Un día estaba Jesús expulsando un demonio que se había apoderado de un hombre dejándolo mudo. En cuanto el demonio salió de él recobró el habla y los que lo presenciaron se quedaron asombrados. Pero algunos dijeron: -Belcebú, el propio jefe de los demonios, le da a este poder para expulsarlos. Otros, para tenderle una trampa, le pedían que hiciera alguna señal milagrosa de parte de Dios. (Lucas 11:14-23)


Jesús lleva a cabo un milagro. Ministra las necesidades de un hombre con problemas físicas y espirituales de gran profundidad. Sin embargo, la señal milagrosa, lejos de lo que podríamos suponer no influye en la actitud de la gente con respecto a Jesús y su identidad.

Unos, genuinamente se sienten asombrados. No es la primera vez que los testigos de un milagro afirman que nunca se había visto nada igual en Israel. Otros, sin embargo, en su insistencia en negar la identidad del Maestro atribuyen sus obras a Satanás; lo hacen y se quedan tan anchos. Finalmente, otros, con doblez en su intención le piden que haga otra señal milagrosa, como si las hechas anteriormente no hubieran sido suficientes ¡Muéstranos una mas!, como si nueva fuera la definitiva.

Rescato de este pasaje que las respuestas que las personas damos a Jesús -incluídos los que nos consideramos sus seguidores- no tienen nada que ver con las evidencias que hay a nuestro alcance, sino más bien con la actitud de nuestro corazón. El incrédulo, actitud de la voluntad de no querer creer, nunca tendrá suficiente información, datos y evidencias. Su problema no es del intelecto, algo que se podría solucionar con más información, pruebas y evidencias. Es un problema del corazón. El que duda, no puede creer, el incrédulo, no quiere creer.

¿Qué hay en tu corazón duda o incredulidad?

 



Un día estaba Jesús expulsando un demonio que se había apoderado de un hombre dejándolo mudo. En cuanto el demonio salió de él recobró el habla y los que lo presenciaron se quedaron asombrados. Pero algunos dijeron: -Belcebú, el propio jefe de los demonios, le da a este poder para expulsarlos. Otros, para tenderle una trampa, le pedían que hiciera alguna señal milagrosa de parte de Dios. (Lucas 11:14-23)


Jesús lleva a cabo un milagro. Ministra las necesidades de un hombre con problemas físicas y espirituales de gran profundidad. Sin embargo, la señal milagrosa, lejos de lo que podríamos suponer no influye en la actitud de la gente con respecto a Jesús y su identidad.

Unos, genuinamente se sienten asombrados. No es la primera vez que los testigos de un milagro afirman que nunca se había visto nada igual en Israel. Otros, sin embargo, en su insistencia en negar la identidad del Maestro atribuyen sus obras a Satanás; lo hacen y se quedan tan anchos. Finalmente, otros, con doblez en su intención le piden que haga otra señal milagrosa, como si las hechas anteriormente no hubieran sido suficientes ¡Muéstranos una mas!, como si nueva fuera la definitiva.

Rescato de este pasaje que las respuestas que las personas damos a Jesús -incluídos los que nos consideramos sus seguidores- no tienen nada que ver con las evidencias que hay a nuestro alcance, sino más bien con la actitud de nuestro corazón. El incrédulo, actitud de la voluntad de no querer creer, nunca tendrá suficiente información, datos y evidencias. Su problema no es del intelecto, algo que se podría solucionar con más información, pruebas y evidencias. Es un problema del corazón. El que duda, no puede creer, el incrédulo, no quiere creer.

¿Qué hay en tu corazón duda o incredulidad?

 



Un día estaba Jesús expulsando un demonio que se había apoderado de un hombre dejándolo mudo. En cuanto el demonio salió de él recobró el habla y los que lo presenciaron se quedaron asombrados. Pero algunos dijeron: -Belcebú, el propio jefe de los demonios, le da a este poder para expulsarlos. Otros, para tenderle una trampa, le pedían que hiciera alguna señal milagrosa de parte de Dios. (Lucas 11:14-23)


Jesús lleva a cabo un milagro. Ministra las necesidades de un hombre con problemas físicas y espirituales de gran profundidad. Sin embargo, la señal milagrosa, lejos de lo que podríamos suponer no influye en la actitud de la gente con respecto a Jesús y su identidad.

Unos, genuinamente se sienten asombrados. No es la primera vez que los testigos de un milagro afirman que nunca se había visto nada igual en Israel. Otros, sin embargo, en su insistencia en negar la identidad del Maestro atribuyen sus obras a Satanás; lo hacen y se quedan tan anchos. Finalmente, otros, con doblez en su intención le piden que haga otra señal milagrosa, como si las hechas anteriormente no hubieran sido suficientes ¡Muéstranos una mas!, como si nueva fuera la definitiva.

Rescato de este pasaje que las respuestas que las personas damos a Jesús -incluídos los que nos consideramos sus seguidores- no tienen nada que ver con las evidencias que hay a nuestro alcance, sino más bien con la actitud de nuestro corazón. El incrédulo, actitud de la voluntad de no querer creer, nunca tendrá suficiente información, datos y evidencias. Su problema no es del intelecto, algo que se podría solucionar con más información, pruebas y evidencias. Es un problema del corazón. El que duda, no puede creer, el incrédulo, no quiere creer.

¿Qué hay en tu corazón duda o incredulidad?