Pues soy consciente de que, en lo que respecta a mis desordenados apetitos, no es el bien lo que prevalece en mí; y es que, estando a mi alcance querer lo bueno, me resulta imposible realizarlo. Quisiera hacer el bien que deseo y, sin embargo, hago el mal que detesto. (Romanos 7:18-19)

No es excesivamente difícil reconocer la maldad de la humanidad en su conjunto. Todos nosotros, si estamos moralmente sanos, nos hemos escandalizado en alguna ocasión al contemplar de primera mano o a través de los medios de comunicación actos de maldad cometidos por el hombre contra el hombre. Pero ¿Qué sucede cuando lo reducimos a nuestra pequeña realidad, a nuestra historia personal? La Biblia no es nada optimista en cuanto a nuestra situación moral. De hecho, indica que no hay ni uno solo que haga el bien; al menos, no en la escala que Dios espera. Cada uno de nosotros también es responsable de dolor y sufrimiento inflingido a otros seres humanos.

No debemos confundir miedo a las consecuencias de hacer el mal con bondad. ¿Qué sucedería si pudiéramos llevar a cabo nuestros deseos e intenciones más íntimos sabiendo que gozaríamos de total impunidad? No somos bondadosos, somos miedosos. Tampoco debemos confundir falta de oportunidad con bondad. No hacemos el mal porque no podemos, no porque no queramos. El apóstol Pablo, en las palabras del texto arriba mencionado describe el dilema, la ruptura interna que, como consecuencia del pecado, cada uno de nosotros experimentamos.

Entonces ¿Qué sucede con nosotros? ¿Somos villanos que merecemos el castigo de Dios por hacer el mal o, por el contrario, somos enfermos que necesitamos sanidad divina? Humildemente creo que ambas cosas. Creo que el ejemplo de la adicción a una sustancia química puede ayudar a entenderlo. Haciendo uso de mi libertad me inicio en el consumo transgrediendo la ley. Pero, a medida que sigo consumiendo me voy volviendo dependiente y mi adicción deriva en una enfermedad. Se dan, por tanto, en mí ambas realidades. El adicto se inicia en un camino que le lleva a incumplir la ley y volverse un dependiente porque trata de satisfacer una necesidad interna, un vació existencia. Nosotros nos iniciamos en el pecado porque decidimos separarnos del Creador y, consecuentemente, hay un vacío existencia universal. 

¿Qué evidencias del villano y el enfermo ves en tu vida?



Pues soy consciente de que, en lo que respecta a mis desordenados apetitos, no es el bien lo que prevalece en mí; y es que, estando a mi alcance querer lo bueno, me resulta imposible realizarlo. Quisiera hacer el bien que deseo y, sin embargo, hago el mal que detesto. (Romanos 7:18-19)

No es excesivamente difícil reconocer la maldad de la humanidad en su conjunto. Todos nosotros, si estamos moralmente sanos, nos hemos escandalizado en alguna ocasión al contemplar de primera mano o a través de los medios de comunicación actos de maldad cometidos por el hombre contra el hombre. Pero ¿Qué sucede cuando lo reducimos a nuestra pequeña realidad, a nuestra historia personal? La Biblia no es nada optimista en cuanto a nuestra situación moral. De hecho, indica que no hay ni uno solo que haga el bien; al menos, no en la escala que Dios espera. Cada uno de nosotros también es responsable de dolor y sufrimiento inflingido a otros seres humanos.

No debemos confundir miedo a las consecuencias de hacer el mal con bondad. ¿Qué sucedería si pudiéramos llevar a cabo nuestros deseos e intenciones más íntimos sabiendo que gozaríamos de total impunidad? No somos bondadosos, somos miedosos. Tampoco debemos confundir falta de oportunidad con bondad. No hacemos el mal porque no podemos, no porque no queramos. El apóstol Pablo, en las palabras del texto arriba mencionado describe el dilema, la ruptura interna que, como consecuencia del pecado, cada uno de nosotros experimentamos.

Entonces ¿Qué sucede con nosotros? ¿Somos villanos que merecemos el castigo de Dios por hacer el mal o, por el contrario, somos enfermos que necesitamos sanidad divina? Humildemente creo que ambas cosas. Creo que el ejemplo de la adicción a una sustancia química puede ayudar a entenderlo. Haciendo uso de mi libertad me inicio en el consumo transgrediendo la ley. Pero, a medida que sigo consumiendo me voy volviendo dependiente y mi adicción deriva en una enfermedad. Se dan, por tanto, en mí ambas realidades. El adicto se inicia en un camino que le lleva a incumplir la ley y volverse un dependiente porque trata de satisfacer una necesidad interna, un vació existencia. Nosotros nos iniciamos en el pecado porque decidimos separarnos del Creador y, consecuentemente, hay un vacío existencia universal. 

¿Qué evidencias del villano y el enfermo ves en tu vida?



Pues soy consciente de que, en lo que respecta a mis desordenados apetitos, no es el bien lo que prevalece en mí; y es que, estando a mi alcance querer lo bueno, me resulta imposible realizarlo. Quisiera hacer el bien que deseo y, sin embargo, hago el mal que detesto. (Romanos 7:18-19)

No es excesivamente difícil reconocer la maldad de la humanidad en su conjunto. Todos nosotros, si estamos moralmente sanos, nos hemos escandalizado en alguna ocasión al contemplar de primera mano o a través de los medios de comunicación actos de maldad cometidos por el hombre contra el hombre. Pero ¿Qué sucede cuando lo reducimos a nuestra pequeña realidad, a nuestra historia personal? La Biblia no es nada optimista en cuanto a nuestra situación moral. De hecho, indica que no hay ni uno solo que haga el bien; al menos, no en la escala que Dios espera. Cada uno de nosotros también es responsable de dolor y sufrimiento inflingido a otros seres humanos.

No debemos confundir miedo a las consecuencias de hacer el mal con bondad. ¿Qué sucedería si pudiéramos llevar a cabo nuestros deseos e intenciones más íntimos sabiendo que gozaríamos de total impunidad? No somos bondadosos, somos miedosos. Tampoco debemos confundir falta de oportunidad con bondad. No hacemos el mal porque no podemos, no porque no queramos. El apóstol Pablo, en las palabras del texto arriba mencionado describe el dilema, la ruptura interna que, como consecuencia del pecado, cada uno de nosotros experimentamos.

Entonces ¿Qué sucede con nosotros? ¿Somos villanos que merecemos el castigo de Dios por hacer el mal o, por el contrario, somos enfermos que necesitamos sanidad divina? Humildemente creo que ambas cosas. Creo que el ejemplo de la adicción a una sustancia química puede ayudar a entenderlo. Haciendo uso de mi libertad me inicio en el consumo transgrediendo la ley. Pero, a medida que sigo consumiendo me voy volviendo dependiente y mi adicción deriva en una enfermedad. Se dan, por tanto, en mí ambas realidades. El adicto se inicia en un camino que le lleva a incumplir la ley y volverse un dependiente porque trata de satisfacer una necesidad interna, un vació existencia. Nosotros nos iniciamos en el pecado porque decidimos separarnos del Creador y, consecuentemente, hay un vacío existencia universal. 

¿Qué evidencias del villano y el enfermo ves en tu vida?