Pero Jesús, volviéndose a él, le dijo: — ¡Apártate de mí, Satanás! Tú eres una piedra de tropiezo para mí, porque no piensas como piensa Dios, sino como piensa la gente. (Mateo 16:21-28)

Los valores han sido definidos como nuestros no negociables. Son aquellas cosas con las cuales no estamos dispuestos a transigir. Los valores guían nuestra toma de decisiones y se ponen claramente de manifiesto en los momentos de presión y tensión.

Cómo nosotros veamos el mundo determinará los valores que adoptemos, y estos valores serán los que gobernarán y regirán nuestra vida cotidiana, nuestras acciones y nuestras omisiones, nuestras priorida- des y nuestro estilo de vida.

Cuando nos encontramos con Jesús, todos nuestros valores son confrontados. Estos valores responden a nuestra cosmovisión, es decir, a nuestra manera de ver y entender la realidad. Por eso Pedro, al ser confrontado con Jesús, tiene que escuchar que él no ve las cosas como las ve Dios.

Un encuentro con Jesús demanda de nosotros un cambio en nuestra cosmovisión. Exige que comence- mos a ver las cosas tal y como Dios las ve. Este cambio en nuestra manera de ver las cosas va seguido de un cambio en nuestros valores, es decir, un cambio en las cosas que consideramos importantes y rigen nuestra conducta.

Un encuentro con Jesús nos llevará, entre otros cambios, a entender que no podemos convertirnos en colaboradores de Dios en su proceso y propósito de redimir el mundo si insistimos en vivir hedonística- mente, buscando activamente nuestro propio placer y huyendo a toda cosa del dolor y del sufrimiento.

Del mismo modo que Jesús no podía completar su trabajo de redención sin sufrir, nosotros tampoco podremos colaborar con Él sin padecer. Nuestro padecimiento puede ser físico –todavía hay muchos lugares donde los cristianos sufren físicamente por su fe en Jesús–, puede ser social –nuestra pública identificación con el Maestro puede llevarnos a muchos tipos de exclusión social–, y también emocio- nal –hay un sufrimiento emocional que proviene de sentirnos rechazados por nuestra fe en Jesús, como consecuencia de renunciar a nuestros legítimos derechos y necesidades a fin de poder ministrar a otros en su situación de necesidad–.

Un encuentro con Jesús ha de convertirnos en gente que ve el mundo como Dios lo ve y, consecuente- mente y por responsabilidad, vive siguiendo los valores de Dios, incluido el tan temido sufrimiento.

¿Cómo ves el mundo, como Dios o como la sociedad que te rodea?

¿Cuáles son tus valores, los de Dios o los de la sociedad que te rodea?
Tu actitud ante el sufrimiento redentor –lo que estás dispuesto a sufrir a fin de que otros puedan ver sus vidas ministradas- puede ayudarte a medir la coherencia de tu manera de ver el mundo y tus valores

¿Hay personas a tu alrededor a las que puedes ayudar a redimir? ¿Qué precio has de pagar para ello? ¿Incluye el sufrimiento?


 



Pero Jesús, volviéndose a él, le dijo: — ¡Apártate de mí, Satanás! Tú eres una piedra de tropiezo para mí, porque no piensas como piensa Dios, sino como piensa la gente. (Mateo 16:21-28)

Los valores han sido definidos como nuestros no negociables. Son aquellas cosas con las cuales no estamos dispuestos a transigir. Los valores guían nuestra toma de decisiones y se ponen claramente de manifiesto en los momentos de presión y tensión.

Cómo nosotros veamos el mundo determinará los valores que adoptemos, y estos valores serán los que gobernarán y regirán nuestra vida cotidiana, nuestras acciones y nuestras omisiones, nuestras priorida- des y nuestro estilo de vida.

Cuando nos encontramos con Jesús, todos nuestros valores son confrontados. Estos valores responden a nuestra cosmovisión, es decir, a nuestra manera de ver y entender la realidad. Por eso Pedro, al ser confrontado con Jesús, tiene que escuchar que él no ve las cosas como las ve Dios.

Un encuentro con Jesús demanda de nosotros un cambio en nuestra cosmovisión. Exige que comence- mos a ver las cosas tal y como Dios las ve. Este cambio en nuestra manera de ver las cosas va seguido de un cambio en nuestros valores, es decir, un cambio en las cosas que consideramos importantes y rigen nuestra conducta.

Un encuentro con Jesús nos llevará, entre otros cambios, a entender que no podemos convertirnos en colaboradores de Dios en su proceso y propósito de redimir el mundo si insistimos en vivir hedonística- mente, buscando activamente nuestro propio placer y huyendo a toda cosa del dolor y del sufrimiento.

