Desde lejos el Señor se le apareció, diciendo: Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia. (Jeremías 31:3)

Thomas Merton, uno de los grandes pensadores cristianos de nuestro tiempo, desarrolló la idea del yo real y del falso yo. El falso es aquel que intentamos construir a lo largo de nuestra vida por medio de nuestros logros en los diferentes cambios; incluso nuestros logros religiosos. El falso yo necesita de forma constante la validación externa, probarse digno, valioso, respetable. El falso yo se adapta a menudo a los criterios y normas que la sociedad determina para otorgar valor a las personas y, consecuentemente, vive de forma constante tratando de estar a la altura de los mismos. El problema del falso yo es que considera que Dios funciona con los mismos patrones que la sociedad y hay que validarse ante Él de forma constante.

Por el contrario, el yo real es aquel que Dios nos ha dado y otorgado. El yo real es amado y aceptado de forma incondicional por el Señor y, por tanto, como nada ha hecho por ganar ese valor y dignidad nada puede hacer por perderlo. El yo falso lo vamos construyendo a lo largo de nuestra vida. El yo real simplemente podemos recibirlo. Pero cuando lo hacemos la libertad que produce y el potencial que desbloquea es enorme. 

Quiero reproducir un párrafo del autor Jim Branch que lo explica mucho mejor de lo que yo nunca podría hacerlo: "Es como si Dios te estuviera diciendo: yo te he dado tu valor y dignidad. Te la he otorgado y nunca puede perderse. Así pues, para de valorarte. Para de ganar. Para de compararte. Para de lograr cosas. Tu dignidad no está en juego. No depende de nada que puedas lograr o puedas conseguir. Por tanto, relájate. Vive en la libertad de saber que eres amado profundamente, totalmente, absolutamente y también eternamente. En vez de trabajar duro para probarte a ti mismo, simplemente déjate amar por mí."

Ahora entiendo mejor lo que quería decir el apóstol Pablo cuando afirmaba que habíamos sido llamados a libertad. El falso yo sólo produce esclavitud; el yo real, libertad.









Desde lejos el Señor se le apareció, diciendo: Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia. (Jeremías 31:3)

Thomas Merton, uno de los grandes pensadores cristianos de nuestro tiempo, desarrolló la idea del yo real y del falso yo. El falso es aquel que intentamos construir a lo largo de nuestra vida por medio de nuestros logros en los diferentes cambios; incluso nuestros logros religiosos. El falso yo necesita de forma constante la validación externa, probarse digno, valioso, respetable. El falso yo se adapta a menudo a los criterios y normas que la sociedad determina para otorgar valor a las personas y, consecuentemente, vive de forma constante tratando de estar a la altura de los mismos. El problema del falso yo es que considera que Dios funciona con los mismos patrones que la sociedad y hay que validarse ante Él de forma constante.

Por el contrario, el yo real es aquel que Dios nos ha dado y otorgado. El yo real es amado y aceptado de forma incondicional por el Señor y, por tanto, como nada ha hecho por ganar ese valor y dignidad nada puede hacer por perderlo. El yo falso lo vamos construyendo a lo largo de nuestra vida. El yo real simplemente podemos recibirlo. Pero cuando lo hacemos la libertad que produce y el potencial que desbloquea es enorme. 

Quiero reproducir un párrafo del autor Jim Branch que lo explica mucho mejor de lo que yo nunca podría hacerlo: "Es como si Dios te estuviera diciendo: yo te he dado tu valor y dignidad. Te la he otorgado y nunca puede perderse. Así pues, para de valorarte. Para de ganar. Para de compararte. Para de lograr cosas. Tu dignidad no está en juego. No depende de nada que puedas lograr o puedas conseguir. Por tanto, relájate. Vive en la libertad de saber que eres amado profundamente, totalmente, absolutamente y también eternamente. En vez de trabajar duro para probarte a ti mismo, simplemente déjate amar por mí."

Ahora entiendo mejor lo que quería decir el apóstol Pablo cuando afirmaba que habíamos sido llamados a libertad. El falso yo sólo produce esclavitud; el yo real, libertad.









Desde lejos el Señor se le apareció, diciendo: Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia. (Jeremías 31:3)

Thomas Merton, uno de los grandes pensadores cristianos de nuestro tiempo, desarrolló la idea del yo real y del falso yo. El falso es aquel que intentamos construir a lo largo de nuestra vida por medio de nuestros logros en los diferentes cambios; incluso nuestros logros religiosos. El falso yo necesita de forma constante la validación externa, probarse digno, valioso, respetable. El falso yo se adapta a menudo a los criterios y normas que la sociedad determina para otorgar valor a las personas y, consecuentemente, vive de forma constante tratando de estar a la altura de los mismos. El problema del falso yo es que considera que Dios funciona con los mismos patrones que la sociedad y hay que validarse ante Él de forma constante.

Por el contrario, el yo real es aquel que Dios nos ha dado y otorgado. El yo real es amado y aceptado de forma incondicional por el Señor y, por tanto, como nada ha hecho por ganar ese valor y dignidad nada puede hacer por perderlo. El yo falso lo vamos construyendo a lo largo de nuestra vida. El yo real simplemente podemos recibirlo. Pero cuando lo hacemos la libertad que produce y el potencial que desbloquea es enorme. 

Quiero reproducir un párrafo del autor Jim Branch que lo explica mucho mejor de lo que yo nunca podría hacerlo: "Es como si Dios te estuviera diciendo: yo te he dado tu valor y dignidad. Te la he otorgado y nunca puede perderse. Así pues, para de valorarte. Para de ganar. Para de compararte. Para de lograr cosas. Tu dignidad no está en juego. No depende de nada que puedas lograr o puedas conseguir. Por tanto, relájate. Vive en la libertad de saber que eres amado profundamente, totalmente, absolutamente y también eternamente. En vez de trabajar duro para probarte a ti mismo, simplemente déjate amar por mí."

Ahora entiendo mejor lo que quería decir el apóstol Pablo cuando afirmaba que habíamos sido llamados a libertad. El falso yo sólo produce esclavitud; el yo real, libertad.