Esta foto, que hace años que tengo, siempre me ha resultado fascinante. Gente invitada a participar en la mesa de Jesús, a tener comunión, compañerismo con Él, a formar parte de los suyos sin exclusión. Mirando fijamente puedo identificar -o imaginar- un emigrante ilegal, una prostituta, un intelectual, una persona de la tercera edad, un transexual y un pobre. Gente que es raro, inusual ver teniendo compañerismo y fraternidad con nosotros. Nos ayudaría mucho imaginarnos sentados en ese misma mesa. Acogidos por Jesús del mismo modo que los otros lo han sido. Aunque ta vez tenemos una percepción equivocada de nosotros mismos y nos consideramos demasiado buenos, justos, moralmente superiores, socialmente más aceptables para compartir mesa con todo esa chusma. 

Pero así es la mesa de Jesús, mesa de gracia donde todos sin excepción son bienvenidos porque ninguno, ni siquiera nosotros, tenemos el derecho de sentarnos y ser invitados. También éramos enemigos de Dios, como indica Pablo escribiendo a los efesios, destinados a la condenación eterna. En cambio, su gracia nos ha abierto la puerta y nos ha convidado a compartir mesa con Él. En ella todos los comensales somos indignos de participar, solamente Él es digno y al compartir con nosotros nos extiende su dignidad a todos nosotros.

Pero una vez admitidos en su mensa corremos el riesgo de olvidarnos de dónde venimos y negarnos a aceptar a otros debido a su condición. Queremos convertir la mesa en un lugar exclusivo, selecto, restringido. Comenzamos a mirar con desprecio y superioridad a otros, que como nosotros, no pretenden forzar la entrada, han sido invitados por el mismo anfitrión.

Esta foto, que hace años que tengo, siempre me ha resultado fascinante. Gente invitada a participar en la mesa de Jesús, a tener comunión, compañerismo con Él, a formar parte de los suyos sin exclusión. Mirando fijamente puedo identificar -o imaginar- un emigrante ilegal, una prostituta, un intelectual, una persona de la tercera edad, un transexual y un pobre. Gente que es raro, inusual ver teniendo compañerismo y fraternidad con nosotros. Nos ayudaría mucho imaginarnos sentados en ese misma mesa. Acogidos por Jesús del mismo modo que los otros lo han sido. Aunque ta vez tenemos una percepción equivocada de nosotros mismos y nos consideramos demasiado buenos, justos, moralmente superiores, socialmente más aceptables para compartir mesa con todo esa chusma. 

Pero así es la mesa de Jesús, mesa de gracia donde todos sin excepción son bienvenidos porque ninguno, ni siquiera nosotros, tenemos el derecho de sentarnos y ser invitados. También éramos enemigos de Dios, como indica Pablo escribiendo a los efesios, destinados a la condenación eterna. En cambio, su gracia nos ha abierto la puerta y nos ha convidado a compartir mesa con Él. En ella todos los comensales somos indignos de participar, solamente Él es digno y al compartir con nosotros nos extiende su dignidad a todos nosotros.

Pero una vez admitidos en su mensa corremos el riesgo de olvidarnos de dónde venimos y negarnos a aceptar a otros debido a su condición. Queremos convertir la mesa en un lugar exclusivo, selecto, restringido. Comenzamos a mirar con desprecio y superioridad a otros, que como nosotros, no pretenden forzar la entrada, han sido invitados por el mismo anfitrión.

Esta foto, que hace años que tengo, siempre me ha resultado fascinante. Gente invitada a participar en la mesa de Jesús, a tener comunión, compañerismo con Él, a formar parte de los suyos sin exclusión. Mirando fijamente puedo identificar -o imaginar- un emigrante ilegal, una prostituta, un intelectual, una persona de la tercera edad, un transexual y un pobre. Gente que es raro, inusual ver teniendo compañerismo y fraternidad con nosotros. Nos ayudaría mucho imaginarnos sentados en ese misma mesa. Acogidos por Jesús del mismo modo que los otros lo han sido. Aunque ta vez tenemos una percepción equivocada de nosotros mismos y nos consideramos demasiado buenos, justos, moralmente superiores, socialmente más aceptables para compartir mesa con todo esa chusma. 

Pero así es la mesa de Jesús, mesa de gracia donde todos sin excepción son bienvenidos porque ninguno, ni siquiera nosotros, tenemos el derecho de sentarnos y ser invitados. También éramos enemigos de Dios, como indica Pablo escribiendo a los efesios, destinados a la condenación eterna. En cambio, su gracia nos ha abierto la puerta y nos ha convidado a compartir mesa con Él. En ella todos los comensales somos indignos de participar, solamente Él es digno y al compartir con nosotros nos extiende su dignidad a todos nosotros.

Pero una vez admitidos en su mensa corremos el riesgo de olvidarnos de dónde venimos y negarnos a aceptar a otros debido a su condición. Queremos convertir la mesa en un lugar exclusivo, selecto, restringido. Comenzamos a mirar con desprecio y superioridad a otros, que como nosotros, no pretenden forzar la entrada, han sido invitados por el mismo anfitrión.