Del mismo modo que Jesús no podía completar su trabajo de redención sin sufrir, nosotros tampoco podremos colaborar con Él sin padecer. Nuestro padecimiento puede ser físico –todavía hay muchos lugares donde los cristianos sufren físicamente por su fe en Jesús–, puede ser social –nuestra pública identificación con el Maestro puede llevarnos a muchos tipos de exclusión social–, y también emocio- nal –hay un sufrimiento emocional que proviene de sentirnos rechazados por nuestra fe en Jesús, como consecuencia de renunciar a nuestros legítimos derechos y necesidades a fin de poder ministrar a otros en su situación de necesidad–.

Un encuentro con Jesús ha de convertirnos en gente que ve el mundo como Dios lo ve y, consecuente- mente y por responsabilidad, vive siguiendo los valores de Dios, incluido el tan temido sufrimiento.

¿Cómo ves el mundo, como Dios o como la sociedad que te rodea?

¿Cuáles son tus valores, los de Dios o los de la sociedad que te rodea?
Tu actitud ante el sufrimiento redentor –lo que estás dispuesto a sufrir a fin de que otros puedan ver sus vidas ministradas- puede ayudarte a medir la coherencia de tu manera de ver el mundo y tus valores

¿Hay personas a tu alrededor a las que puedes ayudar a redimir? ¿Qué precio has de pagar para ello? ¿Incluye el sufrimiento?


 



Pero Jesús, volviéndose a él, le dijo: — ¡Apártate de mí, Satanás! Tú eres una piedra de tropiezo para mí, porque no piensas como piensa Dios, sino como piensa la gente. (Mateo 16:21-28)

Los valores han sido definidos como nuestros no negociables. Son aquellas cosas con las cuales no estamos dispuestos a transigir. Los valores guían nuestra toma de decisiones y se ponen claramente de manifiesto en los momentos de presión y tensión.

Cómo nosotros veamos el mundo determinará los valores que adoptemos, y estos valores serán los que gobernarán y regirán nuestra vida cotidiana, nuestras acciones y nuestras omisiones, nuestras priorida- des y nuestro estilo de vida.

Cuando nos encontramos con Jesús, todos nuestros valores son confrontados. Estos valores responden a nuestra cosmovisión, es decir, a nuestra manera de ver y entender la realidad. Por eso Pedro, al ser confrontado con Jesús, tiene que escuchar que él no ve las cosas como las ve Dios.

Un encuentro con Jesús demanda de nosotros un cambio en nuestra cosmovisión. Exige que comence- mos a ver las cosas tal y como Dios las ve. Este cambio en nuestra manera de ver las cosas va seguido de un cambio en nuestros valores, es decir, un cambio en las cosas que consideramos importantes y rigen nuestra conducta.

Un encuentro con Jesús nos llevará, entre otros cambios, a entender que no podemos convertirnos en colaboradores de Dios en su proceso y propósito de redimir el mundo si insistimos en vivir hedonística- mente, buscando activamente nuestro propio placer y huyendo a toda cosa del dolor y del sufrimiento.

Del mismo modo que Jesús no podía completar su trabajo de redención sin sufrir, nosotros tampoco podremos colaborar con Él sin padecer. Nuestro padecimiento puede ser físico –todavía hay muchos lugares donde los cristianos sufren físicamente por su fe en Jesús–, puede ser social –nuestra pública identificación con el Maestro puede llevarnos a muchos tipos de exclusión social–, y también emocio- nal –hay un sufrimiento emocional que proviene de sentirnos rechazados por nuestra fe en Jesús, como consecuencia de renunciar a nuestros legítimos derechos y necesidades a fin de poder ministrar a otros en su situación de necesidad–.

Un encuentro con Jesús ha de convertirnos en gente que ve el mundo como Dios lo ve y, consecuente- mente y por responsabilidad, vive siguiendo los valores de Dios, incluido el tan temido sufrimiento.

¿Cómo ves el mundo, como Dios o como la sociedad que te rodea?

¿Cuáles son tus valores, los de Dios o los de la sociedad que te rodea?
Tu actitud ante el sufrimiento redentor –lo que estás dispuesto a sufrir a fin de que otros puedan ver sus vidas ministradas- puede ayudarte a medir la coherencia de tu manera de ver el mundo y tus valores

¿Hay personas a tu alrededor a las que puedes ayudar a redimir? ¿Qué precio has de pagar para ello? ¿Incluye el sufrimiento?