, el azar, nuestra propia capacidad, etcétera, las intervenciones del Señor en nuestra vida. Somos incapaces de reconocerlo en el día a día, de ver que está presente detrás y en medio de nuestras circunstancias y, consecuentemente, solemos atribuir lo que nos sucede a otras causas perdiendo de esta manera la presencia de Dios.

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En cuanto Jesús expulsó al demonio, el mudo comenzó a hablar. Y los que lo presenciaron decía asombrados: -¡Nunca se ha visto en Israel nada parecido! En cambio los fariseos decían: El propio jefe de los demonios es quien le da a este el poder para expulsarlos. (Mateo 9:32-34)

Este encuentro con Jesús significó para aquella persona una liberación espiritual que tuvo también consecuencias físicas -recuperó el habla-. Los encuentros con el Maestro acostumbran a afectar a las personas en su integridad, porque Dios tiene interés en todas las dimensiones del ser humano, no únicamente en almas.

Pero también, como sucede, a menudo, con Jesús, la situación provocó división de opiniones. Ambos grupos, la gente común y los religiosos, contemplaron la misma escena, sin embargo, como indica el texto la procesaron de manera total y absolutamente diferente. El Señor siempre polariza a las personas con respecto a su identidad.

No estamos tan lejos como nos puede parecer de los fariseos. Aquellos atribuyeron a Satanás lo que Jesús hizo; nosotros podemos atribuir a la suerte, la casualidad, el azar, nuestra propia capacidad, etcétera, las intervenciones del Señor en nuestra vida. Somos incapaces de reconocerlo en el día a día, de ver que está presente detrás y en medio de nuestras circunstancias y, consecuentemente, solemos atribuir lo que nos sucede a otras causas perdiendo de esta manera la presencia de Dios.

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